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Catalina Correa

“Si me comparo con la mujer que era antes de la operación, me doy cuenta de que no era todo lo feliz que podía ser”

A sus 54 años, después de una vida entera teniendo sobrepeso, Catalina Correa decidió someterse a una cirugía bariátrica. A punto de cumplir 60 y mirando en retrospectiva, dice convencida que ha sido la mejor decisión que ha tomado porque se quiere y se acepta como nunca antes.

“Siempre trabajé con modelos, con las más regias. Les buscaba la ropa, las vestía, las maquillaba para que quedaran preciosas. Hacía que se sintieran lindas y yo desaparecía. A pesar de eso, nunca me sentí mal o quise ser como ellas. No tengo recuerdos de haberme ido amargada a mi casa. Pienso en ese tiempo, antes de operarme y, claro, hoy me doy cuenta de que el hecho de usar solo camisas blancas y pantalones negros quizás era porque no quería que me miraran. Nunca usé color, jamás aros grandes y menos un vestido. Hoy, mirando atrás, creo que inconscientemente me estaba tapando.

Viví toda mi vida a régimen. Me acuerdo de tener nueve años y estar en cumpleaños de amigas, y no comer nada. Cuando el resto de las niñitas se iba, me comía todo escondida. Me acuerdo también de estar en la mesa con toda mi familia y yo comiendo zapallitos italianos y cosas que no engordaran. Eso me generó una ansiedad que me llevaba a bajar dos kilos y subir cinco, y a pensar todo el tiempo en qué iba a comer y a qué hora. Cuando chica me miraba al espejo y no me gustaba lo que veía. Hubo épocas en las que adelgacé, pero nunca fui flaca. De hecho, en mi cabeza siempre fui la gorda como si fuera algo malo. Eso hizo que a los 14 o 15 años le pusiera mucho más empeño a mi personalidad que a mi físico para ser atractiva. Mi personalidad sobrepasaba mi físico, y aunque eso no era un trabajo que hacía de manera consciente, hoy pienso que lo hice para tapar mi gordura. Por suerte nunca fui una gordita tímida.

Como toda mi vida trabajé mucho y me preocupé de mis niños, cuando dejé de trabajar y ellos ya estaban más grandes, me puse a pintar con tinta china. En medio de eso empecé, por primera vez en mi vida, a estar sola conmigo. Me enfrenté a mí misma, me conocí, me pregunté de dónde venían mis penas. Fue un proceso muy largo en el que me fui conociendo más. Y en el que comencé un ejercicio de descubrir quién quería ser. Estaba en esa etapa de mi vida, cuando en un almuerzo un doctor cercano a mi me ofreció una copa de champaña. Le contesté que no, que para variar estaba a régimen. “Cata, córtala con el tema del régimen y opérate”, me dijo. Me puso en contacto con un doctor amigo suyo. Y algo que todavía no descubro qué fue, me hizo aceptar. De hecho, un tiempo antes una mujer, sin que yo le preguntara nada, me había dicho que me operara. La odié con todo mi corazón y pensé “qué se cree venir a decirme algo así’. Yo era feliz como era, pero tiempo después me hizo sentido.

Si me comparo con la Cata de antes de la operación me doy cuenta de que no era todo lo feliz que podía ser. Viví 54 años siendo gorda entonces no conocía lo otro. Y aunque creo que mis tristezas pasaban por otras cosas, sí es muy probable que las haya tapado con la comida, que haya sido mi escape. Ahora comparándome y pensando en la gordita puede ser que efectivamente haya tenido la autoestima baja.

Hoy estoy convencida de que el peor error que uno puede cometer es poner a un niño a régimen. A los niños no se los pone a régimen, se pone a régimen a toda la casa. Yo sufrí mucho con eso y eso hacía que comiera más, porque comía escondida y con mucha ansiedad.

Después de la cirugía bariátrica empecé a ver cambios altiro. Al operarme pesaba 89, hoy peso 53 kilos. Después de la operación me siento mejor conmigo. No es que antes no me quisiera, pero ahora que estoy flaca me quiero y me cuido mucho. Me miro al espejo y me gusta lo que veo. Eso hace que por nada del mundo quiera volver atrás ni a comer como lo hacía antes. Me siento mejor, y no es que antes no mi sintiera bien conmigo, sino que ahora que estoy flaca me miro y digo qué pena. Haciendo esa comparación es que me doy cuenta de que no estaba feliz conmigo.

Después de la operación me siento mejor conmigo. No es que antes no me quisiera, pero ahora que estoy flaca me quiero y me cuido mucho. Me miro al espejo y me gusta lo que veo

Mucha gente me pide que convenza a otros de que se operen, pero eso no lo voy a hacer nunca. Cada uno ve cómo quiere vivir y cómo decide verse. No se trata de que ser gorda esté mal y ser flaca esté bien, sino de estar contenta con uno misma. Yo hace veinte años no me hubiese operado porque no estaba preparada, pero ahora que lo hice me doy cuenta de que es lo mejor que he hecho en mi vida. Por primera vez me siento cómoda con mi cuerpo, sana, ya no me relaciono con la comida a través de la ansiedad. Hoy me quiero mucho más”.

Catalina tiene 59 años y es maquilladora.