Noelia Tabilo:

“Mis quemaduras son todo lo contrario a la conformación”

Una noche a finales de octubre de 2018, llegué a mi casa muy temprano, como nunca. Vivía con mis padres, así que les avisé que me iría pronto a la cama porque al día siguiente tenía una presentación de diseño en CORFO. Me despedí con la convicción de que en la mañana iría a defender… Continue reading Noelia Tabilo: “Mis quemaduras son todo lo contrario a la conformación”

Una noche a finales de octubre de 2018, llegué a mi casa muy temprano, como nunca. Vivía con mis padres, así que les avisé que me iría pronto a la cama porque al día siguiente tenía una presentación de diseño en CORFO. Me despedí con la convicción de que en la mañana iría a defender un proyecto social muy importante, pero de lo que en realidad pasó en ese entonces, me enteré cuatro meses después, cuando desperté en una camilla de la Posta Central. Esa noche fue como si alguien le hubiese puesto pausa y play a mi vida sin razón.

Estaba casi inmóvil y sin voz, algo que descubrí cuando el doctor vino a pedirme que solo asintiera si es que sabía donde estaba, porque me acababan de sacar un tubo respiratorio. No pude decir nada, solo quería tratar de pegar los engranajes y recordar qué había pasado, mientras juntaba angustia por no saber dónde estaban mi mamá y mi papá. Cuando logré verlos bien, sentí un primer gran alivio, y comencé a impacientarme por tener más información sobre lo que había pasado. Al rato, llegó una psicóloga a verme. Lo primero que hice fue tratar de apuntarle con gestos casi crípticos hacia mi cara. Ella lo comprendió de inmediato, y me preguntó si quería verme al espejo. Asentí.

Por un lado, una parte de mi sabía con lo que se iba a encontrar. Era como si mi mente tuviese sensaciones guardadas a pesar de que no estaban las imágenes del pasado. Las del presente, imaginaban una cabeza vendada y rapada, algo que me hizo darme cuenta de lo mucho que iba a necesitar ver mi pelo para sentirme bien, porque era una de las partes de mi que más me gustaba y definía, y siempre lo amé largo como era. Pero cuando me acercaron el espejo, efectivamente se cumplió lo que pensé. Fue impactante. Pero, aunque todo era una explosión de emociones, más fuerte todavía fue ver como la única ventana que tenía hacia mi piel, mis ojos, aún tenían mis cejas y pestañas. Así fue como entendí que yo no había desaparecido por completo.

La noche del accidente inició por un enchufe en mal estado. Aún no llegamos a una conclusión exacta de la causa, pero lo que sabemos, es que mi pieza se inundó de llamas durante cuatro horas. Mi mamá y mi papá intentaron buscarme entre el fuego, pero no encontraron nada. Viendo el escenario desde afuera, los especialistas pensaron que ya era muy tarde para llamar a una ambulancia, pero era obvio que mis padres no se iban a dar por vencidos. Cuando lo apagaron, mi papá volvió a entrar, aunque corría el riesgo de que todo se desplomara; calculó fríamente dónde podría haber estado la cama, y ahí me encontró, en un rincón entre los escombros, sin pulso. Rápidamente me sacó a la calle, y por suerte, un carabinero traía un tubo de oxígeno que usó para reanimarme hasta que recuperé mi palpitar. Fue sorprendente, pero solo entonces, llegó la ambulancia a rescatarme.

Pasé meses de rehabilitación en la Posta. Mi cerebro, a pesar de la pérdida de oxígeno, no sufrió ningún daño colateral, y me permitió formar vínculos importantes con toda la gente que me apoyó y enseñó a vivir de nuevo. Los especialistas me mostraron cómo trabajar mi cuerpo y como mantener activas mis cicatrices. Mis objetivos diarios se irían viendo al poco tiempo, como por ejemplo, cuando logré aplaudir para comunicarme, a caminar de nuevo, o a volver a hablar. Pero sobre todo, aprendí a reconocer mi nueva apariencia y sus posibilidades.

Y es que estas cicatrices son todo lo contrario a la “conformación”. Aquí no hay una superación de fealdad, sino que un amparo en creer que sigo siendo bonita y valorable. Otra cosa es que sea difícil de apreciar para el resto, porque si bien, yo tengo una personalidad y conducta que ha luchado por salir adelante, otros se encierran y no pueden volver por vergüenza. Por eso siento que los grandes quemados podemos convertirnos fácilmente en los fantasmas de la sociedad, porque uno se empieza a ocultar por el rechazo que tiene la gente en el día, y que se nota en los gestos más sutiles.

Pero lo que yo en realidad siento, es admiración por estas marcas. Por ejemplo, mi brazo derecho sufrió muchas secuelas de la quemadura, pero yo de verdad lo amo. Si bien puede parecer como si fuese la piel de un reptil, esa textura me gusta, la encuentro preciosa, cada vez que la observo la descubro e incluso la he aplicado a mis nuevos diseños, porque son el producto de un trabajo de joyería que mucha gente hizo para salvarme. Y también de esa gente que se quedó conmigo, porque si es que tuve que vivir un duelo, no fue el de haber perdido mi piel, sino uno social donde muchos simplemente, se fueron de mi vida después de mi accidente.

Cuando estaba internada, la psicóloga me explicó que era normal que al salir, todos quisieran verme, pero que dado el momento, esa curiosidad se iba a pasar, y ahí sería donde conocería realmente quiénes se iban a quedar conmigo. Yo tenía un grupo muy estable de amigos, de esos que uno veía todos los fines de semana, así que una vez que pude volver a casa, naturalmente llegó el momento en que quise pedir permiso para poder salir con ellos una noche. Cuando algunos me vieron, todo terminó en el impacto, porque al día siguiente desaparecieron para siempre. Nunca más quisieron saber de mi, a pesar de que nos conocíamos desde el colegio. Así fue como me di cuenta de que existían las pantallas sociales, y que probablemente, muchas dependen de tu apariencia.

No se trata de las marcas que te quedan, de hecho, ellas son las que hablan de nuestra historia. Igual que las arrugas, igual que los tatuajes, estas quemaduras son una experiencia que contar, una que también está permeada con muchas alegrías, como las risas que he tenido con mi equipo de rehabilitación en las sesiones, o el día en que un restorán me dio trabajo apenas me dieron de alta y confiaron en mis capacidades, o los amigos que me quedaron de verdad.

La vida de verdad comienza con estas cosas. Por eso he tratado de no negar nada en ella. La piel que tengo hoy, es efectivamente mi segunda piel, y estoy ocupándome de mi cambio porque se que hay mucha gente que está esperando que esté bien. Cuando me preguntan cómo puedo tomar la micro, yo respondo que simplemente lo hago con orgullo. Salgo con mi traje, con cuidado, y la gente no tiene miedo a acercarse, a pesar de que las miradas que quedan a lo lejos sean de preocupación para ver si me está doliendo o no. Ahí tengo que ser fuerte, porque esto es un accidente, no una enfermedad terminal.  Sí me he preguntado por qué a mí, pero luego, la respuesta claramente es, ¿por qué a mi no?.

Creo que la valoración de todo solo puede ser posible si primero aprendemos a querernos a nosotros mismos. He dejado todo mi proceso registrado en mis páginas de Instagram y TikTok, para apreciar hasta la más mínima evolución. Cuando se logra ese amor por tu forma de ser y no por tu físico, y te das cuenta de que la gente que te quiere de verdad estará ahí pase lo que pase, empieza la capacidad de transmitir las vivencias de manera más tranquila para ayudar. Y de paso, recordar que nuestro gran valor, está en la valentía.

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