La Tercera

Presentado por

LOréal

Laboratorio de Contenidos

Luces en la Cárcel

Durante medio año, diez internas de la cárcel de mujeres de San Joaquín asistieron a clases en un programa intensivo de L’Oréal Chile. Allí, en su encierro, aprendieron las sutilezas de la peluquería, la manicura, el maquillaje. La semana pasada tuvieron que demostrarlo, preparando a modelos reales para su primer desfile tras las rejas.

Por Carolina Sánchez

Fotos: Pablo Sanhueza

Les duele, pero no les importa: llevaban años sin usar tacones. Ese tipo de cosas también se pueden extrañar en el encierro. Por eso los eligieron altos, en punta de aguja, brillantes. Las telas de sus vestidos también son brillantes. Azules, rosadas, amarillas. El salón es blanco y está saturado de mujeres que revolotean, peinadas y maquilladas. Otras se cambian a toda prisa en el baño. Se quitan los pantalones, las zapatillas. Se observan en el espejo, se retocan los labios. Se ponen nerviosas cuando un hombre de terno entra y les dice que las modelos ya están listas, que si no se apuran no van a alcanzar a maquillarlas. Que el show tiene que comenzar.

En una de las paredes, casi tocando el techo, hay una larga ventana. Del otro lado están los alambres de púas, los gendarmes en la puerta, los altos muros blancos que desanimarían cualquier fantasía de escape del Centro Penitenciario Femenino, en la comuna de San Joaquín.

Es un miércoles 26 de septiembre y afuera de la cárcel el viento agita el poco pasto y la basura acumulada en la vereda, cuando se abre la puerta blindada para que entre el público. Van bien vestidos, maquillados: han venido a ver un desfile de modas en una cárcel chilena.

***

El inicio del curso

El inicio del curso

Ninguna sabía con exactitud lo que tendría que hacer, sólo que serían la cuarta generación de internas en probar sus habilidades en el salón blanco.

Todas somos reinas.
Una interna se preparara para el desfile.
Xeise siendo maquillada.
El curso, maquillando y planchando pelo.
El discurso antes de salir.

La selección para la generación 2018 del programa de estudios fue seis meses atrás. 45 mujeres reclusas del Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín postularon al programa Belleza por un Futuro —de L’Oréal Chile y Gendarmería—, pero sólo diez quedaron seleccionadas. Los requisitos eran básicamente dos: buena conducta y entusiasmo por el mundo de la belleza.

Ninguna sabía con exactitud lo que tendría que hacer, sólo que serían la cuarta generación de internas en probar sus habilidades en el salón blanco. Allí recibieron capacitaciones llevadas a cabo por profesionales —peluqueros, maquilladores, manicuristas—, que las prepararon para el oficio de estilista. Tuvieron clases de tintura, corte, nailart, maquillaje, morfología de la piel y el pelo. El objetivo, dicen desde L’Oréal, es sencillo: entregarles a mujeres privadas de libertad algunas herramientas para poder surgir una vez fuera, pero también adentro de la cárcel.

Una de las internas es Margarita Bernal, de 48 años, pelo rubio apenas por sobre los hombros. Siempre le ha gustado cuidárselo, dice. Antes de ser condenada a siete años, cuando su vida todavía era otra, vendió productos de belleza, casa por casa, junto a su marido.

—Acá puedo hacer lo que me gusta: peinar, maquillar, arreglar el cabello —dice Margarita—. Y pienso retomarlo cuando esté afuera. Yo sé que esto es lo que quiero hacer en mi vida.

Cuando está en clases —dice Margarita y sus compañeras la secundan— se sienten como si estuvieran en otro lugar, lejos de la cárcel. Ahora está sentada en el salón blanco y va anotando lo que dice el profesor en su cuaderno. Cada cierto rato, alguna de sus compañeras levanta las manos y se anima con alguna pregunta. El resto del tiempo las diez internas están en silencio. Si no fuera porque desde la ventana se escucha entrar el pulso estridente de un reggaetón, y uno que otro grito de alguna pelea, el lugar podría ser una peluquería cualquiera.

Han tenido clases dos veces por semana, los lunes y miércoles, durante seis meses. Desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Algunas son teóricas —tintura, estilos de corte de cabello o de maquillaje— y otras son prácticas. Han decolorado pelucas de maniquíes, han maquillado a sus compañeras o les han hecho manicuras. En ocasiones incluso le han cortado el pelo a otras internas. El funcionamiento es parecido a cualquier otra clase, en cualquier otro lugar: tienen una serie de exámenes y deben aprobarlos para poder graduarse. Las que lo consigan, reciben el diploma de L’Oréal que las certifica como “Experta en belleza”.

Un poco de laca antes de la premiación.

—Aquí están inmersas en el mundo de la belleza —dice el peluquero y profesor Manuel Oviedo, una vez que termina su clase y las internas empiezan a guardar sus apuntes—. Es una experiencia de vida que les sirve para aportar aquí y después allá afuera. Son herramientas que no habían tenido nunca. Para nosotros eso es lo que más significado tiene.

En algunas clases, incluso, varias gendarmes se ofrecieron para hacer el papel de modelos. Las internas las maquillaron, las peinaron, les hicieron las uñas con delicadeza.

—Aquí no las vemos como internas sino como alumnas —dice la gendarme Marilyn Martínez, que estuvo estos meses a cargo del programa—. Al principio estaban temerosas, porque no sabían si lograrían los resultados. Pero hoy las chicas son personas muy seguras de lo que han aprendido. Ellas saben que ahora tienen las herramientas para cuando sean libres.

Enrique Teixidó, director de L’Oréal Chile, dice que cuando comenzó el programa, en 2015, era difícil imaginar que habría cuatro generaciones de graduadas: 38 reclusas certificadas en belleza. Especialmente porque la idea nació como una apuesta, con más de alguna duda.

—Nuestro compromiso es seguir formando nuevas internas. Y el compromiso de ellas, tanto de las que se quedan como de las que se van, es hacer que esto sea importante en sus vidas. Este programa nos ha demostrado que la belleza es un motor poderoso de cambio.

Cada año, luego de seis meses de formación, el programa culmina con un hito: las graduadas tienen que ser capaces de organizar un desfile de moda, en la misma cárcel, donde deben maquillar y peinar a un grupo de modelos profesionales. Todo eso frente a un público —autoridades de la cárcel, gente de L’Oréal, familiares— y arriba de un escenario.

Ahora recién terminan de arreglarse. El día llegó y el público las espera afuera.

***

Margarita Bernal

Margarita Bernal48 años

Me costó mucho creer que estaba en la cárcel. Me sentía muy culpable. Estoy arrepentida, pero sé que es tarde.

Margarita Bernal, vestida para la ocasión.
Antes de ingresar a la ceremonia.
Subiendo al escenario por la alfombra roja.
Margarita, ahora experta en belleza, junto a su familia.

Cuando abrí la puerta ese día y vi a los Carabineros, lo primero que pensé fue que mi sobrino había matado a alguien. Fue hace dos años, pero son esos días que no se olvidan nunca, que se recuerdan completos. Unas horas antes mi sobrino me había pedido dos cosas: que le prestara mi auto y que le guardara algo en mi casa. Yo sabía que era droga, que era cocaína, pero le dije que sí igual. Ahí empezó todo y yo terminé acá. Pensé que me iba a morir.

Me costó mucho creer que estaba en la cárcel. Me sentía muy culpable. Estoy arrepentida, pero sé que es tarde. Tengo que estar siete años, aunque quizás esté menos por buena conducta, por tener trabajo acá. Ahora vivo en un centro al lado de la cárcel, donde puedo trabajar y estudiar. En noviembre podré optar por una trimestral, ir a mi casa algunos días. Después, quizás, pueda estar allá los domingos. Estar en ese otro centro es un premio porque es más fácil que te vayan a ver, no es invasivo para las visitas. Yo antes no quería que mis hijos me vinieran a ver.

Allí supe que había sido seleccionada en el curso de L’Oréal. Es lo que siempre quise de joven. Me gusta mucho el maquillaje, la peluquería, aprender todo. Cuando salga voy a seguir aprendiendo, me quiero perfeccionar. Ojalá pueda ir a un instituto allá afuera, atender algunas clientas a domicilio. Acá hemos aprendido mucho: a cuidar nuestro cabello, a cortarlo, a maquillarnos bien. Y también cómo hacerlo para otras personas.

Cuando pienso en el futuro, me gustaría tener un salón de belleza. Poder aplicar lo aprendido, trabajar en esto. Me imagino estando en un living, en mi casa, teniendo todos los implementos, y que las vecinas se vayan a atender ahí. Quizás partir por las mamás de las compañeras de mi hija, que me puedan llamar y yo puedo ir a arreglarles el cabello. Sería un sueño.

Al centro con lentes: Bernal en la ceremonia de graduación.

Me imagino un salón como los de los mall, quizás no tan grande. Con niñas a las que les pueda enseñar, traspasarles todo lo que he aprendido junto a mis compañeras. Las chiquillas son muy buenas en lo que hacen. ¡Arreglan bonito el cabello, maquillan espectacular, hacen unas uñas increíbles! Y todo eso lo aprendieron aquí. Aprendimos a cuidarnos.

Cuando una está ahí, en la peluquería, parece que no fuera la cárcel. A todas nos da pena cuando se acaban las clases. Ahí siempre una dice: se terminó, hay que volver a la realidad. Es imposible no quebrarme cuando pienso en estar acá adentro, lejos de mi familia. Uno acá ve un mundo que no sabía que existía. Tú acá haces dos condenas: la del juez y la pérdida de tus hijos. El tiempo que no los ves, la falta que tú les haces, que te vean mal. No estar con tus hijos es fuerte. Pero yo ya lo sé: nunca más, nunca más en mi vida voy a estar presa.

Este taller de L’Oréal nos va a ayudar mucho allá afuera. Las he escuchado a todas diciendo que van a partir en sus casas o van a buscar trabajo en los salones de belleza. Les piden los contactos a los profesores para ubicarlos, para que cuando salgan las puedan ayudar.

Va a ser difícil encontrar oportunidades allá afuera, por mis antecedentes. Es verdad, eso nos va a pasar. Yo creo en la reinserción, pero necesitamos una oportunidad.

***

La Ceremonia

La Ceremonia

Están nerviosas. Luego de seis meses, el curso ha terminado, y ahora tienen que caminar frente a personas que no conocen, subir al escenario, mostrar todo lo que han aprendido maquillando a cinco modelos de L’Oréal.

Son las 11 de la mañana cuando el show comienza. Las diez internas salen de la peluquería y se abren paso por los corredores lúgubres del penal. Son pasajes anchos, de paredes altas, con cámaras rodeadas de alambres de púas. El viento, que sopla con fuerza, agita sus vestidos mientras caminan. Están maquilladas cuidadosamente: se han colocado sombra en los párpados, iluminador en los pómulos, se han pintado las bocas del color de sus ropas.

Están nerviosas. Luego de seis meses, el curso ha terminado, y ahora tienen que caminar frente a personas que no conocen, subir al escenario, mostrar todo lo que han aprendido maquillando a cinco modelos de L’Oréal. Para la mayoría, es primera vez que actúan frente a público.

Mientras caminan hacia el escenario, otras presas les gritan:

—¡Que lindas las modelos!

Ellas sonríen de vuelta, con timidez.


Un fotógrafo les pide que posen, y entre las telas de los vestidos se adivinan algunos tatuajes. Una rosa, un nombre: recuerdos de la vida afuera. Otras presas vestidas con delantales blancos saludan a las maquilladoras, mientras acarrean comida. Cada una de las diez internas lleva una maleta con sus implementos para el show: el maquillaje, las brochas, las lacas, las peinetas.

Uno de los profesores del curso las ve pasar y les dice, con orgullo:

—Todas íbamos a ser reinas, ¿no?

Las sensaciones de las diez reclusas parecen las mismas. Ninguna durmió la noche anterior. Están entusiasmadas por titularse, pero también tristes porque el curso termina, y eso implica volver a la normalidad del encierro, de los días que no se diferencian entre sí. Aunque están ansiosas por lo que vendrá después. Lissete, una de las reclusas, lo explica así:

—Una admira cuando ve que un profesional puede hacer ciertas cosas, y ahora nosotras podemos también. Pero hay una mezcla de todo: estamos tristes, pero realizadas.

Cada dos internas, hay una modelo a quien deben maquillar y peinar cuando estén arriba del escenario. No debería ser muy difícil, pronostican algunas. Una parte del trabajo previo lo hizo el equipo profesional de L’Oréal y ellas deben asegurarse de que todo siga intacto: retocar las bases, los iluminadores, el fijador del cabello. Volver a peinar, si es necesario.

Algunas internas con sus cajas de maquillaje.

Entre las internas que se preparan para subir está Xeise Escobar. Tiene 28 años y lleva dos adentro. Tiene un vestido largo, azul petróleo, el pelo negro le cae por la espalda descubierta. Fue la mejor alumna de la clase, aunque estuvo muy cerca, cuenta, de perderse la ceremonia: hace cuatro días murió una tía cercana y su familia está de luto. Pero sus profesores le dijeron que era importante que ella fuera quien hablara por todas sus compañeras.

Ahora camina nerviosa cerca del escenario. Sus manos temblorosas sostienen el trozo de papel que lee sin parar. Uno de sus profesores la escucha practicar y le sugiere que marque más las palabras. Ella lo intenta, pero le cuesta: cada vez que empieza se emociona. Cuando sus compañeras se acercan baja la voz y sólo mueve la boca, para que no la escuchen.

Cuando se alejan, dice:

—Me costó mucho hacer esto. Lo que más nervio me da es hablar. Voy a romper algo tremendo en mí cuando esté allá arriba, y lo voy a hacer porque me eligieron. Todo lo que he vivido aquí no hubiese pasado jamás de otra manera.

Entonces lo repite nuevamente. Una y otra vez. Hasta que escucha su nombre.

***

Xeise Escobar

Xeise Escobar28 años

Antes nunca tuve motivación. No me imaginaba nada, no tenía ningún sueño. Ahora sueño con estudiar peluquería afuera, aplicar lo que he aprendido.

Xeise Escobar, de gala, dando el discurso de cierre.
Algunos consejos antes de subir al escenario.
Xeise Escobar.

Estar acá adentro es algo que nunca esperé. Llegué por robo con intimidación, llevo 18 meses y mi condena es de tres años y un día. Cometí ese delito porque tomé malas decisiones y por rodearme de personas que hacían cosas ilegales. Terminé cayendo en esa tentación. Antes de lo que pasó ese día, nunca había pasado nada así en mi vida. Ni tampoco en la de mi familia.

Aunque mi abogado ya me lo había dicho, no puedo olvidar las palabras del juez, cuando me lo dijo: “tres años y un día”. Tres años y un día sin mi hijo, sin mi familia. Pero a mí no me gusta hablar de eso, de lo que me llevó a que ese día me leyeran esa sentencia.

Hay que saber llevar esta vida. Acá uno se encuentra con todo tipo de personas, pero va en uno cómo lo lleva. Acá no es un lugar para tener amistades, ni para compartir tanto. No es un lugar en donde todas las personas son sinceras. Lo mejor que puedes hacer es llevar tu día a día sola, aunque eso ha cambiado desde que vamos al taller de belleza. Nos hemos unido mucho.

En la cárcel es difícil quererse a uno misma, lo he visto en mí y en mis compañeras. Pero el problema no está en los errores que uno cometió, sino en cuánto aprendes de ellos. Hemos cambiado mucho en este curso: al principio llegábamos chasconas, sin maquillaje, sin ganas. Pero clase tras clase una se quería un poco más. Nos sacábamos más partido, preguntábamos qué se hacían otras y lo aplicábamos. Yo no sabía mucho, aunque siempre quise saber. La peluquería es lo que más me llenó. También tuvimos cursos de desarrollo personal, donde nos enseñaron a querernos, a ponernos en el lugar del otro, a salir de nuestra de zona de confort.

Una acá adentro, o incluso afuera, tiende a no tener sueños, a no tener metas. Hoy día creo que hay algo más allá. Una siempre dice que va a salir y que va a trabajar en lo que sea: haciendo aseo, en lo que se pueda. Pero este curso me ha ayudado a soñar más, a soñar en grande.

Yo nunca había querido tener un examen. En mi vida antes de la cárcel nunca había tenido esa responsabilidad. Ahora incluso estoy tomando clases para sacar cuarto medio. Antes nunca tuve motivación. No me imaginaba nada, no tenía ningún sueño. Ahora sueño con estudiar peluquería afuera, aplicar lo que he aprendido. Ser una buena trabajadora y después, ojalá, tener un salón muy bonito. Ese es mi sueño. Las personas tienden a mirarte en menos por haber estado aquí adentro. Pero cuando termine el tiempo que me queda, no voy a salir con las manos vacías. Ahora tenemos las herramientas. Ahora, quizás, nos miren con otros ojos.

***

El desfile

El desfile

La ceremonia es en un patio al lado del casino de la cárcel. Pero hoy parece otro sitio: hay una gran carpa blanca, asientos con cojines, sillas envueltas en telas blancas y amarradas con cintas verdes.

Las internas antes de entrar a la ceremonia.
Xeise Escobar peina a una modelo.
Algunas internas con sus cajas de maquillaje.

Quedan pocos minutos para que empiece el desfile y las reclusas esperan al lado del escenario. Algunas retocan a sus modelos y otras, impacientes, se asoman para ver si los familiares que invitaron ya llegaron. La mayoría espera sentada, en silencio, con los zapatos en la mano.

—Cómo se sienten los cuatro años con zapatillas, ¿no? Antes podía estar todo el día arriba de los tacos —dice una interna y las demás se ríen.

La ceremonia es en un patio al lado del casino de la cárcel. Pero hoy parece otro sitio: hay una gran carpa blanca, asientos con cojines, sillas envueltas en telas blancas y amarradas con cintas verdes. Antes de que el show comience, las internas se abrazan. Están agazapadas detrás del telón y esperan, en silencio, que las nombren para subir. Ya ninguna se ríe.

Entonces van pasando y arriba del escenario, con sus brochas, fijadores y peinetas, comienzan a trabajar sobre las modelos. Deben ser rápidas: tres minutos cada una y luego se sientan. Luego vuelven a subir: deben recibir las flores y el certificado. El cartón tiene una salvedad, que ellas mismas solicitaron: es L’Oréal Chile quien las reconoce como expertas en belleza, no gendarmería. Muchas temían que, una vez fuera, no les contrataran por estar asociadas a la cárcel en su diploma. Una vez afuera, no quieren llevar el encierro consigo.

Cuando la ceremonia está por terminar, sube Xeise Escobar. Cuando está arriba del escenario, trata de no mirar a la gente. Se concentra en un punto fijo, lejano. El silencio es total.

—Mi sueño es seguir adquiriendo conocimiento en belleza y conseguir oportunidades laborales —dice, y su voz rápidamente se quiebra—. A las próximas generaciones les quiero decir que crean en ustedes mismas. Esto ha marcado y cambiado nuestras vidas…

El público estalla en aplausos, interrumpiéndola.

Xeise, por fin, parece respirar tranquila.

Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.
Las luces en la cárcel; las internas del curso.