"En el Hospital de Castro, después de estar perdido 21 días en el bosque de Cucao, me preguntaron cómo sobreviví y yo contesté: 'Comí bichos y plantas'.

Creo que fue al séptimo día. Estaba débil y necesitaba proteínas, porque sólo había tomado aguas estancadas o las gotitas que quedaban en las hojas de las plantas y los musgos. Tenía la sensación de no poder manejar mi cuerpo, como que éste les dijera que no a mis órdenes. Empecé con hormigas, porque las había comido antes. A mí me gusta mucho la miel y una vez las había probado por accidente, porque se metieron dentro del frasco. En general, son picantes, pero estos hormigones de Chiloé eran más grandes y dulces, pues salían de una enredadera que daba fruta.

Para hacerse fuerte, las personas tienen que obligarse a hacer ciertas cosas

Luego, comencé a cazar los zancudos que me atacaban por la noche. Terminabas tragando un poco de tu propia sangre. Lo mismo pasaba, en otro horario, con los tábanos. Tenían una bolsita con un néctar dulce. También comí dos tipos de sanguijuelas y 'ciervos volantes', que son unos escarabajos grandes a los cuales les sacas el caparazón y te comes la parte blanda. A las arañas les comía sólo la parte central del cuerpo para evitar el veneno.

Mucha gente me pregunta cómo es esto de comer un bicho, y yo les digo que puede ser dulce o picante, nunca salado. Es como comer huevos crudos, pero desabridos, con algo de sabor a pasto. Me acuerdo mucho del sabor. No me daba asco; sí miedo de comer algo venenoso. En esos momentos no había mucho que pensar.

Automáticamente, tragaba y pa' dentro nomás. Para hacerse fuerte, las personas tienen que obligarse a hacer ciertas cosas. Yo lo hice por la gente que me esperaba afuera del bosque.

De vez en cuando, todavía me como una hormiga. También me comí un zancudo, como para no olvidar el sabor".

Por: Francisco Siredey
Fotografía: Gabriel Schkolnick