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El Semanal

Fotografías de: Gabriel Schkolnick / Roberto Candia

José Cruzat

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Qué se siente…

Vivir con el corazón de otro
José Cruzat

"Antes de entrar al pabellón, le dije a mi mamá que se despidiera del corazón que ella me había dado. No sentí miedo por el trasplante, sentía más que nada esperanza, tranquilidad. Cuando me doparon me dijeron que pensara en cosas felices y me quedé dormido. No supe nada más hasta que me fui despertando de a poco, por cuatro días.

Antes de entrar al pabellón, le dije a mi mamá que se despidiera del corazón que ella me había dado

A mí me dijeron a los 16 años que mi corazón no estaba bien y que iba a llegar un minuto en que no iba a poder más. A los 13 yo era activo. Si había que correr, corría. Estaba en atletismo, hacía deportes. No estaba limitado a ninguna cosa. Antes de la operación, me sentía mal. No se parece a ningún cansancio que haya sentido en mi vida. Era un agotamiento físico total, no como cuando haces mucho deporte y quedas botado en la cama. Era un cansancio que iba y venía.

Tras la operación, sentía mis latidos más fuertes. Sentía más sangre pasando por las venas. Cuando me quedaba dormido escuchaba el latido. No fuerte, pero se sentía más en el cuerpo, como si sirviera más la sangre. Se notaba que mi corazón era nuevo. Te sientes capaz de hacer más cosas, que no estás tan limitado. Es una sensación de libertad, de tranquilidad sobre todo. Pasé de sentirme mal al caminar, que me doliera la guata al pisar, a que no me duela nada.

Después del trasplante, lo único que quería era irme de la clínica. Quería dormir en mi cama, sentir las cosas típicas de la casa, las cosas mías. Estaba chato de la comida de allá, tener que bañarme allá. Al llegar a casa, invité a un amigo y pedimos pizza.

Qué bueno que haya personas tan generosas que puedan dar algo tan importante como un órgano a una persona desconocida. Gracias a la decisión que ellos tomaron, estoy vivo".

Por: Carla Mandiola
Fotografía: Gabriel Schkolnick