30 AƱos del atentado a Pinochet

Las historias, tres décadas después

El 7 de septiembre de 1986, el FPMR atacó a la comitiva que trasladaba a Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo. En este especial, volvemos al lugar de los hechos con Juan Cristóbal Peña, autor de "Los Fusileros" y director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado. Además, relatos de los protagonistas, una visión completa del sitio del atentado y fotos de los días posteriores.

La Tercera regresa al Cajón del Maipo con Juan Cristóbal Peña, periodista y autor de "Los Fusileros".

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Las Vizcachas: el primer plan

Parque O'Higgins: el lugar de entrenamiento

Hostería Carrió: el escondite del Frente

La Obra: la casa de espera

Los años clandestinos de Teillier

Teillier

En 2013, el diputado y presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, reveló a La Tercera que él había autorizado el atentado a Pinochet como jefe militar de su partido y encargado de las relaciones con el FPMR, que dependía de esta colectividad. Su revelación causó polémica e incluso le obligó a declarar en tribunales. En este artículo, el hombre que entonces se hacía llamar Sebastián Larraín recuerda sus funciones como jefe del grupo subversivo que adoptó la lucha armada y los atentados para combatir al régimen de Pinochet.

Juan Cristóbal Peña

-¿Autorizó usted el atentado a Pinochet?

-Sí, por supuesto. Fue una decisión del partido.

-¿Y sabía cuándo y cómo ocurriría exactamente?

-No. Saber cosas operativas en detalle era complejo. Por seguridad, no se podía saber todo. Sí tenía la idea de que ocurriría en esos días. Me enteré por televisión, como la mayoría de los chilenos.

-¿Dónde se encontraba usted esa tarde?

-En un departamento de Las Condes, solo, a dos o tres cuadras de la casa de Pinochet.

El diputado Guillermo Teillier fue jefe militar del Partido Comunista y, por tanto, supervisaba las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Una especie de ministro de Defensa de una fuerza subversiva que en los años 80, entre muchas otras operaciones que pretendían desestabilizar el régimen militar, ejecutó el atentado a Pinochet y la internación de arsenales por Carrizal Bajo.

Vivía casi siempre solo, de preferencia en el barrio alto de la capital, con una identidad falsa y ocupaciones y apariencias que iban variando. Un tiempo era médico, luego empresario, profesor o académico. Cualquier cosa menos lo que era: el hombre que coordinaba y daba el visto bueno a las acciones subversivas más connotadas de esos años.

Ese hombre está sentado ahora en la oficina desde la que dirige el Partido Comunista. Hunde una galleta en el café que tiene enfrente y dice que más difícil que hablar de lo que hizo o no hizo en esos años, es hablar de la relación con sus tres hijos, a quienes abandonó para entregarse a una vida clandestina. Prácticamente, no los vio crecer. Sus tareas como jefe militar eran tan delicadas y riesgosas, que “tenía que llevar una vida clandestina hasta dentro de mi propio partido”.

-Nadie podía saber en lo que yo andaba -dice.

***

A mediados de 1974, mientras participaba de una reunión política en Santiago, fue detenido por agentes de la Sifa, el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Estuvo dos años preso y los primeros seis meses los pasó esposado y vendado, bajo tormentos permanentes, en los sótanos de la Academia de Guerra de la Aviación. Años más tarde, en un libro testimonial escrito en tercera persona, él narró lo ocurrido en esos primeros días, que fue la tónica de los que siguieron; el recuerdo de esas sesiones de tortura, en las que le ponían electricidad en los tobillos, pantorrillas, tetillas, genitales y manos, y en las que sentía como si miles de agujas lo atravesaran.

Al recuperar la libertad, no quiso salir del país. Trabajó en una empresa constructora, se relacionó con la madre de su tercer hijo y retomó vínculos políticos. Eran los últimos días de 1977. Los dirigentes de la tercera directiva en la clandestinidad del Partido Comunista habían sido detenidos y hechos desaparecer. Las cosas no podían estar peor, cuando le pidieron formar parte de una nueva directiva. El previno que mejor buscaran a otro, porque había estado preso y lo tenían identificado. De vuelta le dijeron que eso era una ventaja. Nadie sospecharía de él.

Tiempo después, el partido decretó la política de Rebelión Popular de Masas, que consideraba “todas las formas de lucha, incluso las más agudas”. El diseño apostaba a la caída del régimen mediante una fuerte presión social, empujada por acciones armadas. Era 1980. Aún faltaban tres años para que surgiera oficialmente el FPMR y Guillermo Teillier, que entonces tenía 36 años y había entrado por completo a la clandestinidad, era designado jefe de la comisión militar del partido.

-¿Por qué lo eligen a usted?

-Siempre en el partido se hacen consultas, nunca se impone una cosa, los dirigentes tratan de encontrar un acuerdo y resulté elegido por la mayoría. Me dijeron: “Tienes que hacerte cargo”. Y, bueno, me hice cargo.

-¿Tuvo instrucción militar en Cuba?

-No, yo nunca fui a Cuba a hacer instrucción militar. Nunca, ni de seguridad ni de chequeo. Curiosamente, uno podría pensar que sí. Yo estuve varias veces en Cuba, pero no para eso.

-¿No lo necesitaba como jefe militar?

-No, si me hubiera tocado combatir, me hubiera servido. Pero todo eso, como decía Lenin, en el curso de la batalla tiene que aprenderse. La dirección que hacía yo era política y mi trabajo era político, no operativo. Ahora, lo que sí estudié mucho es el tema de la estrategia, táctica, insurrección. En la Unión Soviética recibí algunas charlas, pero de gente del partido nuestro que, a su vez, había tenido charlas allá. Cosas de recuperación de experiencias de la vida clandestina, de saber si uno estaba vigilado o no, de conocer los sistemas de interferencias telefónicas. Fue algo completamente informal, no algo riguroso, donde estuviera encerrado por semanas. Más aprendí acá.

-¿Andaba armado en esos años, diputado?

-No, jamás. ¿Quién sabía que yo era el encargado militar del partido? Si hubiera tenido un arma, habrían dicho: “Este está metido”. No me servía de nada un arma.

***

El mismo día del golpe de Estado pasó por primera vez a la clandestinidad. Vivía en Valdivia, donde era dirigente juvenil, y los militares lo buscaban con avisos en los diarios y los postes. Por su bien, por el de su familia y el de sus compañeros de partido, no podía aparecer por su casa y arriesgarse a ser detenido.

En esos primeros años no vio a su familia más que un par de veces. En prisión estuvo aislado. Y, poco después de ser liberado, volvió a desaparecer de la vida pública. Sus dos primeros hijos, un hombre y una mujer, bordeaban los 10 años. Su tercer hijo recién había nacido.

-Separarse de la familia, de los hijos, es complejo, más complejo que cualquier otra cosa -dice Teillier-. Pero si usted es un dirigente responsable, si le piden hacer un sacrificio de esa naturaleza, claro que lo va a hacer, porque sabe que está retribuyendo a otros que perdieron la vida.

Vivir en la clandestinidad significa renunciar por completo a la vida real para adoptar una nueva que, en esencia, es ficticia. Significa inventarse una profesión, una apariencia y un nombre. En el caso de Teillier, a veces usó su verdadera identidad y otras una falsa, suplantada de un simpatizante del partido sin figuración o derechamente inventada. Lo importante era cambiarla con frecuencia.

Al comienzo fue José, Roberto y Fernando. Luego, Carlos y, más tarde, Sebastián. Sebastián Larraín.

Este último nombre surgió de manera fortuita. Un día de mediados de los 80 llegó a pedir hora con un médico, y cuando le preguntaron su nombre, él, que usaba cualquier otro menos el de Guillermo Teillier, lo olvidó. Entonces, sobre la marcha, tuvo la ocurrencia de inventarse el de Sebastián Larraín.

El nombre le abrió puertas y en alguna oportunidad lo salvó de algún control de tránsito. También le dio alegrías. No sólo a Sebastián. Cuenta Teillier que mientras se refugiaba en casa de una mujer mayor del partido, ésta, que lo conocía por otro nombre, lo sorprendió con una torta y vecinos del barrio que le cantaron el Cumpleaños Feliz.

En su oficina del Partido Comunista, Guillermo León Teillier del Valle, 69 años, sonríe y dice:

-Es cierto, yo tenía varios cumpleaños al año.

***

-¿Cuáles eran sus funciones como jefe militar del partido?

-Yo era una especie de coordinador.

-¿Las principales acciones del FPMR pasaban por su aprobación?

-El problema que teníamos ahí era de seguridad. Ellos hacían una planificación general, pero no podían dar a conocer las acciones. En ese sentido, era bien difícil y compleja esa relación. No es que ellos anduvieran por la libre, no, pero tenían cierta autonomía dentro de un marco general. Por ejemplo, si venía una protesta, ahí nos reuníamos para ver qué podíamos hacer.

-¿Hubo acciones del FPMR que el partido no autorizó?

-De repente surgían situaciones que nos pillaban de sorpresa.

-¿Y el secuestro del hijo de Manuel Cruzat? (Gonzalo Cruzat tenía 11 años cuando lo capturó el FPMR, en abril de 1984, lo retuvieron cuatro días y lo liberaron luego de que su padre pagara un millonario rescate).

-Fueron cuestiones complicadas. Rápidamente, eso lo desechamos de nuestra forma de actuar... Ellos (en el FPMR) sabían que tenían que apegarse estrictamente a una disciplina, tenían que hacer cosas medidas, viendo el efecto que podían causar. La mayoría de las cosas eran propagandísticas.

-¿Y los asaltos a bancos y financieras también eran aprobados por el partido?

-Nosotros no hicimos asaltos a bancos, que yo recuerde. A armerías sí, eso era aceptado. Ese tipo de cosas son de cajón que las tenían que hacer. Evidente. También, asaltos a camiones con pollos que se repartían en poblaciones. Ahora, yo le quiero decir que el Frente actuaba con bastante responsabilidad. Lo que pasa es que acciones de este tipo traen consecuencias. Hay pérdidas de vidas, riesgos, los que estaban metidos en eso sabían en lo que estaban.

-¿A qué se refiere con que actuaban con responsabilidad?

-Que ellos no se excedían. Cómo le dijera yo... no hacían cuestiones desmedidas. El Frente llegó a ser muy popular, si ellos le hubieran hecho daño a la población, hubiera sido lo mismo que hacían los milicos, que entraban a las poblaciones y le sacaban la cresta a la gente. Sí, es cierto que al Frente le dieron duro, le mataron mucha gente, y el Frente respondió.

***

Si Guillermo Teillier jamás cayó detenido en los 80 fue porque siguió rigurosamente las normas de clandestinidad. Iba de una casa a otra, cambiando de identidad y apariencia, sin salir más que lo justo y necesario. Usaba bigotes, barba y hasta bisoñé. Luego se rasuraba por completo. El ahora diputado hacía todo eso y lo más importante: jamás volvió de visita a la casa de su familia. Su primera esposa había muerto de cáncer en 1978 y los dos hijos de ese matrimonio quedaron viviendo con la madre del diputado.

Sólo una vez se reunió con su madre y su hija, en uno de los andenes de la Estación Central. Fue un encuentro breve y no se dijeron mucho. Y si se dijeron, Teillier no lo recuerda.

-Una de las cosas que se aprende en la clandestinidad es a olvidar. Usted sabe, por seguridad -dice.

Olvidar direcciones, teléfonos, nombres. Cuando se está en lo que estaba el diputado, cualquier dato puede resultar comprometedor, en caso de caer en manos de la policía política.

La clandestinidad puede parecerse a la vida de retiro de un monje. Claro que Teillier no estaba dedicado a rezar. Leía documentos internos, escribía artículos y proclamas y salía a reuniones con altos dirigentes del partido, acompañado siempre por un chofer o enlace. Además, “al menos una vez al mes”, se reunía con Raúl Pellegrin.

El jefe máximo del FPMR ejercía un fuerte liderazgo en la agrupación subversiva. Pellegrin, que pasó su juventud en Cuba y allá recibió entrenamiento militar, fue el encargado de organizar las acciones operativas. Su primer atentado fue un apagón nacional, luego siguieron los asaltos armados y algunos secuestros. Con los años, su capacidad operativa aumentó. La internación de armas en Carrizal Bajo y la Operación Siglo XX, cuyo objetivo era matar a Pinochet, fueron sus acciones de mayor relevancia en 1986. El fracaso de éstas llevó a un proceso de revisión por parte del PC y el intento de intervenir al FPMR. Pellegrin se opuso y logró que La Habana les mantuviera el apoyo. Ya escindido del PC, el Frente Autónomo continuó por su cuenta. Raúl Pellegrin murió en Los Queñes, tras un asalto a la comisaría del lugar fue capturado, junto a Cecilia Magni. Sus cuerpos aparecieron flotando en un río, con huellas de tortura, en octubre de 1988. El FPMR terminó disolviéndose en los 90, tras asesinar al senador Jaime Guzmán y secuestrar a Cristián Edwards.

***

En los años en que Teillier vivía en la clandestinidad, la dirección del partido era lo más parecido a lo que se puede llamar una familia, cuenta Teillier.

-¿Se deprimía, diputado?

-Yo no soy mucho de deprimirme. Afortunadamente, sé cómo superar eso. Claro, de repente venía la nostalgia, pero yo estaba obligado a tener la moral en alto, la desmoralización es el peor enemigo de un ejército, de los políticos. Si uno está en una dirección, no va a visitar con debilidad a un compañero.

-¿En esos años tuvo pareja?

-No.

-¿Y vivía con temor a ser detenido?

-Yo sabía que podía caer, pero nunca andaba pensando en eso. Yo sabía que tenía que cuidarme rigurosamente para no caer. Además, tenía bastante confianza en el sistema de seguridad que habíamos creado después de todas las caídas.

-Pero la gente del FPMR caía frecuentemente, y no poca gente del partido.

-El Frente era más operativo, y usted sabe que a los partidos los destruyen cuando echan abajo su dirección. Y aquí, pucha que nos echaron abajo compañeros de dirección. Si usted lee la cantidad que tenemos ahí -apunta a un afiche que cuelga en la antesala de su oficina-, son como 400. Entonces, el atentado a Pinochet es una réplica de lo que ellos hicieron con nuestras direcciones. No es nada más que eso. Ellos atentaron contra la dirección del partido. Bueno, entonces nosotros hacemos un atentado contra la persona que ordenó esos atentados. Hay que ponerse en la lógica que primaba en ese momento para entender todos los actos que se hicieron. Si usted los saca del marco, no se entiende.

-¿Justifica la violencia?

-Yo creo que la violencia es condenable porque conlleva muertes. Pero el tema está en que cuando se aplica violencia contra usted, no le queda otro camino que responder. Y a nosotros, en dictadura nos pasó eso. O sea, nos dieron, nos dieron, nos dieron. Hasta que dijimos basta.

***

Es martes al mediodía y el diputado Teillier está sentado tras el escritorio de su oficina del Congreso Nacional. Muchas cosas han cambiado para él desde los días en que vivía sumergido en la clandestinidad. Volvió a reencontrarse con sus hijos, un proceso que “costó mucho, porque van quedando cosas dentro sin resolver”. Volvió a establecer una relación de pareja y, en definitiva, volvió a ser el que había sido hasta antes de 1973. Después de tres intentos, fue elegido diputado. Y en estos días negocia con la Concertación los cupos al Congreso de la próxima elección, además de un muy probable apoyo a la candidatura de Bachelet, a cambio de participación en un eventual gobierno. El hecho es inédito.

La histórica distancia de la Concertación con el Partido Comunista obedece, en gran parte, a la política militar emprendida por esta agrupación en los 80. Las diferencias se agudizaron con la internación de los arsenales de Carrizal Bajo, en un hecho en que el diputado reconoce participación directa, tanto en la compra como en el traslado de varias toneladas de armas.

-Yo salí a pedir ayuda para desestabilizar definitivamente a la dictadura -dice ahora.

Y dice que lejos de considerarlo un error, siquiera una derrota definitiva de la política militar del partido, la internación de los arsenales y el atentado a Pinochet “dejaron al descubierto las debilidades de la dictadura” y “ayudaron a dar una salida política”.

-Usted escucha a Ricardo Lagos, que dice que aquí derrotamos a la dictadura con un lápiz y un papel. Mentira. Si no hubiera existido todo este sacrificio del pueblo, de lucha, no habría sido posible.

-¿Ha habido cinismo de la Concertación al respecto?

-Es que, por una parte, nos criticaban, pero en las conversaciones con nosotros alentaban a que siguiéramos adelante. Ofrecían su colaboración porque sabían que les convenía a su política. Yo podría relatar conversaciones de la época, que no voy a relatar por compromisos, que dejarían a muchas personas en vergüenza.


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El Melocotón: el punto de partida de Pinochet

Residencial Inesita: la llamada de alerta

Cuesta Achupallas: el sitio de la emboscada

El atentado a Pinochet en tres tiempos

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Este miércoles se cumplen 30 años del atentado del FPMR a la comitiva de Augusto Pinochet en la cuesta Las Achupallas, en el Cajón del Maipo. Tres de sus protagonistas, dos escoltas del general y César Bunster, ex frentista y autor intelectual del ataque, recuerdan el hito y explican cómo ese combate cambió sus vidas para siempre.

Tamy Palma, Ignacio Bazán y Francisco Siredey

Mientras revisa en silencio cuánto ha cambiado el estrecho camino de tierra, pastizal y árboles que tiene la cuesta desde donde el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) realizó la emboscada que casi le cuesta la vida al general Augusto Pinochet, el 7 de septiembre de 1986, César Bunster Ariztía (58), actual concejal por Puente Alto, rompe el hielo: “No he vuelto a tomar un arma desde esa época”.

La carrera política de Bunster se ha desarrollado en el Partido Comunista. Ese día de septiembre de 1986, a los 28 años, tuvo que pasar a la clandestinidad absoluta hasta enero de 2004, cuando la Corte de Apelaciones de San Miguel confirmó el sobreseimiento definitivo por la prescripción de su causa: haber colaborado de forma directa con el FPMR organizando el atentado en contra de Pinochet y sus escoltas. Hasta esa fecha, su nombre de chapa era “Enrique Miriel”, tanto para su entorno social como para la mujer a la que llama “compañera”, con quien hoy tiene dos hijos, de 23 y 26 años. “Eso fue lo más duro: contarles lo que nunca pude a ellos, que eran mis únicos familiares con los que tenía contacto. Hasta entonces, ellos siempre creyeron que mi nombre era Enrique. La sorpresa, entonces, fue grande”.

En distintas partes de Santiago, Bunster se reunió con sus amigos y les fue relatando su vida en Inglaterra, cuando su padre era embajador de Salvador Allende y donde su primera incursión en el PC fue luego del Golpe, ingresando a través de los exiliados que fueron llegando y armando un movimiento importante para enviar ayuda a Chile durante la dictadura. “Estuve en eso un buen tiempo, hasta que decidí volver y empezar a militar clandestinamente hasta llegar al Frente. Pero no lo tenía contemplado así”.

Sus amigos quedaron boquiabiertos. No les cabía en la cabeza que el hombre de lentes que tenía un cabello frondoso repleto de rulos y un particular bigote, en realidad iba a un peluquero para que le rizara el cabello y le pegara una abundante barba que era una artimaña para su mentón partido. “Si me pillaban, podían procesarme y caía preso, entonces me acostumbré a vivir escondido”, dice Bunster, quien sólo volvió a ver a su padre unas cinco veces, cuando éste visitaba Chile. Los encuentros eran con extremas medidas de seguridad, incluso estando en democracia. “Me daba miedo que me pillaran”, aclara. Esta relación se mantuvo igual con su madre, a quien vio sólo dos veces antes de que ella falleciera en España.

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Hace poco retomó la comunicación con los familiares con los que se alojó los primeros años tras su retorno a Chile. “Tras el atentado, fueron donde ellos y les hicieron las cosas más terribles que se pueden imaginar. Ese es un tema que todavía no está resuelto”, cuenta Bunster.

Pese a que la cruzada más difícil era volver a tomar el contacto con familiares y retomar la confianza de su entorno social, las puertas del PC se le abrieron ampliamente tras su regreso de la clandestinidad. Por lo mismo, en 2008 disputó la alcaldía con Manuel José Ossandón (RN) y Jorge Ayala Farías (PS), sacando el tercer lugar. Cuatro años más tarde, y en el mismo distrito, fue elegido concejal, cargo al que actualmente está repostulando. “En el partido me recibieron bien y algunos como un héroe por haber participado en la emboscada a Pinochet, pero hice una carrera política normal”, dice Bunster. “No me gusta la exposición y menos que me traten como héroe. Ese 7 de septiembre de 1986 es un día de todos los que estaban en contra de Pinochet, no sólo nuestro”. Al cerrar la frase divisa la animita de cinco hombres fallecidos de la comitiva del general Pinochet. Y remata: “Lo hicimos de esa manera pensando que les cambiaríamos la vida a todos los chilenos”.

***

Rodrigo García Pinochet tenía clases al día siguiente del atentado. Tanto su madre como su abuela instruyeron a la comitiva que el niño debía viajar con ellos de regreso a Santiago. El menor, hijo de Lucía Pinochet, insistía en que quería subirse a alguno de los vehículos de seguridad, porque le gustaba hacer el camino acompañado de carabineros y militares. Su abuela, Lucía Hiriart, tenía otra opinión y se la hizo saber a su marido, el general Augusto Pinochet: el niño debía ir a bordo del Mercedes Benz blindado junto a él. Esta decisión cambió los planes del cabo primero José Ramón Barrera, de 32 años, escolta número uno del comandante en jefe del Ejército, que tuvo que dejarle su puesto al niño y desplazarse hasta el auto de seguridad número uno.

Barrera venía preparándose para ese día desde 1973: ingresó a hacer el servicio militar justo unos meses antes del Golpe. “A acostarse temprano, que mañana botamos a Allende”, le dijo su superior la noche del 10 de septiembre. Su labor asegurando autopistas y torres de alta tensión no fue relevante esos días, pero sería el comienzo de una carrera ascendente como suboficial del Ejército. Luego de tomar los cursos de paracaidismo y comando, Barrera fue escogido dentro de las unidades de Fuerzas Especiales para reforzar la seguridad de la familia Pinochet. Entre 1979 y 1981 trabajó con sus hijos Augusto, Lucía, Marco Antonio, Jacqueline y Verónica, luego se desempeñó como escolta de Lucía Hiriart y finalmente llegó al círculo de seguridad del comandante en jefe del Ejército en 1983, justo cuando, según dice, “el ambiente comenzaba a ponerse espeso” por la irrupción del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).

Su labor como escolta de Pinochet e integrante de la Compañía de Comandos N° 12 lo obligaba a pasar muchos fines de semana en las residencias de Presidente Errázuriz,  Bucalemu y El Melocotón. Ahí los soldados tenían sus propias dependencias y podían realizar sus actividades, como ver películas, jugar fútbol o algún juego de mesa, hasta que algún integrante de la familia salía de la casa. “Se mueve el jefe”, solía avisar una voz a través de un parlante. Entonces, Barrera debía seguir los pasos de Pinochet en sus paseos, pero siempre a una distancia prudente, para no hostigarlo. A veces, el general lo invitaba a acercarse y le hacía un par de preguntas sobre su familia. En otras ocasiones, le tocaba acompañar a Lucía Hiriart, sus hijos y nietos en cabalgatas por el campo. “A diferencia de lo que dice la gente, mi general (Pinochet) era una persona excelente, un gallo acampado”, asegura Barrera.        

El 7 de septiembre de 1986, la caravana presidencial salió alrededor de las seis de la tarde de la casa de El Melocotón. Estaba compuesta por dos motociclistas de Carabineros y cinco autos, que en total trasladaban a 21 personas. Dos vehículos más de la CNI seguían la columna a la distancia. En el primer auto, un Opala, viajaban cuatro carabineros. Barrera iba en el tercer auto, justo al medio de la comitiva, en el Ford LTD que seguía al blindado del general Pinochet. Junto a Barrera viajaban el jefe de seguridad, coronel Juan MacLean, el cabo segundo Cardenio Hernández (chofer) y el cabo primero Gerardo Rebolledo, pareja de trabajo de Barrera y uno de sus buenos amigos dentro del Ejército. Todos vestían de civil.

Atrás de ellos se movía el “blindado de alternativa”, donde viajaba el médico Domingo Videla y los sargentos Waldo Castillo y Francisco Carpio. Este Mercedes Benz era resguardado, a su vez, por el último vehículo de la columna, otro Ford LTD, donde viajaban cuatro comandos más en uniforme de combate. Les llamaban los “manchados”. Uno de ellos era el cabo segundo Roberto Pinilla, de 23 años en 1986. Junto a él viajaban los cabos primero Juan Fernández (chofer) y Miguel Guerrero, y otro cabo segundo, Roberto Rosales. Pinilla recuerda que un factor clave para lo que sucedería ese día fue la compra de un nuevo blindado: “En el nuevo siempre iba el jefe y el segundo Mercedes era más viejo y se notaba la diferencia. Con el cambio de auto, los dos blindados quedaron casi idénticos. Los frentistas quedaron pagando, porque no sabían en cuál de los dos iba”.

La comitiva atravesó un puente mecano que era protegido por integrantes del Regimiento de Ingenieros N° 2 de Puente Alto. El edecán de Pinochet, el comandante de la Armada Pedro Arrieta, avisó por la radio que uno de los soldados estaba parado en una actitud demasiado hostil y ordenó que uno de los autos de la CNI fuera a corregirlo.

-Si es un soldado, no un boy scout -protestó Barrera.

-Cuidado, Barrera -lo reprendió MacLean, por cuestionar la orden de un superior.

En el sector de Las Achupallas, la columna de vehículos divisó una camioneta con una casa rodante a un costado del camino. Una vez que los dos motoristas de Carabineros pasaron, la camioneta comenzó a moverse hacia la calzada, bloqueando el camino. Barrera asegura que supo instantáneamente que se trataba de una emboscada y que no esperó ninguna orden para asomar su UZI por la ventana trasera derecha del Ford LTD. Sin pensar en la posibilidad de que se tratara de un accidente, comenzó a disparar.

***

El día del enfrentamiento estaba inicialmente preparado para el fin de semana anterior. “Tuvimos que correrlo, porque murió Alessandri y el dictador bajó antes a Santiago”, recuerda Bunster. Esa semana, les dio tiempo para calcular las distancias que debían tomar para que las armas explotaran en el Mercedes Benz en el que iba el general, así como la estrategia que se utilizaría para que no los viera la comitiva. Bunster, entonces, estaba encargado de la logística junto a Cecilia Magni, conocida entre sus compañeros como “comandante Tamara”. Durante los dos meses de preparación, Bunster arrendó la hostería en la que se alojaron los fusileros y los autos que utilizaron para encañonar a Pinochet. “También participé de los entrenamientos físicos que se hacían en el Parque O’Higgins y de los entrenamientos con armas que se realizaban en algunos subterráneos de casas que arrendaba el FPMR”, recuerda.

Los lanzacohetes que portaban eran norteamericanos y  desechables. Funcionaban con un sistema eléctrico que permitía una acción rápida, en la que se abrían, se apretaba y con la distancia tomaban fuerza para generar explosiones de alto calibre. Por lo mismo, sólo podrían saber si funcionaban o no al momento del enfrentamiento. Y ese fue el mayor temor de los combatientes: que la operación fracasara. “Estuvo muy bien planificada. Nunca se nos pasó por la cabeza que gran parte de las armas no funcionarían”, dice Bunster.

Tras el combate, y el arranque que realizó el chofer de Pinochet en reversa, se percataron que, al menos, no había muerto ninguno de ellos. No así los hombres que acompañaban a Pinochet. “Nuestro objetivo no eran personas de la comitiva, sino que golpear a Pinochet. Lamento que hayan muerto escoltas ese día. Pero, lamentablemente, ellos optaron por ir a una guerra contra el pueblo. Y el pueblo decidió defenderse en un momento determinado. Por lo mismo, no lo veo como un asesinato. Los que asesinaron fueron ellos, lo nuestro fue una defensa”, asegura Bunster.

El objetivo, evidentemente, no se había cumplido y la “sensación era bien amarga, porque pensábamos que el golpear la dictadura a la cabeza misma era necesario para terminar con ella y para recuperar la democracia”. Después de eso, el FPMR se dividió y no volvieron a juntarse como grupo, ya que estaban siendo buscados por los grupos de inteligencia de la época. La clandestinidad o huida del país se hizo obligatoria para la mayoría. Otros, como Cecilia Magni, formaron un grupo al margen del Partido Comunista -el financista del FPMR- llamado Frente Autónomo. En octubre de 1988, Magni fue abatida por carabineros en el sector de Los Queñes.

***

El violento frenaje de los cinco autos coincidió con el inicio del fuego cruzado. Los testigos cuentan que el primer impulso de Pinochet fue bajarse del auto para hacer frente al enemigo, pero que su chofer y edecán se lo impidieron. La orden de retroceder salió desesperadamente de las radios. “Se armó un acordeón con el frenado de los vehículos. Mi capitán (MacLean) empezó a gritar atrás, atrás, atrás”, recuerda Barrera, que disparaba en dirección a la plataforma del cerro desde donde salían los fogonazos. Su auto llegó hasta una curva y fue interceptado por un cohete LAW que se incrustó en la maleta y explotó, matando al cabo Rebolledo instantáneamente. Barrera recuerda el calor del auto en llamas y que escapó hacia el borde del precipicio. Su compañero Cardenio Hernández fue acribillado al intentar la misma maniobra. “Salí del auto con mucho dolor de cabeza, tenía la mano llena de sangre. Tenía dos cargadores. Crucé bajo fuego y sentí los balazos en el pavimento. Estaba muy mareado, pero escuchaba a mis compañeros luchando”, añade.

Unos metros más atrás, el cabo Pinilla daba su propia batalla. Se recuerda a sí mismo parado, espalda contra el cerro, mientras caían balas desde arriba que rebotaban en el piso y otras que recibía desde la camioneta, que daban en la parte de arriba del murallón donde se cubría. Desde ahí veía la precaria condición de los carabineros del primer auto de la columna: el teniente Yordan Tavra, el sargento Luis Córdova -quien quedaría parapléjico tras el ataque-, el cabo primero Miguel del Río y el cabo segundo Pablo Silva, quien falleció en el lugar. Luego vio de cerca la muerte de uno de sus propios compañeros, el cabo Rosales. “No sabía que bajó herido, pero hay un hilo de sangre en la ventana que lo demuestra. Se parapetó al costado del portamaletas. Le llegó un LAW que explotó, levantó el portamaletas y causó que le explotaran las granadas que llevaba encima. Perdió un brazo, una pierna y salió expulsado hacia el barranco”, dice Pinilla.

Tanto Barrera como Pinilla vieron cómo sus compañeros iban cayendo uno a uno. En un momento creyeron que correrían la misma suerte. Ambos esperaron, cada uno a un extremo del camino, que llegara el final. Pero había un hecho importante que los tranquilizaba. Habían visto cómo el chofer Oscar Carvajal le daba la vuelta al Mercedes Benz que transportaba a Pinochet y lograba escapar de regreso a El Melocotón, seguido del blindado de alternativa. El atentado había fracasado. “Las emboscadas tienen una zona de muerte, que es el área donde el enemigo va a recibir todos los golpes”, sostiene Pinilla, desafiante. “Una vez que se sorprende se pasa a la segunda etapa, que es el asalto, pero ellos nunca lo hicieron, siempre dispararon de lejos. Se cagaron”. Barrera agrega que sus oponentes “eligieron bien el lugar, eligieron bien la hora y tenían las armas. No sé si les habrá faltado decisión, lo desconozco. Nos podrían haber matado a todos”.

Pinilla fue el único escolta que terminó totalmente ileso. Al mirar la hora en su reloj, unas horas más tarde, se dio cuenta de que se había detenido a las 18.40, la hora exacta del ataque. Barrera no tuvo la misma suerte, pero quedó con heridas de mediana gravedad, producto de las esquirlas. El médico que le quitó el chaleco antibalas en el Hospital Sótero del Río le hizo ver que había sido afortunado. “Usted tiene más vidas que un gato”, habrían sido sus palabras al ver las esquirlas incrustadas en el chaleco. Recién después de eso Barrera pudo comunicarse con su familia, que llevaba horas pensando que había muerto.

***

Semanas después del atentado, el único contacto que César Bunster logró tener con  el grupo armado fue la visita de uno de sus compañeros. “Era un chico flaco, bueno para la pelota y bien humilde. No recuerdo su nombre, pero sí que me dijo “oye, te están buscando por todos lados”. Yo me reí y le contesté: ¿Viste el diario de hoy? Apareciste tú en todos lados y te hicieron un perfil en donde hablan tus vecinos”, recuerda. El compañero, entonces, quedó preocupado y, según Bunster, le dijo cabizbajo: “¿Qué van a pensar mis vecinos de mí? Si yo no hice nada malo”. Esa respuesta marcó la visión que tenía Bunster sobre el grupo: “Nosotros queríamos estudiar después de ajusticiar a Pinochet. Otros querían volver a sus casas, reencontrarse con sus familias y vivir en democracia. No éramos terroristas. Lo que él me dijo ese día me lo confirmó: lo que hicimos esa vez no lo volvería hacer en tiempos de democracia”, dice Bunster.

***

Barrera saca una cajetilla de cigarros de su bolsillo. Mientras se lleva uno a la boca recuerda que en este mismo lugar, hace casi 30 años, lo único que quería era fumar. Hoy tiene 62, está retirado y trabaja en una empresa de seguridad. Dice que cada vez que fuma se acuerda de sus compañeros muertos en el atentado: Pablo Silva, Cardenio Hernández, Gerardo Rebolledo, Miguel Guerrero y Roberto Rosales. Sus nombres están inscritos en un discreto monumento situado al borde del camino. Aquellos que murieron como cabos fueron ascendidos para que sus familiares cobraran una mejor pensión. Los sobrevivientes, en cambio, se transformaron en la envidia de las Fuerzas Armadas y ganaron la medalla al valor. “Para mí fue un orgullo, una suerte haber participado de ese combate, haber podido sacar a mi general Pinochet”, asegura.   

Eso sí, nadie fue ascendido.   

Por algún tiempo, Barrera vivió perseguido tras el atentado. Instaló trampas de seguridad afuera de su casa, pensando que el FPMR iría detrás de su familia, hasta que se trasladó a una villa militar y pudo sentirse más tranquilo. Se mantuvo por un par de años más en la escolta y luego fue derivado a otras unidades. Hasta donde recuerda, Pinochet incrementó su seguridad después del atentado, sumando más comandos y un helicóptero a su columna, pero no se volvió más temeroso. En 2006, se encontró con Rodrigo García Pinochet en el funeral de su abuelo. Recuerda que éste le agradeció que por el trabajo de ese día el general pudiera vivir 20 años más.

Pinilla se mantuvo en la escolta presidencial hasta 1989. Hoy es abogado de temas laborales, penales y de familia. Además, hace clases de Derecho Penal en Carabineros. No le gusta hablar del atentado ni de aquella época, de la que se siente ya muy lejos. De hecho, es primera vez que lo hace, “porque me pillaste volando bajo”. De lo que pasó esa tarde de septiembre no conversa ni con su señora ni con sus tres hijos. Su único gesto es ir cada aniversario a la misa que se hace en honor de los caídos. Se sienta atrás y se va en silencio. La muerte de su amigo Rosales le penó por años, hasta que un tratamiento psicológico le permitió entender que no había sido su culpa.

“Yo elegí estar ahí por vocación, por un tema de convicción militar -dice tomando un cortado en un café del centro-. Nadie nos debe nada, a mí me pagaban por eso y uno de los riesgos era sufrir este tipo de ataques. Los héroes son los que murieron. Cuando tú te metes en algo, asumes el riesgo. Yo no lloré porque me agarraron a balazos y siento que del otro lado se ponen como víctimas cuando salían a disparar a matar”.

Barrera acepta que el Ejército cometió violaciones a los DD.HH., pero las menciona como “excesos” o “abusos”. Pinilla dice que los militares no están entrenados para la calle, como los policías, y que eso trajo problemas con la población. Ninguno de los dos ha sido procesado por delitos de DD.HH., debido a que ambos se dedicaron prácticamente toda su carrera a la defensa. Barrera agradece no haberse involucrado en la Central Nacional de Inteligencia (CNI). El historial de combate de ambos se reduce al 7 de septiembre, una victoria, al menos para el modo de ver de Barrera.

Barrera comenta que durante la reconstitución de escena conversó con uno de sus oponentes de esa tarde. Según cuenta, tuvo un breve diálogo con Juan Moreno Avila, alias “Sacha”, uno de los líderes del atentado. “El expresaba su odio hacia el general, sin saber quién era yo. Estaba encadenado. Llegó un momento en que le dije que yo había sido uno de los que pelearon por mi general Pinochet. Nos miramos nomás. Nada más”.

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El detalle del momento de la emboscada

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Los informes secretos de la embajada de EE.UU. tras el atentado a Pinochet

informes secretos

El atentado contra Augusto Pinochet el 7 de septiembre de 1986 motivó una serie de cables de la embajada de Estados Unidos en Santiago en los que se informaba a Washington sobre el endurecimiento de las acciones  del gobierno y el escenario en que quedaba Pinochet. Y se advertía: “El FPMR planea volver a actuar”.

Por Juan Paulo Iglesias

El 7 de septiembre de 1986 el embajador de Estados Unidos en Chile, Harry Barnes, no estaba en Santiago. A cargo de la embajada se encontraba, en calidad de encargado de negocios, George F. Jones, quien se trasladó de inmediato a la sede diplomática y comenzó a informar a Washington sobre lo que sucedía en el país. Los mensajes catalogados como “urgentes” salieron desde la madrugada del 8 de septiembre de Santiago, En ellos se detallan los pasos que estaba tomando el gobierno y se analizan los efectos que el hecho podía tener en el proceso de apertura democrática que vivía el país. A partir de entonces, los mensajes que hacen referencia de una u otra manera al  atentado se repiten durante varios meses. Incluso la embajada de EE.UU. en el Vaticano advirtió que de extenderse el estado de sitio decretado tras el atentado el Papa Juan Pablo II podía suspender su visita prevista para abril de 1987.

El primer cable enviado desde la embajada

“Se impuso el toque de queda. Las detenciones comenzaron”. Bajo ese encabezado la embajada de Estados Unidos en Santiago envió la madrugada del 8 de septiembre de 1986 un mensaje confidencial a la Secretaría de Estado en Washington, detallando la situación en Chile tras el fallido atentado contra el general Augusto Pinochet, ocurrido pocas horas antes en el Cajón del Maipo.  El mensaje, transmitido con copia a las embajadas estadounidenses en Buenos Aires, la Paz y Lima y a los comandantes en jefe del Comando Sur y del Comando Atlántico de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, es el primero que se envió desde Santiago, tras el ataque y está firmado por el entonces encargado de negocios de la representación norteamericana en Santiago,  Georg F. Jones. El embajador Harry Barnes se encontraba en esos días en Estados Unidos.

“Tras el fallido intento de asesinato del presidente Pinochet el 7 de septiembre, el GOC (gobierno de Chile, N. de la R.) anunció inmediatamente el estado de sitio en todo el país. El estado de sitio suspende los derechos de habeas corpus y de revisión judicial de muchas de las acciones del GOC y permite al gobierno imponer censura y arrestar y relegar a personas indefinidamente”, detalla el sumario del documento, que forma parte de los más de 23 mil mensajes hechos públicos por Estados Unidos como parte del proyecto de desclasificación de información entre 1968 y 1991 impulsado por el gobierno del Presidente Bill Clinton, tras el fin del régimen militar chileno. En sus seis páginas el cable hace un detallado análisis de las medidas adoptadas tras el atentado y sus eventuales consecuencias, advirtiendo del endurecimiento de las acciones del régimen.

Jones fue durante las horas y días posteriores al atentado el responsable de mantener informado a Washington sobre los pasos que tomaba el gobierno de Pinochet, en momentos en que las relaciones entre Estados Unidos y Chile no pasaban por el mejor momento. Tras la llegada del embajador Harry Barnes en noviembre de 1985 y en especial tras la muerte de Rodrigo Rojas de Negri, el joven fotógrafo chileno muerto en julio de 1986, pocos días después de regresar desde Estados Unidos, por las quemaduras causadas por una patrulla militar, los vínculos entre ambos países comenzaron a enfriarse. Por ello, existía preocupación sobre lo que podía suceder tras el atentado. “Es probable que el GOC utilice el estado de sitio para restringir la libertad de reunión y de prensa y vuelva a recurrir al uso del exilio interno (destierro)”, señala el informe de Jones.

Al revisar el documento, resulta evidente que mientras Jones escribía el mensaje los hechos se sucedían aceleradamente. “Los primeros informes sobre arrestos incluyen al presidente del partido socialista (Briones), al líder Ricardo Lagos, al presidente de MDP Germán Correa y a José Carrasco, editor internacional de la revista Análisis”, escribe poco antes de agregar: “Mientras esto es tipiado hemos sido informados que el GOC emitió su primer decreto”. Este “amplía el toque de queda a todas las personas entre las 2 y las 5 de la madrugada, el toque de queda anterior cubría sólo al tráfico vehicular”. Jones concluye asegurando que “una vez más la reacción de línea dura de Pinochet ayudará preferentemente a sus más duros enemigos, los comunistas, frustrando los esfuerzos de los partidos centristas para conducir a las FFAA hacia un diálogo constructivo”.

El pedido especial del secretario de Estado George Schultz

El 8 de septiembre, horas después del atentado, la embajada de Estados Unidos en Santiago recibió desde Washington un breve cable firmado por el secretario de Estado George Schultz. El mensaje señalaba escuetamente: “A menos que haya factores de los cuales no estamos conscientes, el Departamento cree que es del interés de nuestra política general hacia Chile que el encargado de negocios atienda en persona cualquier ceremonia en memoria de los miembros de las fuerzas de seguridad asesinados en el ataque de ayer contra la comitiva del presidente Pinochet. Por favor, informen si su presencia plantea cualquier tipo de problemas desde la perspectiva de la embajada”.

No existe entre los documentos desclasificados un mensaje de respuesta de parte de la embajada en Santiago. El encargado de negocios George Jones, cumpliendo las instrucciones, asistió a los actos de memoria de los escoltas asesinados. La inquietud de Washington surgía no sólo ante la eventualidad de que Jones decidiera no asistir a las ceremonias, sino también por la preocupación de que un representante de la embajada de Estados Unidos no fuera bien recibido en los actos, considerando el momento que atravesaban las relaciones entre ambos países.

Los escenarios que manejaba EE.UU. si mataban a Pinochet

“El sucesor inmediato de Pinochet sería el almirante Merino, según la Constitución de 1980, pero pensamos que muy probablemente poco después un general de Ejército, posiblemente uno traído de un retiro relativamente reciente completará el periodo de Pinochet en el poder”, señala el segundo párrafo de un informe enviado desde la embajada de Estados Unidos en Santiago en enero de 1987 –cuatro meses después del atentado fallido- bajo el título: “¿Qué pasa si matan a Pinochet? Escenarios sobre la sucesión presidencial”.

En las nueve páginas del documento catalogado como “secreto” y enviado a Washington con copia a los comando Sur y Atlántico de las fuerzas armadas se asegura que “el Frente Manuel Rodríguez planea intentar nuevamente matar a Pinochet. Si bien él es menos vulnerable que antes debido al aumento de las medidas de seguridad, su asesinato está lejos de ser una posibilidad remota”. El mensaje sugiere, en todo caso, que de producirse esa eventualidad “habrá sin duda una atmósfera más liberal en el país a largo plazo, a menos que un ‘clon’ de Pinochet tome el poder”.

Según la embajada de Estados Unidos, tras una eventual muerte de Pinochet, la Junta “intentará mostrar unidad y decisión en ese momento crítico y que el futuro presidente sea una persona estrechamente identificada con el régimen militar, que entienda la mente militar y las instituciones, lo que significa que estarán de acuerdo que sea un militar activo o recientemente retirado”. Pese a ello, el análisis no descarta que “las ambiciones personales, los equilibrios de poder institucionales y otros temas harán más difícil alcanzar un consenso”.

El informe firmado por el embajador Harry Barnes –quien dejaría la embajada el año siguiente- agrega que “el almirante Merino tiene la ambición de ser elegido presidente, pero no está claro si la Armada va a querer ser vinculada tan estrechamente con las decisiones políticas del régimen”. Además, precisa que tanto la Armada como la Fuerza Aérea y Carabineros “verán este momento como la oportunidad para terminar con el dominio indiscutido del Ejército en el gobierno, rechazando nombrar al miembro de la Junta Humberto Gordon (segundo en la jerarquía militar) o al vice comandante del Ejército Santiago Sinclair o a cualquier otro oficial activo”.

En otra parte Barnes señala pese a que “algunos en la oposición piensan que si Pinochet muere el régimen militar podría colapsar (…) en nuestra opinión esa mirada es peligrosamente equivocada”. La embajada advierte que tanto los militares como la derecha están determinados a “no permitir que cambie el régimen sin garantías satisfactorias de una serie de temas como la impunidad por violaciones de los derechos humanos, propiedad privada, el rol del Partido Comunista y el rol en el periodo de transición política de los militares”. E incluso no descarta que la cúpula militar del régimen sea desplazada por un militar de línea dura de rango más bajo.

Pese a lo anterior, y a que no descartaba que, por ejemplo, el general Sinclair logara imponerse y ser nombrado presidente por la junta, la embajada estimaba que el escenario más probable tras un eventual asesinato de Pinochet era que la junta designara probablemente al ex teniente general César Benavides, “que era muy bien considerado por sus colegas de la junta, antes de que Pinochet lo sacara, y es muy respetado dentro de los círculos militares”. En todo caso, el embajador Barnes hace también una advertencia: “No tiene ni la edad (ahora de 74 años) ni la personalidad para gobernar un periodo de transición de más de uno o dos años”.

Pinochet: “La CIA debe haber estado involucrada”

La CIA “debe haber estado involucrada” en el atentado, aseguró Augusto Pinochet el 28 de abril durante una reunión con la delegación de los Amigos del Centro Democrático de América Central (Pordemca) una organización financiada por Estados Unidos. El encuentro, detallado en uno de los mensajes desclasificados de la embajada de Estados Unidos en Santiago y firmado por Harry Barnes, duró una hora. Según miembros del grupo, permitió ver a un Pinochet “amistoso y encantador” que tras “contarles que él es profesor de historia, procedió a darles una lección sobre historia de Chile y del mundo, detallando sus teorías sobre las causas de la caída de la democracia en Chile y la debilidad de Occidente frente al expansionismo soviético”.

La referencia a la CIA, según el cable de Barnes, fue “aparentemente sin ninguna razón” de acuerdo a los asistentes. Pinochet “dijo que después del golpe de 1973 comenzó a recibir informes de que la CIA quería matarlo. Estos informes persistieron de tiempo en tiempo y en cierto punto, dijo que había hablado con Vernon Walters (subdirector de la CIA entre 1972 y 1976, N. de la R.) y recibió de él la certeza de que no había nada de eso. Sin embargo, siguió recibiendo esos reportes”. Por ello, durante el encuentro se mostró convencido de que la CIA estaba involucrada en el atentado. “La CIA tiene que haber estado metida en el intento de asesinato”, sostuvo. En ese punto, uno de los asistentes le preguntó si no sería más bien el KGB, ante lo cual “Pinochet respondió que algunas veces la CIA y la KGB ‘convergen en lo alto’, una expresión chilena que significa que dos oponentes pueden terminar colaborando involuntariamente”.

En su conclusión, Barnes recuerda las especulaciones surgidas tras el atentado sobre que éste pudo ser un ataque organizado por el propio Pinochet, un intento de los militares contra el general o incluso una conspiración entre la CIA y el KGB para matarlo. “”Los comentarios de Pinochet (…) pueden haber sido una expansión de esta última versión. Su detallado recuento de los informes sobre supuestos planes de la CIA contra él indicada que él se inclina a creerlos y puede estar dándole cierta credibilidad a la absurda historia de la participación de la CIA en la emboscada”, concluye Barnes antes de estampar su nombre al final del cable.

Un atentado al estilo del de Sadat en Egipto

Con fecha 18 de noviembre de 1986, poco más de dos meses después del atentado, la oficina de la CIA en Santiago envió un mensaje confidencial a la comandancia en jefe del comando sur de Estados Unidos, con copia a sala de situación de la Casa Blanca y a la oficina de operaciones en curso de la CIA, en Virginia, sobre el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Bajo el título: “apoyo cubano, composición y entrenamiento del FPMR y intento de asesinato presidencial”, el documento asegura que el Frente evaluó distintas alternativas para atentar contra Pinochet. Una de ellas, era realizar un ataque al estilo del asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat, asesinado en octubre de 1981 durante un desfile militar.

“Se propusieron varios escenarios para asesinar a Pinochet, incluyendo un ataque al estilo Sadat durante la tradicional parada militar del 18 de septiembre”, señala el documento que aún mantiene amplias secciones del texto en negro, protegiendo supuestamente datos sensibles sobre eventuales informantes o material que pone en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos. De acuerdo con el informe, esa opción fue descartada porque muchas personas, incluyendo miembros del FPMR podían morir. La CIA asegura además que hubo un largo debate sobre la operación y el FPMR decidió llevar a cabo el ataque sólo después de llegar a la conclusión que Pinochet planeaba quedarse en el poder más allá de 1989 o porque “creían que había planes del gobierno de EEUU para cambiar a Pinochet por otro gobierno de derecha”.

En los pocos párrafos desclasificados de las dos páginas del informe se asegura que “el FPMR usó información de oficiales militares chilenos en servicio activo, cercanos a Pinochet para planear y coordinar el atentado”. Sin embargo, no entrega más detalles sobre la identidad de esos oficiales.

“Pinochet sale reforzado”

“El ataque reforzó políticamente a Pinochet contra sus críticos al interior de los militares que se oponen a su reelección”, señala un informe de situación elaborado por la oficina de la CIA en Santiago y enviado a Washington dos días después del atentado. El documento de tres carillas y cuya última parte aparece en negro junto a la leyenda “a solicitud chilena”, asegura que “sus críticos al interior de la junta que han bloqueado varios intentos de reimponer el estado de sitio esta vez tendrán que ceder”. Sin embargo, agrega que este nuevo escenario para Pinochet podría durar poco porque “la mayoría de los oficiales militares sigue comprometidos con la restauración de un gobierno democrático en 1989. Algunos altos oficiales probablemente volverán a insistirle que sea más flexible políticamente y que se comprometa con dar un paso al lado al final de su periodo, si mantiene el estado de sitio por muchos meses”.

El informe catalogado como “Top Secret” agrega que “el ataque y otros actos de violencia del Frente probablemente son parte de un plan para demostrar que aún sigue siendo poderoso pese a la incautación de armas (en Carrizal Bajo)”, aunque precisa que la acción “pudo no haber sido aprobada” por el partido Comunista, que según sostiene la CIA “está teniendo dificultades para contralar a los activistas del Frente Manuel Rodríguez”. “Ellos (el PC) ciertamente se opone a cualquier plan del Frente para repetir el ataque contra Pinochet pronto”, asegura el informe de la CIA, en el que se agrega que el grupo tendría alrededor de 1.000 miembros, ubicados principalmente en Santiago y en otras dos o tres ciudades.


"Los fusileros hoy venden planes de Isapre, son obreros o guardias de seguridad"

fusileros

Como edición de aniversario por los 30 años del atentado a Pinochet, Juan Cristóbal Peña relanzó su libro Los Fusileros.

Constanza Troncoso

“Es un domingo soleado de 2016 y Juan espera en las cercanías del punto habitual en el que nos encontrábamos hace diez años. La oficina de Recoleta esquina Dardignac. No nos vemos hace cinco años, por lo que publica en Facebook me he enterado de que es dirigente comunal del Partido Comunista en Los Álamos, en la provincia de Arauco. Juan llegó allí después de dejar su trabajo en Santiago, ahora es maestro de la construcción y gana el sueldo mínimo.”

Juan Moreno Ávila, Sacha en otros tiempos, fue uno de los responsables del atentado a Augusto Pinochet. Ese 7 de septiembre de 1986, 20 hombres y una mujer atacaron la caravana del dictador en el cajón del Maipo. El plan fracasó. Moreno fue el primero en caer detenido y las torturas que sufrieron él y su familia lo obligaron a delatar al resto. Su historia, y la de los demás guerrilleros, fue contada en 2007, cuando Juan Cristóbal Peña publicó Los Fusileros. “La historia de la resistencia armada a la dictadura había sido muy maltratada”, dice.

A 30 años del atentado, el periodista lanza una nueva edición del libro que incluye un epílogo en que cuenta cómo continuaron las vidas de algunos de sus protagonistas tras la publicación. “Quienes sobreviven deben ser dos tercios de los que  participaron y ellos representan el bando derrotado de este conflicto. Los fusileros, a diferencia de los organismos de seguridad, no tienen pensiones, ni reconocimientos y fueron perseguidos penal y políticamente”, explica Peña.

-Según el conocimiento que usted tiene de Juan Moreno y otros ex-guerrilleros, ¿cómo diría que son hoy sus vidas?

-Quienes sacaron la peor parte son los que permanecieron en el país, porque quienes partieron al exilio tuvieron contención y pudieron rehacer sus vidas. Pero los que se quedaron lo hicieron viviendo de manera clandestina, cuando  lo único que habían hecho -en la época en que las personas estudian algo o encaminan su futuro-, fue prepararse para la guerra, y eso era lo único que sabían hacer. La vida para muchos de ellos ha sido bastante difícil, algunos de los que yo he conocido se dedican a lo que se dedica la gente que no tuvo la fortuna de tener una profesión, como por ejemplo, vender planes de Isapre, hay uno que vende tumbas y varios, como es el caso de Juan Moreno, que fueron guardias de seguridad, obreros de la construcción y carpinteros.

-¿Cómo cree que repercutió para ellos la publicación Los Fusileros en 2007?

-Partiendo por la portada, en que aparecen a rostro descubierto, hay una intención de mostrar a los fusileros desde la intimidad y la humanidad. Creo que la historia de la resistencia armada a la dictadura había sido bastante maltratada, contada con parcialidad. Este libro muestra un lado más cercano de los protagonistas del atentado y da cuenta de que son sujetos bastante sencillos. Ttambién son una muestra representativa de nuestra sociedad: un gásfiter, un bombero, un estudiante de filosofía, uno de cine, un escolar, a diferencia del mito de que podrían haber sido guerrilleros del estereotipo guevarista, preparados en Cuba. Al contrario, se muestran personajes de carne y hueso que podrían haber sido cualquier otro. Cualquiera de nosotros pudo haber sido un fusilero.

- ¿Cree que Chile ha cambiado en cuánto a la conciencia que se tiene de los hechos ocurridos en dictadura?

-Creo que sí. Un programa como fue Guerrilleros de CHV, no hubiese podido ahondar de esa forma si no hubiese existido antes un libro como este. Así se avanza y se ayuda a mirar los hechos con mayor perspectiva. También a ver a los personajes que participaron en esas acciones como personas corrientes, como también lo fueron los agentes de la CNI,  en condiciones y con una ética muy distintas, sin duda. Ayuda a ver lo que fue la resistencia armada a la dictadura desde un lado más humano. Estoy orgulloso de lo que generó el libro en cuanto a ahuyentar algunos prejuicios con respecto a lo que fue la lucha armada  y hablar de ella directamente. Ni siquiera el Partido Comunista lo habla transparentemente.

“Unas semanas después de que este libro fuera publicado por primera vez, recibí el llamado de una muchacha. Se llamaba- se llama- Alejandra y decía ser hija de Bigote. Me dijo que tenía antecedentes sobre la desaparición de su padre que no estaban en el libro... ‘Mi papá era una buena persona, íntegra, leal, no podía haber traicionado a nadie’. Bigote, Luis Arriagada Toro, fue un comandante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez acusado de traición y que terminó ejecutado por sus compañeros. Su ex esposa e hijos se comunicaron con Peña para reivindicar su figura, y esas conversaciones se cuentan en el nuevo epílogo.

La versión cinematográfica de Los Fusileros, en manos de Juan Sabatini, comenzará a grabarse en julio de 2017. Peña trabaja en otro libro sobre la violencia política en Chile desde la vuelta a la democracia. Además, junto al historiador Gonzalo Peralta, preparan una antología de crónica chilena: “En dos libros reuniremos piezas publicadas en medios impresos desde comienzos de la República hasta llegado el siglo XX”. Como director de la Escuela de Periodismo de la U. Alberto Hurtado, Peña cree que a los futuros comunicadores se les debe estimular más la veta narrativa: “La no ficción está demostrando que es un género literario tanto o más valioso que la ficción. El periodismo y la crónica también son un arte literario”.


Entrevista con Juan Cristobal Peña

Conocimos el Mercedes Benz que utilizó el general el día del ataque