Fotos de paisaje
Hay fotógrafos a los que les apasiona descubrir lugares remotos e inmortalizarlos en sus fotos.
Tras lograr la hazaña que lo inmortalizó hace 50 años, el espíritu explorador de Armstrong lo motivó a seguir viajando. Esta vez, en las heladas cimas de América.
“Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Uno podría pensar que después de haber colocado un pie sobre la luna, poco le quedaría a Neil Armstrong para explorar en su vida. Llegar donde, literalmente, ningún otro hombre había llegado antes deber ser la meta máxima para cualquier curioso y aventurero del mundo.
Pero tras el alunizaje, lo cierto es que las aventuras de Armstrong recién estaban a punto de comenzar. Convertido ya en una celebridad norteamericana y en el hombre símbolo del triunfo de Estados Unidos en la carrera espacial, Neil dio la vuelta al mundo platicando sobre cómo era el satélite que noche a noche nos ilumina.
Pero en su mente, Armstrong tenía otro lugar en mente. El aviador tenía casi una obsesión con un lugar mucho más cercano que la luna: La Cordillera de los Andes. Algo que marcó dos de sus principales episodios en territorio sudamericano.
Tres meses después del alunizaje, y como parte de su tour por el mundo, Neil Armstrong y su compañero Michael Collins visitaron Argentina, en un viaje con todos los protocolos a la altura de una visita de su talla.
Tras haber sido recibido en la Casa Rosada, y según relatan sus cercanos, Armstrong tenía otros planes, mucho más personales vinculados a su obsesión: la cordillera. Terminadas la reuniones, Neil acudió rápidamente a una cita que tenía con un veterano de 86 años llamado Ángel María Zuloaga. ¿Y por qué esta cita con un aviador retirado sería más importante que los honores de la Casa de Gobierno? Porque la historia de Zuloaga fue la que inspiró a Armstrong a convertirse en lo que fue.
En el año 1916, Zuloaga también fue el primero, pero en cruzar la Cordillera de Los Andes, desde Chile hasta Argentina, en un globo aerostático. Para Armstrong, se trató de una historia inspiradora porque, a diferencia de su misión, Zuloaga se embarocó en algo totalmente desconocido, nunca antes hecho y de pura valentía. El encuentro sería un momento clave para su vida y lo que lo motivaría a volver años más tarde.
Siete años después, Neil Armstrong pondría sus pies en la Cordillera, particularmente en la sección que le corresponde a Ecuador, en dónde se unió a una expedición británica para explorar la hasta ese entonces desconocida Cueva de los Tayos.
La cueva, cuya entrada es un empinado vacío vertical de 70 metros, fue en su momento cuna de una serie de mitos que la conectaban con misterios cuya explicación solía ser la existencia de seres de otros mundos.
Estructuras talladas, libros dorados y más son parte de la historia mítica que dejó la expedición de Armstrong en este lugar al que, hasta el día de hoy, se le otorga un sentido místico, más allá del científico.
Fueron tres días de exploración, los que tras volver, Armstrong comparó con la experiencia de estar en la luna. “Es difícil comparar, pero en ambos casos uno siente que va a zonas desconocidas y se aprenden nuevas cosas”, señaló a la prensa ecuatoriana en su momento.
Una historia que sirve para recordar que muchas veces no es necesario pensar en viajes imposibles para sorprenderse, sino que basta con animarse a ver más allá y conocer lo que tenemos cerca, podemos contar con experiencias que quedarán por siempre en nuestra memoria y, a diferencia de lo que vivió Neil, ahora podemos retratar perfectamente gracias a nuestros pequeños compañeros digitales: los celulares.