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El Semanal

Fotografías de: Gabriel Schkolnick / Roberto Candia

Felipe Aguilera

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Qué se siente…

Estar en un volcán en erupción
Felipe Aguilera

"Tengo 34 años, soy geólogo y he entrado por el cráter de 12 volcanes. Cuatro veces he estado en un volcán en erupción.

La primera vez fue en el volcán Láscar, en el norte de Chile. Siempre que pienso en ese volcán siento miedo y adrenalina.

El 25 de octubre de 2002, yo tenía 24 años y estaba recién empezando a trabajar en volcanes. A los geólogos, cuando sabemos que hay una erupción, nos pican los pies por ir a ese volcán y ver qué pasa.

Nos fuimos en camioneta hasta la base del Láscar. Acampamos allí esa noche. Entonces pensé que todo tenía que salir perfecto, necesitaba tomar los datos y no fallar, porque eso te cuesta la vida. Pero esa noche casi no pude dormir. Había -15°C.

Wow… estoy en un lugar donde muy poca gente ha estado! Sólo tres personas y yo

Al día siguiente subí por cuatro horas, por 600 metros. Cuando llegamos al borde lo primero que pensé fue: ¡Qué pasó acá! No podía creer las dimensiones del cráter, la magnitud, cómo en la naturaleza podía existir algo tan gigante. Parado en el borde del cráter, es como estar en la última gradería del Estadio Nacional y cuando miras abajo ves hacia la cancha. Sentí miedo al inicio, luego pura adrenalina. Había -4°C.

En eso estaba cuando escuché: ¡Pum! Y salió un poco de ceniza. Me asusté mucho, no sabía qué iba a pasar, sentí que se venía algo mucho más grande. Son esos momentos raros cuando hasta te acuerdas de Dios, siendo que soy bien alejado de la fe. Eso tiene el Láscar, es un volcán que no avisa nada y entra en erupción en cualquier minuto.

Un profesor me dijo que me quedara tranquilo, y mientras seguía la explosión nosotros tomábamos fotos. Las fumarolas sonaban todo el tiempo y el ruido es igual a cuando despega un avión. A las fumarolas les decimos 'los jet'.

Cuatro años después pude entrar por el cráter. Llegué hasta la mitad y comencé a bajar por una especie de rampa de rocas negras y grises. Me puse una máscara para no inhalar los gases y descendí 200 metros de profundidad, es decir, la mitad de la profundidad que tiene el cráter. Sentí olor a azufre, el típico olor a huevo podrido.

Dentro del cráter, las rocas estaban a temperatura ambiente, pero si te acercas al gas que emiten las fumarolas, la temperatura sube hasta los 380°C. Ahí trabajé por dos horas muestreando los gases. Luego de tomar varias fotografías me fui. El ruido de las fumarolas dentro del cráter era constante, fuerte, y el miedo a una erupción siempre está presente.

De pronto el miedo se me quitó y me emocioné. ¡Wow… estoy en un lugar donde muy poca gente ha estado! Sólo tres personas y yo".

Por: Marisol Olivares
Fotografía: Roberto Candia