Neruda Clandestino

Un concierto histórico

Cuando Jorge González decidió reunirse con Miguel Tapia y Claudio Narea, el trío sanmiguelino se fijó una meta ambiciosa: llenar el Estadio Nacional sin auspiciadores y sin más músicos que los tres adolescentes del comienzo. Dos funciones consecutivas a tablero lleno y una tercera vida para la banda significaron algunos asuntos que esperamos develar en este especial de latercera.com.

Por Alejandro Jofré y Gabriel Labraña

Cuando Jorge González decidió reunirse con Miguel Tapia y Claudio Narea, el trío sanmiguelino se fijó una meta ambiciosa: llenar el Estadio Nacional sin auspiciadores y sin más músicos que los tres adolescentes del comienzo. Dos funciones consecutivas a tablero lleno y una tercera vida para la banda significaron algunos asuntos que esperamos develar en este especial de latercera.com.

next
next

Un concierto histórico

imagen destacada

Por: Alejandro Jofré

Es complejo volver sobre un concierto que ocurrió hace quince años sin aplicar la sombra de todo lo que vino después. Para bien o para mal, hay algunos a los que volvemos insistentemente: nunca terminan, siempre nos están diciendo algo distinto, dependiendo, a veces, del contexto en el que los recordemos. Ahí están, por ejemplo, las más importantes presentaciones registradas por artistas chilenos:Alturas de Machu Picchu en vivo, de Los Jaivas, que significó una cima de la época más llamativa en una banda aparecida en los años 70; o el Unplugged, de Los Tres, en una situación similar ya avanzados los 90. Tal vez la ausencia de un eslabón, algún evento que haya iluminado la oscura década de los 80 chilenos, podría explicar la masividad y la importancia de las dos presentaciones que Los Prisioneros dieron en el Estadio Nacional el 30 de noviembre y el 1 de diciembre del año 2001.

continua

“Nos vemos en diez años más”, gritó Jorge González al despedir el primer concierto de regreso de Los Prisioneros, luego de doce años de separación. “Gran regreso de Los Prisioneros”, tituló la portada de La Tercera al día siguiente. “La voz de los ‘80 rugió en el Nacional”, contó La Cuarta. En lo que ambos diarios coincidieron fue en lo convincente y emocionante de la presentación: casi tres horas de música y más de 135 mil personas reunidas en dos días de repertorio “nostálgico aunque sólido” y de “un sonido crudo y lleno de fuerza”.

continua

Entre octubre y noviembre del 2000, Los Prisioneros estaban separados cuando ampliaron su discografía con dos nuevos trabajos. Mientras el sello EMI preparaba un álbum en vivo de la banda, con canciones grabadas en casetes de cuatro pistas, Carlos Fonseca, mánager histórico, producía un disco de versiones que sería publicado por Warner, la compañía rival.

 “Sucedió entonces algo insólito”, escribe Claudio Narea en su libro Los Prisioneros, biografía de una amistad (Thabang Ediciones, 2014): “Jorge nos llamó a Miguel y a mí para proponernos realizar un concierto y grabar un disco en vivo”.

Aunque esa llamada iba a ser el germen de lo que vendría después, ante la primera negativa de Narea y Tapia, el trabajo en vivo saldría publicado por EMI, bajo el título de El caset pirata (EMI, 2000), y llevaría como single promocional a “No necesitamos banderas”, cuya grabación fue hecha en un concierto de la gira de Corazones (EMI, 1990). Un mes después, el Tributo a Los Prisioneros (Warner, 2000) aparecía firmado por 18 grupos chilenos, entre otros, La Ley, Lucybell, Makiza y Canal Magdalena: 

continua

Ese 30 de noviembre del año 2001, a las cuatro de la tarde, la cancha del Nacional era un karaoke masivo. A las nueve de la noche, cuando empezaron con “La voz de los 80”, una luna llena emergente desde la tribuna Andes iluminó un repaso generoso por el catálogo del trío sanmiguelino, que incluyó rarezas entre sus presentaciones como “Generación de mierda” y “Mal de Parkinson”, dos canciones aparecidas en el compilado Ni por la razón, ni por la fuerza (EMI, 1996). 

imagen destacada

“La espera valió la pena”, tituló su reseña el periodista Cristóbal Peña. Ese día, La Tercera anunciaba la muerte del guitarrista de The Beatles, George Harrison; el suicidio frente a La Moneda de un desempleado víctima de asbestosis, Eduardo Miño, quien inspiró la canción de Los Bunkers que lleva su apellido; y un titular que podría ser el origen de “Pacífico” de los Ases Falsos: “Joven pareja se lanzó al mar en un mortal pacto de amor”. 

“Mamá chocha” fue uno de los subtítulos que ocupó La Cuarta, que entrevistó a Ida Ríos: “Ver a los muchachos nuevamente juntos, a mi hijo completamente sano, recuperado y a la gente demostrándole a los tres tanto cariño, me emociona”, dijo la madre de Jorge González. 

También puedes leer: Jorge González: “No tengo problemas en morir”

continua

El tiempo se estiró tanto antes del Estadio Nacional, desde que Los Prisioneros acordaron secretamente reunirse para un concierto, que en el lapso Claudio Narea se contagió de la bacteria asesina, Miguel Tapia organizó incontables fiestas en su casa de Pirque y Jorge González fue padre. 

Carlos Fonseca, para no levantar sospechas, reservó el Estadio Nacional para el 1 de diciembre del año siguiente a nombre de Inti Illimani. 

No fue todo: el cantante y principal compositor de la banda debió internarse en Cuba para contener su adicción a las drogas. “Comencé cayéndome a los éxtasis y a los ácidos, que en esa época estaban dando vueltas por el mundo, con un resurgimiento hippie que hubo a comienzos de los 90, y pasé por distintas cosas: heroína, ketamina, varias otras terminadas en ina y finalmente, cuando me caí a los jales, me di cuenta”, contó en una entrevista por televisión con Pedro Carcuro. 

continua

Si las imágenes de los discos en vivo más importantes de Los Jaivas y Los Tres fueron filmadas fuera de Chile —entre las ruinas de la civilización inca y en un plató de televisión en Miami—, Lo estamos pasando muy bien (Warner, 2002), el registro de Los Prisioneros filmado por Carmen Luz Parot, muestra un maremágnum de gente en el coliseo que más alegrías dio al país el último año y que más vergüenza y temor significó en el pasado. 

El trío llenó dos veces el Estadio Nacional, tal y como lo harían años después Roger Waters y One Direction, pero a diferencia de ellos, Los Prisioneros lo lograron sin auspiciadores, como explica Julio Osses en Orgullos y pasiones: la historia de Los Prisioneros (Vía X Ediciones, 2016). 

continua

Jorge González tenía 19 años cuando apareció el primer disco de Los Prisioneros, donde firmó todas las canciones —con excepción de “¿Quién mató a Marilyn?”, que lleva el nombre del baterista. A los 25, el cantante y bajista ya había publicado cuatro álbumes al frente de su banda, tal vez la más importante nacida en el Santiago de los años 80. González, que alguna vez fundó Los Prisioneros y los deshizo una y otra vez para convertirse en un héroe solitario en el panorama del pop chileno antes de fugarse hacia demasiadas partes (el extranjero, las drogas, la música electrónica), como escribió Álvaro Bisama, había vuelto a reunir a la banda que lo instaló en un lugar privilegiado de la música popular chilena.

También puedes leer: Jorge González cantará con Manuel García, Javiera Mena y Roberto Márquez en la Teletón

En agosto de 2001, el concierto de regreso tomó fuerza como un secreto a voces apenas empezaron los ensayos con la formación original. Jorge, Claudio y Miguel tocaban discretamente en una casa que arrendaron en San Ignacio con Santa Isabel, en el centro de Santiago, a pasos del Parque Almagro. 

Como primera estrategia de promoción, Los Prisioneros grabaron “Las sierras eléctricas”, un tema compuesto por González en la época de Corazones (EMI, 1990), que fue lanzado el 5 de septiembre de ese año, solo días antes del ataque a las Torres Gemelas. 

Un mes después, el martes 9 de octubre, comenzaba la venta de entradas en un lugar extinto, la Feria del Disco del Paseo Ahumada, donde los primeros cien asistentes se fotografiaron con la banda y recibieron afiches y copias del single promocional entre el caos generalizado. 

El 21 de octubre, con tanta expectativa de la prensa como flashes de fotógrafos, aparecieron en el programa De pé a pá y tocaron por primera vez en público desde su separación. 

Entonces, no hizo falta hacer nada más: un mes antes de la convocatoria, el concierto de regreso de Los Prisioneros estaba completamente agotado. Pero la demanda no estaba satisfecha y la única alternativa fue fijar otra presentación en el mismo Estadio Nacional, aunque para el día anterior (gracias a un partido por el campeonato de la U. de Chile), junto con modificar la ubicación del escenario: si en los shows se instala en la cabecera sur del estadio, esta vez se fijó frente a la tribuna preferencial. 

continua

En Canción telepática (Lom Ediciones, 1999), Tito Escárate describe a los de San Miguel como una banda que tomó la palabra cuando muchos empezaron a gritar. Escribe ahí: “Sus letras eran tan simples y directas, que nadie entendió nada. Muchos creían que era un canto de guerra —contra Pinochet, se entiende—, no pocos pensaron que representaban a la vanguardia misma, algunos las vieron como un negocio, los ortodoxos —del rock y la política— las miraban con sospecha, y la mayoría, simplemente, las coreaba”. 

Parados sobre zapatillas North Star, Los Prisioneros, como explica Marisol García en Canción valiente (Ediciones B, 2013), “encauzaron la queja de una generación pisoteada por los militares, pero también la rebeldía personal de quienes no se iban a conformar con un simple cambio de administración política, pues adivinaban la traición agazapada también en quienes entonces se decían aliados”. 

“La vigencia de los versos de Jorge González se advierte hoy con la incomodidad hacia una democracia llena de deudas sociales, en la que los resabios de un orden explotados, colonialista y codicioso marcan la convivencia tanto o más que bajo dictadura”, añade la periodista musical de revista Qué Pasa. 

Freddy Stock tiene otra lectura, desde la publicación de Corazones rojos (Aguilar, 1999): “El fervor provocado por estos tres muchachos de cara ácida fue un fenómeno jamás visto en el espectáculo nacional”, asegura el periodista. 

continua

Entre mates y vinilos —como el All the best! de McCartney—, el trío ensaya en largas jornadas, en donde Jorge se cuelga su Yamaha Motion y Claudio la Telecaster negra. Junto a Miguel pulen sus propias versiones de “La voz de los 80” y “Sexo”, diecisiete años después de ser escritas, convirtiendo las habitaciones de la casona en un gimnasio de la década del 80, en un estadio regional de la gira de despedida de 1991, en la explanada del Nacional a principios de la década pasada. 

González, Narea y Tapia se preparan para cobrar los réditos de una década como la de los ochenta. Son el relato de tres hombres sin tiempo, de un trío que se vuelve a meter en la piel de un montón de canciones propias escritas cuando eran escolares ingeniosos y escépticos.   

continua

En Los Prisioneros, biografía de una amistad, Claudio Narea habla de lo que vino después del Estadio Nacional: 

—El primer signo de lo problemática que llegaría a ser la relación al interior del grupo ocurrió en septiembre de 2002, cuando Jorge me entregó un disco con diez temas que acababa de componer (...) los oí una y otra vez intentando sentir lo mismo que los demás, pero fue imposible... 

El padre del líder de Los Tres, Fidel Henríquez, habló alguna vez sobre la separación de los integrantes de la banda que formó su hijo, que a la vez ocupó el puesto de Claudio Narea, en 2003, cuando fue despedido de Los Prisioneros. 

“Cuando era joven yo era remero olímpico —contó Fidel Henríquez—. Éramos una tripulación de cuatro remeros y cada uno de nosotros tenía su tarea. Llegamos a ganar carreras importantes y podríamos haber seguido compitiendo. Pero es muy difícil mantener juntos a los integrantes de un grupo de trabajo. Había quien llegaba tarde a los entrenamientos o se negaba a entrenar, había quien se consideraba más importantes que otro y había quien consideraba injusta o desigual la forma en que se repartía el trabajo. Eso le sucede a un grupo de remeros y también a un grupo de músicos. Finalmente nos separamos”. 

En Maldito sudaca (RIL Editores, 2005), Emiliano Aguayo conversa con Jorge González a propósito de la separación del trío original: 

—¿Cuando vuelven en el 2001, vuelven por plata? 

—No. 

—¿Porque vuelven a ser amigos? 

—Volvemos porque parece una buena idea, no porque volviéramos a ser amigos, porque Miguel y yo nunca dejamos de serlo. 

También puedes leer: Jorge González abrirá show de cierre de la Teletón junto a invitados


Lo que dijeron en el estadio

imagen destacada

Por Gabriel Labraña

Alusiones al quiebre de la banda, loas a Zamorano y cómo no, consignas contestatarias, adornaron las dos noches que terminaron por ser la base de “Lo estamos pasando muy bien”, el DVD que mejor muestra el regreso de Los Prisioneros hace 15 años.

El público del nacional grita. Hay fervor, banderas chilenas, peruanas, mapuches, de partidos políticos y movimientos ciudadanos adornando el estadio en que catorce años después Chile logrará ganar su primera Copa América frente a Argentina.

Jorge González acompañado de su bajo, Claudio Narea con una camisa roja prestada por un amigo y Miguel Tapia, con vistosas trenzas y sus baquetas, hicieron su ingreso a un Nacional repleto.

Sonó “La voz de los 80” con algunas alusiones al Opus Dei y, sin mediar pausa, siguió “Brigada de negro”. Ahora, recién terminado el tema que no sabemos si habla de la CNI, la DINA, el periodismo o los fans de The Cure, González saluda al público secundado por Tapia. Claudio Narea guarda silencio.

“¡Buenas noches! Doce años después volvemos a tocar juntos. Fue muy agradable descansar de estas canciones por un tiempo. Ahora nos suenan como grupo nuevo... y vamos a cantar una canción que se llama ‘Por qué los ricos’”, dice el músico. El Nacional ruge.

Luego, un silencio acompaña el inicio de “Jugar a la guerra”. González grita: “¡Miguel Tapia canta ‘Quién mató a Marilyn’!” y tras esto, parte una de las canciones más dulcificadas de Los Prisioneros con los años.

Narea sigue sin decir nada, mientras Jorge es quien toma la palabra.

“Ahora cuando estábamos ahí, antes de salir, nos pasó una cuestión muy grosa. Vino Iván Zamorano en persona a saludarnos. ¿Qué les parece? ¿Cómo la ven?”. El estadio ovaciona al entonces recientemente retirado capitán de la Selección Chilena de Fútbol, que algunos años después vería su popularidad en el suelo con la crisis del Transantiago, del que fue rostro. “Significa que nos está yendo más o menos bien”, completa González ante los aplausos al eterno “9” de La Roja.

También puedes leer: Jorge González: “No tengo problemas en morir”

Suena “Paramar” completa, seguida de “No necesitamos banderas”, ese reggae contestatario que González interrumpe por primera vez para darle el paso a Narea con el solo de guitarra, pero también para recitar una poesía infantil.

“Blanco azul y rojo tus colores son. Yo los llevo dentro de mi corazón. Banderita mía yo te doy mi amor, para defenderte seré un campeón. Blanco azul y rojo. Banderita mía. Banderita tuya. Banderita del vecino. Banderita de la vecina. Banderita del vecino (pero del otro lado)... no necesitamos banderas”, remata.

“Ese Antonino y ese Nico. Y esa Anita y ese Tedy”, grita el cantante saludando a sus hijos antes de empezar la mejor versión en vivo de “Mentalidad Televisiva”: “¿Cómo salen? Bien, ¿no? Perdonen si me equivoco mucho con el bajo, pero es que estaba desacostumbrado a cantar y tocar el bajo y es un poco peludo. Pero como el bajo no se nota mucho…”.

“Yo lo he notado, ah. Lo noto”, le dice Tapia. “Te has condoreado heavy, loco”.  

“Igual si lo grabamos.... después, si grabamos esto reemplazamos el bajo, la grabación y queda todo poco menos que tocáramos como Los Tres”, dice Jorge. La gente reprueba la idea con chiflidos.

González dice: “Bueno, queremos agradecerles porque en realidad en estos doce años que estuvimos separados ningún día la gente nos permitió dejar de ser Los Prisioneros. O sea, todos los días la gente nos veía y éramos Los Prisioneros, así que poco menos que los únicos que no estaban convencidos éramos nosotros. Igual, nos habíamos puesto en la buena hace ya varios años, pero tenía que darse la cosa musical para volver a tocar. A mí me da la impresión de que tenía que pasar la década de los noventa para que pasara. Y ahora vamos a cantar una de las canciones que más nos gusta, que se llama ‘Por qué no se van’”.

Después de eso, suena “Muevan las industrias”, acompañada como nunca de un sinfín de efectos electrónicos, al igual que “Por favor”. Coronan la seguidilla con “Tren al sur” y “Que no destrocen tu vida”.

Un silencio recorre el Nacional y Los Prisioneros vuelven a tocar tal vez su canción más trascendente, “El baile de los que sobran”. Entre sonidos de perros, la guitarra, la batería electrónica de Miguel Tapia y el teclado, Jorge González grita y quiere decir que nada ha cambiado respecto a la realidad que retrata la letra que escribió en los ochentas.

“¡En las mismas!”, dice, antes de dar las gracias a quienes corearon con ellos.

“Esta es una canción muy linda, con la que nos sentimos muy identificados. Se llama ‘Quieren dinero’. A sacarse los guantes, esto está empezando no más. ¡Ayo, Silver!”, continúa.

“La próxima pieza es una canción del disco más desconocido de nosotros que se llama La cultura de la basura y se llama ‘Usted y su ambición’”, dice González, que al terminar el tema escucha a los primeros asistentes al concierto gritar “el abrazo, el abrazo”, conminándolo a acercarse a Narea.

Los Prisioneros hacen caso omiso del clamor y lanzan el primer acorde de “Maldito sudaca”. González olvida la letra y pregunta “¿qué viene ahora?”. Improvisa con un “ridículo paraguayo. Obsceno guatemalteco”. El truco funciona y siguen adelante.

La gente sigue pidiendo el abrazo entre González y Narea. “El abrazo de Maipú”, dice el líder. “El desparpajo”, grita Narea reprobando la idea. “Este no es el Jappening po hueón, nada que ver”, dice González para dar paso a la introducción de “Lo estamos pasando muy bien”, la única canción que canta Claudio Narea en el extenso cancionero de Los Prisioneros, junto a “El vals”. Jorge le pide que diga cómo lo está pasando en la escala del uno al diez. “Diez”, responde Claudio. “Eso es bastante”, dice el líder de la banda ante una ovación.

imagen destacada

También puedes leer: Jorge González cantará con Manuel García, Javiera Mena y Roberto Márquez en la Teletón

“Y así no nos damos ni cuenta de cómo va pasando la noche. Ya son las…¡cinco para las once! Tarde, pero bueno… ¡Son hermosos ruidos, que salen de las tiendas, atraviesan a la gente y les mueven los pies…”.

Al final de “Sudamerican rockers”, González se refiere por primera vez a la separación del grupo doce años atrás y aprovecha de hacer un guiño a uno de sus leales aliados en la música: Álvaro Henríquez, el líder de Los Tres. “Cachen la media luna”, advierte antes del solo.

“Porque un amor violento nos traicionó, porque un amor pulento nos separó… etcétera”.

Ahora suena “Corazones rojos”, canción de Corazones, primer disco de la banda luego de la salida de Narea. El guitarrista participa con su instrumento en una de las pocas versiones que hay de Los Prisioneros originales tocando temas de la corta era noventera de la banda.

“Bueno, nosotros ya no somos los de antes. Tenemos que echarle una miradita al carnet y vamos a despedirnos con una canción que se llama... ¡’Sexo’!”.

“Canten, po flojos”, dice Jorge. En medio del tema, González detiene el pulso de la banda para, al parecer, ejecutar uno de sus clásicos discursos.

“Sí, muy rico, se pasa bien, buena onda, pero con condones muchachos. Sí, muy rico, se pasa muy bien, buena onda, pero con condones muchachos. Repito: sí, muy rico, se pasa bien, buena onda, pero con condones muchachos y muchachas... y tío Jorge les va a hacer entrega de algunos”.

González se pasea por el escenario lanzando preservativos al público, mientras sus compañeros mantienen los acordes base de “Sexo” y aceleran de nuevo el pulso hasta que el líder grita una vez más.

“Ahora pregunto, ¡¿se van a poner condón?!”. “¡Nooooo!”, responden miles de personas. “Pero en serio, ¿se van a poner condón?”. La respuesta es la misma. “¿Cómo que no? Nada que ver, pónganse. Es pura huevada de la cabeza no más eso, no ponerse. ¿Se van a poner condón sí o no? Porque o si no, no seguimos tocando. Ahora quiero escucharlos a todos. ¿Se van a poner condón?”. “Sííí”, responden los setenta mil persuadidos. “Bieeen. Las rotativas de imprenta ya están empezando a editar más mujeres piluchas…”.

Parten los ruidos de metales de “La cultura de la basura”, González cambia la letra y revive algunas líneas clásicas de los antagonistas del animé Pokémon, de moda en aquella época.

“Meowt, ¡así es! Prepárense para los problemas y más vale que teman”.  

Ahora el bajista se disculpa por la elección de la siguiente canción, “Mal de Parkinson”. Dice que tocan canciones desconocidas para muchos solo porque les gustan. La batería da paso a “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos”, que es interrumpida en el puente.

“¿Ustedes se han puesto a pensar, por ejemplo, los apellidos que tienen los presidentes en Chile? O sea, la mayor cantidad de los chilenos somos una mezcla de mapuche con español, ¿cierto? La mayoría de la gente tiene apellidos como españoles. Fíjense en los presidentes que tenemos. Lagos es un apellido español, ¿pero Aylwin? ¿De dónde salió ese nombre, cachai? O Frei. Son nombres súper raros y por eso cuando llegan arriba no pasa na’, porque la mentalidad que tienen ellos es que para ellos lo bueno que sería que Chile sería como Europa, ¿cachai? Pero cuando uno va a Europa Se da cuenta que la gente allá está como para la cagada, tienen todo perfecto, todo funciona, pero están todos emputecidos porque tienen que seguir reglas porque la huevada no avanza sin que alguien lo maneje de arriba. Porque si no toman éxtasis no pueden bailar. Por todas esas cosas. Porque están obligados a trabajar. Los presidentes quieren sacarnos nuestras cosas más importantes, como por ejemplo, sacar la vuelta. Nosotros tenemos que sacar la vuelta. Esa es una característica muy buena de nosotros. Yo no creo que esa gente lo haga con mala intención, los presidentes, algunos tendrán más mala intención que otros, pero la verdad es que por ahí no va la cosa. Porque Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos…”, siguió cantando González.

La canción termina y Jorge se despide diciendo: “Nos tenemos que ir porque a esta hora van a pasar los goles en los canales”.

El arpegio que da comienzo a “Nunca quedas mal con nadie” suena claro entre los gritos y la promesa de que será el último tema de la noche. Jorge rompe su compromiso autoimpuesto y sigue, luego de decir “buenanotte. Chaíto. Hay que apoyar al rock chileno”.

“Nos está yendo bien. Mira tú”, reflexiona.

“Generación de mierda”, una canción que —declaran ahí mismo— tocan “para los fanáticos”, adorna el casi cierre del concierto.

“Son las 23:46”, le responde Jorge a Narea y Tapia, que coqueteaban con el avance del reloj para calmar a la gente que no quería que el concierto terminara. Narea explica que el tema que viene es el instrumental “De Rusia con amor”, perteneciente a la banda sonora de una de las interminables James Bond.

“Esta canción era de nuestros comienzos, cuando éramos inocentes. No habíamos perdido la pureza. Cuando solo tocábamos por el interés de nada más que tocar… ¡de adónde, oh!”, dice Jorge.

La canción termina y con ella uno de los mejores recitales chilenos en vivo. “Gracias. Chao. Nos vemos. Váyanse con cuidado pa’ la casa. Excelente onda. Yo creo que nosotros deberíamos seguir tocando… ¿cierto? Estamos puro leseando no más. ¡Chao!”.

El público le responde que “sí”, eufórico aún, a González.

“Vamos a pensarlo”, remata Jorge y desaparece tras el escenario.

También puedes leer: Jorge González abrirá show de cierre de la Teletón junto a invitados

 


Lo que piensan los críticos musicales

imagen destacada

Por Alejandro Jofré

Invitados por La Tercera, un grupo de críticos musicales comenta la importancia de los conciertos en el Estadio Nacional que significaron el regreso de Los Prisioneros en 2001.

Marcelo Contreras

crítico musical de La Tercera

“El regreso de Los Prisioneros con su alineación original es incomparable en la historiografía musical chilena. No hay un antes ni un después, sino simplemente un episodio irrepetible por varios motivos. No requirió promoción particular y llenó dos días el mayor recinto del país, y terminó siendo un hito generacional porque muchos padres llevaron a sus hijos a ver ese grupo con el que habían crecido como banda sonora, pero sin haberlos visto jamás. Estuve en ambas jornadas. Personalmente atesoro más el segundo concierto. El grupo se notaba más relajado en todo sentido. Tiempo más tarde se dio la casualidad de que encontré a Jorge González en el matrimonio de Beto Cuevas (yo reporteando, claro), y le pregunté cuál noche le había gustado más. No dudó un segundo en decir que la segunda”.

Claudio Vergara

sub-editor de Entretención de La Tercera

“Lo ubico como uno de los hitos de mayor relevancia en la historia del rock local. Primero, porque Los Prisioneros merecían un reencuentro masivo con el público chileno, en un recinto emblemático y ante una convocatoria multitudinaria. Tras ser vetados del Festival de Viña en sus días de mayor fama en los 80, y luego que los militares decidieran prohibir algunos recintos amarrados para su tour nacional de 1988, el abrazo con la audiencia chilena que tanto los idolatró se había convertido en una deuda, en un pendiente que la historia no había podido concretar (sobre todo en condiciones óptimas, tal como se recibía a sus colegas argentinos). Por esos, tales shows no sólo fueron un hito, sino que también una necesidad. Fueron esenciales también para toda una generación que nunca pudo verlos en vivo y que, en rigor, nunca pudo disfrutar al trío original, conformándose en los 90 con la versión mutilada donde prácticamente González funcionaba como un solista con una banda de acompañamiento. Y más allá de los propios Prisioneros, que un grupo, de cualquier índole o latitud, replete dos veces el Estadio Nacional -y ellos sin mayor publicidad ni campañas previas- es todo un mérito. No lo hizo ni U2, ni Guns N' Roses, ni McCartney, Madonna lo logró a medias y Soda Stereo sólo lo materializó con dos recitales separados por una semana de diferencia. Pero pocas veces un grupo de músicos había conseguido llenar el Nacional con tanta facilidad, elocuencia y justicia. Mérito absoluto de Los Prisioneros en lo mejor que trajo esta turbulenta segunda parte y final de su historia”.

Marisol García

periodista musical de Qué Pasa y autora de Canción valiente 1960-1989, tres décadas de canto social y político en Chile (Ediciones B, 2013)

“El que estén ya instalados como parte natural de la biografía de la banda puede hacer olvidar que este par de conciertos fue algo por completo excepcional. Fue inesperado su anuncio, atípica su promoción (una conferencia de prensa y nada más; ni afiches ni entrevistas ni avisos) y una marca histórica su doble convocatoria. Que Los Prisioneros pueden llenar dos o diez veces el Estadio Nacional nos suena ahora a una marca esperable, pero jamás hubiese estado en el marco de aspiraciones concretas para la banda en los años ochenta, y hoy también parece una rareza aunque sólo sea por la cohesión entre los tres músicos durante los shows, como en un paréntesis entre extendidas distancias. Creo que la narrativa de la música popular de un país necesita también de hitos, de marcas reconocibles, de contundentes gustos a la audiencia, por encima de calificativos e incluso de protagonistas: ésta es una de ellas”.

Andrés Panes

crítico musical de Rockaxis y Paniko.cl

“Los Tres se habían disuelto el 2000. Una reunión de Los Prisioneros era lo más grande que podía pasar dentro del rock chileno. Y pasó. Fue justo antes de que Internet penetrara cada rincón, así que la capacidad de asombro era mucho mayor. Supongo que, si Los Prisioneros volvieran mañana, serían trending topic por una tarde, y al otro día todos andarían pendientes del próximo tema de conversación. Pero las cosas no eran así en el 2001, así que, dentro de una gran línea de tiempo, anotaría el retorno de Los Prisioneros y sus conciertos en el Nacional como uno de los últimos hitos mega masivos del rock chileno. Eran asunto de interés nacional a niveles beatlemaníacos que no he vuelto a ver desde entonces. No están las condiciones para que se repita algo así”.

Andrés del Real

periodista de Entretención de La Tercera

“Me cuesta dejar fuera lo personal al recordar ese concierto. Soy de esa generación que no alcanzó a vivir con lucidez la época dorada del grupo, así que lo del 2001 fue la primera y única vez que vi en vivo al trío. Sin duda, lo de esas dos noches fue un momento histórico, más allá del hito numérico para un grupo nacional (70 mil personas por noche). Creo que fue la última oportunidad de ver a González, Narea y Tapia conectados arriba del escenario en un contexto masivo, en comunión total con un público de todas las edades que llegó a celebrar sus propias historias personales con esas canciones. Algo que ni en Viña 2003 se vivió igual. Poco importaron los ripios técnicos y la histórica falta de contundencia en directo del grupo: no dejaron fuera ninguno de sus grandes clásicos en un show de larga duración, que tuvo entre sus otros aciertos incluir temas menos conocidos como ‘Mal de Parkinson’ y ‘Generación de mierda’”.

Julio Osses

periodista y autor de Orgullos y pasiones: la historia de Los Prisioneros (Vía X Ediciones, 2016)

También puedes leer: Jorge González: “No tengo problemas en morir”

“Los conciertos de Los Prisioneros, diciembre de 2001 en el Estadio Nacional, deben ser probablemente los más importantes en la historia de los megaventos en Chile, por dos motivos. El primero es que nunca antes, ni tampoco después, una banda nacional ha conseguido esa convocatoria en esa que es la mayor plaza para eventos masivos el país, sin otros grupos invitados ni participantes extranjeros. Y segundo, porque la banda decidió conservar su costumbre de no aceptar sponsors en sus conciertos. Según la investigación recopilada en mi libro 'Orgullos y pasiones: la historia de Los Prisioneros', Los Cuatro Luchos, la sociedad conformada por el manager Carlos Fonseca, Jorge, Miguel y Claudio, optó por tener un cartel limpio, sin auspiciadores, a la vieja usanza de las giras de los años 80. La diferencia es que en esos años fue por necesidad —ninguna marca se atrevía a apoyar los shows del grupo por temor a represalias de la dictadura— y esta vez fue por opción”.

Alfredo Lewin

director de Rockaxis y conductor de radio Sonar FM

“Son parte de la cultura nacional, se convirtieron en la banda chilena más importante del rock de los '80 y su vuelta en el 2001 fue el momento más feliz para muchos de sus fanáticos. Dos conciertos históricos en el Estadio Nacional son hitos dentro de la conciencia colectiva de otra época, que los escuchó como la única voz que reconocía en sus canciones los problemas reales de la sociedad chilena en tiempos duros de dictadura militar y estrechez cultural. Eran otros tiempos, está claro, pero lo logrado por Los Prisioneros con ese discurso social, amenizado con ritmos rockabilly bailables, no pudo ser olvidado por esa generación, ni ninguna que venga. Tuve la oportunidad —con MTV Rocks— de ser el único periodista que cubrió en camarines la previa a aquel primer show del 30 de noviembre y recuerdo que Jorge, en su ácido e irónico estilo, acompañado de Claudio y Miguel, declaró que el tocar en el Estadio Nacional era lo menos rock&rollero que había... porque el rock como tal ya estaba muerto hace mucho tiempo”.

Sergio Fortuño

director de Radio Zero

“Creo que fue el evento en vivo más grande y significativo de la historia del rock chileno. Como que se saldaba una tremenda deuda. Los Prisioneros finalmente tocaban en el marco en que deberían haber tenido durante los años de su apogeo, cosa que por fin posibilitaban las condiciones económicas, técnicas y políticas del país. Esos tres factores solían torpedear que el grupo tuviera shows a la altura de su popularidad e impacto en los años ochenta. Me encantó que fueran conciertos (fui a los dos) sobrios, sin publicidad en el escenario, sin la presencia de músicos extra, solo los tres integrantes originales en una entrega directa y honesta. Fue emocionante además porque, obviamente, todo el Estadio Nacional, se sabía las canciones. Recuerdo además la luna llena en el cielo, que el mismo Jorge González apuntó mientras cantaba ‘Sudamerican Rockers’. Sin ninguna vergüenza”.

Mauricio Jürgensen

Periodista musical de La Tercera y locutor de Radio Cooperativa

“La primera importancia es simbólica: fue el ajuste de cuentas con la historia. Lo de llenar el Nacional con la banda más popular del rock chileno, cosa que nunca hicieron en su primera época activa. Lo segundo era el ‘mínimo exigible’ a un grupo chileno de esa importancia: que lograra llenar el mayor recinto del país como hasta ese momento sólo lo habían hecho números extranjeros u otros eventos masivos con más artistas. Otro triunfo relevante fue la forma en que lo lograron. De manera independiente, digamos, sin el ‘apoyo’ de una productora grande, que recuerdo por los reportes de esa época les ofrecieron todo para poder quedarse con el show. Pero lo más relevante, sin duda, tuvo que ver con lo emotivo. Yo recuerdo pocos shows en el Nacional con ese nivel de fervor. De genuino fervor popular. Fue un concierto memorable, en el sentido literal del término: que se queda en la memoria para siempre. Un show donde además triunfaron solo con sus canciones. Sin parafernalia ni otros elementos que comúnmente intentan ‘llenar’ el amplio espacio del Nacional. Cuando hay repertorio, como en el caso de Los Prisioneros, lo demás no es necesario”.

También puedes leer: Jorge González cantará con Manuel García, Javiera Mena y Roberto Márquez en la Teletón

También puedes leer: Jorge González abrirá show de cierre de la Teletón junto a invitados


La previa: Los Prisioneros en MTV

imagen destacada

Por Gabriel Labraña

Antes del primer concierto en el Estadio Nacional, la banda de San Miguel protagonizó una entrevista con Alfredo Lewin, por esos años VJ ancla del canal musical más importante del mundo, cuya señal en Latinoamérica fue abierta con el video de “Sudamerican Rockers”.

El culto al rocanrol es una estupidez con patas

Al centro de la pantalla, Claudio Narea viste una polera calipso y Miguel Tapia, a su derecha, lleva una musculosa. Por el otro lado, Jorge González está con ganas de hablar. Los Prisioneros esperan a que Alfredo Lewin, envuelto en una polera de The Beatles, termine una introducción algo barroca sobre rock.

El show se llama “MTV Rocks” y Lewin lo grabó en las afueras y los pasillos del estadio de Ñuñoa. Se trata de un episodio especial en el que entrevista a la banda de San Miguel justo antes de que pisen el escenario principal, a doce años de su separación, con todo el nervio de una previa.

“Como el show en sí es rock, ¿es rock eso que estoy viendo, lo que hay afuera, es rock Los Prisioneros, eso que estoy viendo que es tremendamente impactante y espectacular?”, parte preguntando aparatosamente.

“Bueno, la palabra rock es una palabra que a mí me suena sumamente ridícula”, dice González, ante la mirada de un incómodo Lewin. “Porque el rocanrol  —continúa— tuvo su sentido en los cincuenta, pero de ahí de adelante ya se convirtió en otra cosa. O sea, grupos como Led Zepelin o The Doors fueron más bien grandes negocios disfrazados de rebeldes, que algo parecido a lo que salió al comienzo”.

“Así que cuando nosotros partimos, el año 83, ya la palabra rock era ridícula. Nunca nos hemos definido como una banda de rock. Creo que el culto al rocanrol es una estupidez con patas”, agregó.

También puedes leer: Jorge González: “No tengo problemas en morir”

Es por las ganas de tocar

Lewin le quita la vista a González y se dirige a Miguel Tapia, a quien le rememora lo dicho por los Sex Pistols en alguna gira de regreso: “Venimos a cobrar el cheque que nos deben desde el año ochenta”, dice antes de ceder la palabra.

“El ánimo de nosotros es juntarnos para armar un concierto que quizás hace mucho tiempo le debíamos a la gente y por diferentes razones nunca se había dado”, comienza explicando el baterista.

“Había mucha gente que incluso había ofrecido [dinero] para juntarnos y cosas así, pero tenía que pasar más allá del billete. Tenía que pasar por una reconciliación entre nosotros, los tres. La historia de nosotros, la separación, las peleas y todo eso. Pasando eso, ahora podemos hacer un concierto y ver qué pasa con nosotros, primero, como personas. Como grupo, todavía no sabemos”, responde Miguel Tapia, interrumpido por Narea que acota: “A mucha gente le gusta la banda y parece que se transforma en un negocio, pero en realidad es por las ganas de tocar. A todos nos gusta tocar y no estábamos tocando, porque no sabíamos con quien tocar, entonces es bueno haber vuelto a tocar juntos”.

Lewin deja la pregunta abierta sobre una versión del reencuentro pensada para Latinoamérica y Jorge González hace un gesto para que sea Narea quien conteste: “No hay planes en concreto. Para nada. Nosotros sabíamos que íbamos a tocar acá y lo que haya que ver después del 1 de diciembre lo vamos a ver el 2, seguramente… o el 10. Nos vamos a tomar unas vacaciones, así es que seguramente puede que haya algo, pero no te lo puedo asegurar”, dice el guitarrista.

También puedes leer: Jorge González cantará con Manuel García, Javiera Mena y Roberto Márquez en la Teletón

La mirada de Lewin vuelve a Jorge y le pregunta qué significa para él haber inaugurado la señal de MTV en América Latina con el video de “Sudamerican Rockers”: “Ese video es bien curioso porque a mí no me llama mucho la atención como quedó, pero la canción sí marcó una cosa importante en la que estábamos metiéndonos y desgraciadamente, por los problemas que tuvimos, no la logramos llevar adelante. Porque esa canción, junto con la cosa programada, tenía una cosa como de rockabilly que era bien atractiva para mis oídos y pienso que todavía hay cosas que desarrollar con eso”, dijo González.

Tapia pone cara de querer contestar la siguiente pregunta y Lewin toma la posta. El VJ consulta sobre la cantidad de tiempo necesaria para ensayar un show del nivel que presentarán Los Prisioneros esa noche: “Dos meses y medio”, comienza diciendo.

“Nosotros empezamos a principios de septiembre y ensayamos hasta una semana atrás, y un horario diario…”, alcanza a decir Tapia antes de ser interrumpido por Narea, quien complementa: “Al principio nos cansábamos un poco y después empezó a salir todo mucho más fácil”.

Lewin le recuerda a Narea que él es quizás el prisionero con más training tocando en la actualidad: “Armar una banda, la cual lideraba yo, era extraño. Traté de hacerlo, pero no pude”, dice el guitarrista.

Estaría nervioso si el estadio estuviera a la mitad

El locutor de Sonar FM recuerda que Los Prisioneros son la primera banda en aparecer en un libro de historia hecho por “Jocelyn-Holt y gente más menos power”, y luego pregunta a González qué tiene que ver el grupo con el disco de Antología —lanzado junto al concierto de regreso— y una biografía no autorizada —Corazones rojos, del periodista Freddy Stock, que por entonces también daba vueltas.

González responde: “Bueno, la biografía no autorizada, en la que ninguno dio entrevistas, está hecha por un tipo que en la época de Pinochet nos entrevistaba y no le gustábamos. Un tipo súper facho, que por ahí cuentan que delataba gente en el gobierno militar, a gente acusada de comunistas. Él después se puso a hacer un libro con nosotros y ahora tiene notoriedad gracias a eso”.

“Con esa compilación que hizo EMI ahora último, no tenemos nada que ver. Para mí es empaquetar las mismas canciones que la gente ya tiene en un envase y lanzarlo. No estoy muy de acuerdo con eso. Con El Caset Pirata sí estuvimos de acuerdo, pero me pareció que era como raspar la olla. No es un material realmente como… por eso se llama El Caset Pirata, tiene su contexto como esos discos pirata que uno encontraba de The Clash, esas cosas que circulaban. No suena realmente bien. Y, de alguna manera, este recital acá parte por eso”, aclara González.

Lewin pregunta entonces si el Estadio Nacional será un disco en vivo y Narea dice que sí: “Efectivamente va a salir como disco en vivo y en DVD, pero quería retomar el tema del Caset Pirata, que era como raspar la olla. No había mucho material de nosotros en vivo. Fue lo que gatilló el hecho de que nos juntáramos porque en realidad conversamos y lo mejor para tener un disco en vivo como la gente era juntarse y grabarlo. Eso fue lo que empezó a acercarnos y gracias a El Caset Pirata, que en realidad era muy pirata, aquí estamos”.

“Miguel, ¿cómo se siente, frente a dos días y más de cien mil personas, salir ahora al escenario y revivir lo que es un mito y una leyenda? Porque no es una cosa de rockstars, es una cosa como más de leyendas del rock, con mucho respeto, ¿cómo se siente?”, dice Lewin al cierre.

“Bien. La verdad es que súper tranquilo”, dice Tapia. “Yo estaría nervioso si el estadio estuviera a la mitad, pero como está lleno eso me tiene super tranquilo. Yo me tengo que subir a hacer lo que sé hacer nada más y la gente está ahí”, agrega.

También puedes leer: Jorge González abrirá show de cierre de la Teletón junto a invitados

“No uno sino dos: ¡dos!”, lo interrumpe Narea. “Hay que recordar eso, que eso es fuerte”, añade el guitarrista.

Tapia retoma: “Son dos estadios y el primero se llenó super rápido. Eso te da confianza más que inseguridad, así que aquí estamos”.

“Sé que el público va a estar con ustedes desde el principio. Le quiero agradecer a la gente de Los Prisioneros. Vamos con Papa Roach, Last Resort. Muchísima suerte Claudio, Miguel, Jorge...y aquí seguimos entonces, Last Resort, en MTV Rocks”, dice el VJ mientras estrecha la mano de cada uno de Los Prisioneros.

Luego, vendría el concierto.


Adelanto: Orgullos y pasiones, la historia de Los Prisioneros

imagen destacada

Por Julio Osses

En 1984, cuando aparecieron Los Prisioneros, el periodista Julio Osses tenía 15 años. Un día, caminando hacia su casa, se encontró con una turba que intentaba entrar a una tocata. Adentro, la escena under de los ochenta. De fondo sonaba la guitarra de Claudio Narea, la batería de Miguel Tapia y la voz de Jorge González provocaba al público: eran Los Prisioneros en vivo. De eso ya han pasado más de tres décadas, tiempo suficiente para que Osses armara su propio puzzle sobre la historia de una banda que conoció muy de cerca.

El 5 de septiembre de 2001, Los Prisioneros volvieron a estrenar una nueva grabación en las radios chilenas. La versión original de “Las sierras eléctricas” —la misma que salió editada en la compilación Ni por la razón, ni por la fuerza, de 1996—, había sido registrada en 1989, durante las sesiones de maqueteo del disco Corazones, en los estudios Konstantinopla, de propiedad de Carlos Cabezas. El modelo 2001 de la canción mostraba a Claudio acentuando la textura industrial de la base programada por Miguel, con guitarras bastante más metálicas que una década antes. Allí estaba latente la marca que extremaba el sonido patentado por el trío en sus tres primeros discos. Para el final, un robótico solo de armónica filtrado y distorsionado por efectos digitales.

Casi un año antes, un hecho fortuito inició el proceso para la reunión de Los Prisioneros. Claudio no estaba de acuerdo con el disco tributo al grupo que Carlos Fonseca había producido para Warner Music. Se sentía pasado a llevar porque nadie le había consultado, y una vez más apareció criticando un proyecto póstumo de Los Prisioneros en los diarios. “Es para puro ganar plata”, fue su sentencia. Sin embargo, la molestia que Warner Music manifestó por la nueva salida de madre pública de Claudio, lo preocupó.

En su ansiedad por arreglar las cosas, telefoneó a Jorge —con quien lentamente las relaciones se habían ido suavizando— para pedirle consejo.

Sin embargo, Jorge González tenía otro asunto en mente que compartir con su antiguo camarada. La oferta más importante para reunir a Los Prisioneros había ocurrido en 1994. En esa ocasión, Claudio y Miguel se habían sentado a la mesa de negociaciones de la productora Providencia Televisión, con una interesante propuesta económica de por medio y habían dado el sí. Pero —al menos para Jorge, que se encontraba en plena etapa revisionista tras su incomprendido debut como solista— no era el momento.

En el 2000 la situación se había invertido. Fueron sus antiguos compañeros de banda los que no se habían entusiasmado con los primeros intentos de Jorge por juntar a Los Prisioneros, una idea que le venía dando vuelta desde los días del disco en vivo El caset pirata, lanzamiento del que finalmente se había arrepentido porque encontraba que sonaba mal. Pero este segundo intento no le pareció mal a nadie.

De acuerdo, y con ganas, como al principio de todo, Jorge, Miguel, Claudio y Carlos Fonseca le pusieron plazo al inicio del proyecto: septiembre de 2001, después de la segunda estadía de Jorge en el centro de rehabilitación cubano de Villa Quinqué, que esta vez sería larga: seis meses.

imagen destacada

Diciembre de 2001

Es 1 de diciembre. Falta media hora para que el segundo concierto de reunión de Los Prisioneros comience, y —como dicen los cronistas de fútbol— en el Estadio Nacional no cabe una aguja. Un video que promueve el uso del condón sale ampliado por dos pantallas gigantes y sirve de introducción a la jornada. Puntualmente a las nueve Los Prisioneros aparecen en el escenario. El primer segmento del show se abre con “La voz de los 80” y “Brigada de negro”. Jorge ya no es el frontman duro, arrogante y vehemente de los años ochenta. Ahora luce a veces vacilante y otras exhibicionista, pero su destreza en el bajo y su capacidad vocal están en buena forma y logran que esta nueva encarnación del líder de Los Prisioneros, más vulnerable, satisfaga al público. Miguel deja bocas abiertas con sus tambores machacantes en “Jugar a la guerra”.

El sonido es de primer nivel. Me asomo a la mesa y entiendo por qué: en los controles está mi buen amigo Chalo González, el productor musical que ha llevado un paso más adelante el sonido de las bandas de rock y hip-hop en Chile.

El segundo segmento del show está dedicado a la etapa electro-pop del grupo. La tecnología ha madurado mil por ciento desde la época de los computadores inestables en la gira de Pateando piedras. Hoy los teclados ya no son unos Casio de uso doméstico comprados en la Casa Amarilla. Esta vez, la importadora de instrumentos musicales Fancy les ha armado la infraestructura necesaria con la línea de sintetizadores Roland de última generación y amplificadores Marshall.

La tercera parte mezcla tecnología y rock & roll. Desfilan “Quieren dinero”, “Sudamerican rockers” y un bizarro segmento con tres canciones del álbum Corazones. La versión de “Tren al sur” es excelente, conmovedora. Claudio supera las grabaciones originales con su guitarra flamenca en “Estrechez de corazón” y una distorsión áspera en “Corazones rojos”. Dos horas y media dura el reencuentro. El cierre no es apoteósico, sino más bien modesto, con la versión del tema de la película “De Rusia con amor” que usaban como cortina en los shows con que promocionaban La voz de los 80 hace quince años.

 

Ficha:

Orgullos y pasiones: la historia de Los Prisioneros

Julio Osses

Vía X Ediciones, 2016