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El Semanal

Fotografías de: Gabriel Schkolnick / Roberto Candia

Gilles Pregent

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Qué se siente…

Ser secuestrado por las Farc
Gilles Pregent

"Nos tiraron al piso, con las manos atrás. Yo estaba seguro de que alguien nos iba a disparar, pero al mismo tiempo la escena transcurría muy lento. Como si no fuera yo él que estaba allí. Mi cuerpo no sentía nada, como si hubiera pasado el umbral del miedo. Y, claro, pensé en mi esposa y en mi familia.

Iba acompañado por Pierre Galipon, un francés que vivía en Bolivia, y Jay Ridell, mecánico canadiense del helicóptero. Yo era el piloto, también canadiense. A Jay le pidieron levantarse primero. El hombre que lo interrogó sacó su revólver, como para matarlo, pero en lugar de eso le pasó el arma a un compañero. Se nos paró el corazón. Nos preguntaron quiénes éramos, qué hacíamos allá, adónde íbamos. En ese momento no me sentí secuestrado: pregunté qué nos iba a pasar y me dijeron que no me preocupara, que iban a chequear nuestra versión y que estaríamos libres en una semana. Les dije que necesitaba fumar urgente. Llevaba dos semanas sin cigarrillos. Jay, que no fumaba hacía años, también recayó.

El soldado me apuntó, pero llegó el jefe del campamento y nos separó

No imaginamos que estaríamos 102 días secuestrados.

Nuestra misión era trasladar un helicóptero desde Calgary hasta La Paz. Al pasar por Medellín experimentamos dificultades climáticas, lo que nos obligó a aterrizar en Cali. Yo quería usar una ruta por la costa -nuestro helicóptero no tenía instrumentos-, pero Galipon quería ahorrar combustible y prefirió que tomáramos una por las montañas. Una tormenta nos obligó a aterrizar en la jungla, en la orilla del río Patía. No se veía nada. Al disiparse un poco vimos una cabaña. Un niño de unos 12 años nos trajo frutas. Estaba anocheciendo y nos invitó a quedarnos. No teníamos opción. Había una señora con un parche en el ojo y del segundo piso se escuchaban pasos de personas que nunca bajaron a saludar. Al día siguiente despertamos temprano. Estábamos al lado del helicóptero cuando vimos pasar a un hombre en lancha. Ni siquiera nos miró. Pensé que teníamos que partir ya. El cielo seguía con nubes, pero hacia el sur se veía despejado. Galipon y Ridell me dijeron que esperáramos a que despejara.

Minutos más tarde, el mismo tipo de la lancha aparece, pero desde la jungla. Venía con unos 20 soldados de las Farc con AK47. Nos trasladaron tres veces de cabaña en pocos días. En la tercera nos quedamos hasta que fuimos liberados.

Entendimos que nos quedaríamos por bastante tiempo cuando llegaron varios soldados para cuidarnos y se instalaron, incluso pusieron un viejo televisor donde veían monitos animados. Después supimos que pedían US$ 1 millón por cabeza y el helicóptero, que costaba US$ 2 millones. Nunca nos torturaron ni hubo violencia. Bajé 20 kilos. Nos daban arroz sucio y carne descompuesta que nosotros debíamos cocinar una vez al día.

Había un pequeño sendero por el que yo caminaba unas horas. Un día, uno de los soldados me dijo que no lo hiciera más, que me entrara a la cabaña. Me volví loco y le dije de todo. El soldado me apuntó, pero llegó el jefe del campamento y nos separó. No fue algo humanitario. Mi cabeza valía dinero".

Por: Ignacio Bazán
Fotografía: Gabriel Schkolnick