Mi cuerpo cambió:

¿Puede cambiar también mi autoestima?

Mirarnos en el espejo por la mañana y repetirnos que hay que querer nuestro cuerpo tal como es, suena mucho más fácil de lo que es en la práctica. Sobre todo sabiendo que en algún momento será inevitable que éste sea sujeto a más de un cambio, cambio para el cual quizás no estemos preparadas y que afecte, en más de una forma, a nuestra autoestima. Y es que, al igual que nuestros cuerpos, la autoestima no es estática, mucho menos eterna, y se puede volver difícil surfearla a través de los años.

Por: Por Camila Ossandón Collage: Sofía Valenzuela

Como dice el estudio “The Evolution of Self-Esteem”, publicado en American Psychological Association, la autoestima "no es un constructo unitario, sino un conjunto de representaciones propias internas que se van actualizando”. Lilian Dreckmann, psicóloga y una de las formadoras de la Escuela de Desarrollo Internacional de Personalidad y Relaciones Humanas (PRH) en Chile, precisa que “la autoestima no se puede confundir con el concepto de ‘identidad’, que está constituida por rasgos esenciales de nuestra personalidad y que puede permanecer en el tiempo. Al contrario, la autoestima es subjetiva, volátil, y se va adaptando a las experiencias del día a día”.

Eso explica que, aunque nos hayamos sentido bien durante mucho tiempo con nuestro cuerpo,  pueda llegar un evento en cualquier momento de nuestra vida que derribe esa imagen que teníamos de nosotras mismas, y por ende, que nos adentremos en un proceso “de miedo, negación, tristeza y frustración antes de llegar a la aceptación de la nueva yo que estamos viendo en el espejo, y que no sabemos cómo va a continuar en el futuro”, dice Lilian.

A Daniela Cabello (31) le pasó después de tener a su primera hija y haber subido 11 kilos, algo que no solo cambió su contextura. “Mi autoestima, antes de mi alza de peso, era buena. Me sentía segura aún cuando no me gustaban algunas cosas de mi cuerpo, me arreglaba muchísimo más que ahora, era atrevida en las relaciones, adoraba salir y conocer gente, y  en el trabajo incluso bailaba en público de vez en cuando por los pasillos por toda la energía que tenía. Pero eso cambió, ahora soy insegura, solo me junto con mis amigos más cercanos, y ni siquiera me arreglo tanto, porque no creo que valga la pena darme más que una pintada rápida. Todo esto porque mi cuerpo ya no es el mismo”, cuenta.

Pero no se trataba solo de que a ella le molestara su apariencia, sino que se dio cuenta que otros la trataban de forma distinta luego de su cambio. “Soy chef, y es muy común que la gente nueva que conozco piense que soy gordita producto de mi profesión. Es terrible tener que andar escuchando comentarios que la gente no se ahorra, y siento que no puedo comerme ni una papa frita tranquila porque alguien va a decir: ‘oye ¿pero tú no estabas a dieta?’. Todas estas cosas me han desmotivado, porque hasta mi capacidad de liderazgo ha sido cuestionada en el trabajo por cómo me veo, y cuando volví de mi post natal, se me miró en menos en la cocina porque mi cuerpo había cambiado completamente”.

Fue tanto, que optó por pedir una licencia para irse a su casa después del post natal por lo mal que lo estaba pasando. Ana María Fernández, Doctora en Psicología y directora del Laboratorio de Evolución y Relaciones Interpersonales (www.leri.cl), asegura que “el modelo de autoestima se crea a partir de cómo nuestra biología interactúa en la sociedad, por eso no somos inmunes a lo que los demás nos dicen, sobre todo si nos encontramos en un momento sensible respecto de nuestros cuerpos. Esa vulnerabilidad no es algo que se pase porque nos vayamos haciendo fuertes con la adultez. La autoestima no es para nada una garantía”.

Claudia Cruzat, Vicedecana de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez, e investigadora del Centro de Estudios de Trastornos de la Conducta Alimentaria (CECA), cuenta que en los estudios que ha realizado sobre cuerpo y autoestima, “el ciento por ciento de las mujeres entrevistadas tienen al menos una disconformidad con su cuerpo, y no necesariamente al grado patológico”. Si esos descontentos se prolongan, cabe la posibilidad de que la felicidad comience a depender de ellos, porque como cuenta Daniela, “si bien de adolescente mi autoestima era muy baja porque no me sentía nada a gusto con mi cuerpo en comparación al que tenían mis amigas, cuando entré a trabajar hubo un cambio en cómo yo me veía a mi misma. Pero eso fue porque en esa época tuve una baja de peso muy grande. Solo ahí, pude empezar a formar mi carácter, y ahora que subí, me está costando quererme de nuevo”.

Como la autoestima es elástica, Lilian Dreckmann asegura que “ésta sí puede derrumbarse ante cualquier fracaso o cambio radical que afecte la percepción de nosotras mismas. Pero una autoestima sana no significa que permanezca fuerte y estática en el tiempo, sino que se refiere a una ‘ajustada’. Una que se mueve, que se cae, pero que luego se vuelve a recuperar. Si dentro nuestro tenemos una base sólida que nos recuerde nuestro valor, siempre vamos a poder levantarnos, y cada vez que lo hagamos iremos aprendiendo, y luego podremos hacerlo cada vez más rápido”.

Ese es un camino de aceptación que no aparece por arte de magia, pero que sí se puede recorrer. Por ejemplo, Sabina Soto (35) se sintió perdida después de que su cuerpo aumentó en veinte kilos, producto de una depresión en la adultez que la condujo a tomar medicamentos y cambiar sus hábitos alimenticios. “Empecé a cuestionarme todo mi valor, porque hace años que perdí la posibilidad de mirarme al espejo tranquila, y me da pena pensar que me estoy perdiendo esta década de mi vida que tanto soñé; llegar a los treinta con independencia y solvencia económica. Pero no me permito ser feliz por mi cuerpo. Cuando veo mi reflejo, estoy segura de que nada es como yo quisiera que fuese”.

En no poner todo el énfasis de la vida en la imagen corporal es donde las especialistas concuerdan que se puede empezar a recuperar la autoestima. Claudia Cruzat dice que “hay un ejemplo que lo explica, y se asemeja a una canasta de huevitos; si ponemos en distintos huevos las razones para sentirnos bien, como por ejemplo, el hecho de que por un lado me siento una buena profesional, por el otro una buena mamá, una buena amiga, o talentosa para distintas cosas, tendremos un lugar donde apoyarnos si uno de los huevitos se resquebraja. Pero si ponemos todas las energías de la autoestima en el huevito de la imagen corporal, no nos van a quedar otros si es que este se rompe”.

Sabina trató de reflexionar sobre esas cosas que la hacían una mujer valiosa. En el camino, se dio cuenta de que su emprendimiento de animaciones para cumpleaños de niños la hace sentirse como “una mujer que puede romperse el alma riendo para hacer que los otros sonrían”, cuenta. “Sé que soy optimista, que mi familia agradece que sea una mujer trabajadora y creativa, que mis hijos consideran que soy una madre cariñosa y presente, pero sobre todo, que yo de verdad avanzo en mis días tratando de ser una mejor persona. Sé también que eso es lo que tengo que recordar para sentirme completa, y no pensar tanto en que mi cuerpo define mi valor”.

Querer el cuerpo después de un cambio, puede no ser una tarea fácil ni alentadora. Pero hay que tratar, porque Ana María Fernández explica que “es importante que aprendamos a hacer un duelo respecto a nuestros cuerpos anteriores, ya que nuestro ciclo de desarrollo no permitirá que podamos volver a tener el cuerpo que teníamos a los 18 años”. Pero en ese duelo, no podemos olvidar que, según Lilian, “todas tenemos los recursos para recuperar nuestro amor propio, solo hay que despejarlos de estos cambios que nos pondrán a la defensiva. Tarde o temprano, nos permitirán encontrar un lugar profundo dentro de nosotras para pararnos y enfrentarlos, y podremos ver más claramente esos puntos de apoyo que no dejan de existir si subimos o bajamos de peso”.

Volver