Stephanie Truan
“Para mí el amor propio fue aprender a no atender los prejuicios sexistas y no dejar que otros nos definan por cómo nos vemos”.
A sus 32 años, reconoce que pasó mucho tiempo intentando ocultar su lado pretencioso por miedo a que los prejuicios que existen en torno al físico contrarrestaran su inteligencia. Pero luego de años de lucha, y de construir su amor propio, sabe que nadie tiene el derecho de definirla por cómo se ve.
“Gran parte de mi vida me tocó camuflar el sentirme bonita por miedo a que los estereotipos de belleza nublarán la percepción que tenía la gente sobre mi “yo intelectual”. Eso me hizo tener que desarrollar una personalidad muy fuerte y bastante a la defensiva. Pensaba que para ganarme el respeto profesional debía alejarme lo máximo posible de esa imagen creada por culpa de los cánones de belleza. Y al final, y por falta de amor propio, absurdamente terminé ocultando algo que me encanta, pero que a veces resulta difícil compatibilizar con el mundo laboral.
Durante mi época de colegio, mi imagen nunca fue tema. Yo era la típica chistosa del curso, con cuerpo más de niñita, rodeada de amigas mucho más desarrolladas. Sin embargo, cuando me pegué el estirón, empecé a llamar mucho más la atención. Eso fue como en cuarto medio, periodo en el que probé suerte en el mundo del modelaje. Los primeros años no tuve problema y creo que eso se debía a que solía compartir con gente que ya me conocía. Pero cuando ingresé a estudiar Ingeniera Comercial en la Universidad de Chile, comenzó a complicarme la percepción que tenía el resto sobre mí. Me daba pánico que me definieran como la ‘modeloca’ del curso y que todo mi lado intelectual se viera disminuido por eso. Pese a destacar en el área académica, siempre había comentarios del tipo: “esto no es una pasarela” o “ella es la modelo del curso”. Tristemente, tuve que darle inicio a esta lucha por derribar los estereotipos. Pero más que decir “sí, soy modelo y además inteligente”, cometí el error de separar ambos mundos y ocultar el que es catalogado como algo superficial.
Me empeñé por destacar que era una mujer con cerebro, y solo a mi círculo más cercano le hice saber que seguía trabajando como modelo. Muchas veces me ponía roja de vergüenza cuando alguien me reconocía en un comercial o una foto, ya que no quería que la gente me encasillara en algo que no fuera intelectual. La situación se agravó cuando saqué mi título y tuve que buscar trabajo. Mi primera postulación fue súper frustrante, ya que no quedé por la razón más absurda del mundo: el gerente de la empresa me había buscado en internet y se enteró que era modelo. Obviamente no me lo dijo directamente, pero tenía un amigo que trabajaba ahí y que me lo comentó. Me sentí pésimo, como si hubiese hecho algo gravísimo. Tenía culpa y rabia porque esa información era pública. Sabía que la industria en la que me quería desempeñar no aceptaba ese tipo de cosas, que no podía ser economista y modelo al mismo tiempo.
La situación se agravó cuando saqué mi título y tuve que buscar trabajo. Mi primera postulación fue súper frustrante, ya que no quedé por la razón más absurda del mundo: el gerente de la empresa me había buscado en internet y se enteró que era modelo
Ahora que ya llevo un tiempo trabajando y que me he podido consolidar en el rubro, he sido testigo de la enorme cantidad de comentarios sexistas que giran en torno al físico. Al principio me angustiaba, sobre todo porque me daba mucha rabia e impotencia que atribuyeran mis logros a la parte estética y porque encontraba muy injusto que la gente se sintiera con el derecho de opinar sobre mi cuerpo. Sin embargo, toda esa experiencia me ayudó a crear mi carácter y a aprender a parar los carros.
Siento que este tipo de prejuicios, pese a existir en todo el mundo, se concentran aún más en Chile. Hace cuatro años me fui a Boston para hacer un magíster en Harvard, y nadie, pero absolutamente nadie, se refirió a mi físico. Allá eso es mucho más mal visto ya que son conscientes de que ese tipo de comentarios pueden denigrar a una persona.
Con el paso de los años, y ahora mirando todo desde otra perspectiva, reconozco que encuentro súper absurdo –e inseguro de mi parte- haber vivido con el miedo de lo que el resto pudiese pensar de mí. Mi camino de amor propio fue darme cuenta que la percepción de los demás no es la que me define, que nadie me va a poner límites o decirme lo que es malo o bueno. Reconozco que todavía me queda mucho trabajo por hacer y que aún suelo ponerme a la defensiva en algunas situaciones. Sin embargo, sí me siento más relajada, sí dejé de sentir que estoy caminando sobre cáscaras de huevo. Y cada vez me importa menos decir que soy economista, pero que también me encanta pintarme las uñas, arreglarme el pelo y sentirme bonita”.
Stephanie Truan tiene 32 años y es Ingeniera Comercial.