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El Semanal

Fotografías de: Gabriel Schkolnick / Roberto Candia

Carlos Larrain

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Qué se siente…

Que se muera una hija
Carlos Larraín

"Me sentí enojado con Dios durante mucho tiempo. Es una pena gigantesca. '¿Por qué a mí?', decía yo. Hasta que una amiga de mi mujer me dijo: 'Bueno… ¡Y nuestro Señor Jesucristo no pudo decir lo mismo! ¿Por qué a mí?'. Hasta ahí me llegó la rabia. Dura, se prolonga, pero de a poco uno se va no habituando, pero se suaviza el dolor. Yo cuento con mi hija y la familia toda.

Mi hija se llamaba Victoria, igual que mi mujer. Cuando murió en 1980, hace 32 años, tenía ocho años y 10 meses, casi nueve años. En el auto iban mi mujer y otros tres hijos más. A ella se le desplazó la columna vertebral un 30%; no quedó paralizada porque Dios es grande y porque se encontró con un buen médico en el Hospital de Valdivia que le hizo un molde de yeso y la fijó, porque a la hora que se mueve hubiera quedado paralítica. Los otros tres niños quedaron heridos, pero se recuperaron. Victorita murió 13 días después.

Me sentí enojado con Dios durante mucho tiempo

Victorita era muy simpática, divertida, me avenía mucho con ella. Los papás no confiesan esto habitualmente, pero con un niño muerto no importa: se reía de sí misma y tenía un gancho especial conmigo. Yo digo que tenía pura cara de ángel, porque era diablita, como la de esta foto que se sacó ante un árbol de la casa.

Muchas veces sueño con mi hija; a veces me despierto entre las tres y las cuatro, la hora en que murió mi niña. A veces pienso que es simplemente la edad, pero hay algo ahí.

Antes me costaba hablar de esto, ya no. Muchas veces me digo que esta niñita murió en la flor de la edad y ella me va a esperar en la puerta del cielo tal cual era el día de su muerte, sin el desgaste de la vida. Es un consuelo de ignorante".

Por: Marisol Olivares
Fotografía: Roberto Candia