La reinvención de Estela
Siempre quiso tener su casa propia. Pero los 20 años que pasó en el campamento Las Lomas, en Lo Barnechea, le enseñaron que no podía depender de nadie para abrazar ese sueño, y que para salir adelante con sus cuatro hijos tenía que tomar las riendas de su vida. Hoy Estela Contreras no sólo tiene el hogar que anhelaba, sino que estudió educación de párvulos y ejerce en un colegio de la misma comuna. “Algún día tendré mi propio jardín infantil”, dice.
Cuenta que sus padres siempre fueron chapados a la antigua. Que durante su infancia en Puerto Montt le enseñaron que el matrimonio era para toda la vida. Y que si quería que funcionara debía concentrarse en ser madre y dueña de casa.
Estela Contreras (40) quería estudiar secretariado, pero se emparejó tempranamente con un hombre 14 años mayor y se embarazó de él. Cuando dejó la casa de sus padres abrió una libreta de ahorro para tener la propia. Parte del sueldo que su pareja recibía haciendo “pololos” en construcción se depositaría allí, mientras ella se ocuparía de la crianza de su hija.
En 1997, y cuando tenía siete meses de embarazo de su segunda hija, lo convenció de venirse a Santiago. Creyó que empezando de nuevo las cosas podrían mejorar, y que para tener la casa que tanto anhelaba debían aumentar sus ingresos.
Los sueldos que recibía su pareja en el sur apenas les alcanzaban, así que habló con una tía que estuvo dispuesta a recibirlos de allegados en el que estaba considerado como el campamento más antiguo de Chile: Las Lomas, en Lo Barnechea.
Contreras cuenta que dormían en la cocina. Así que cuando una amiga les ofreció irse a otro campamento para que estuvieran más cómodos, partieron a San Antonio: una toma que quedaba del otro lado del río Mapocho. No permanecieron mucho tiempo.
Cuando Contreras regresó ya no se alojó donde la tía, sino que se instaló en una vivienda precaria que había sido construida por los mismos pobladores. Era helada y se llovía. Pero estaba desocupada, y de fondo se oía el río y los pájaros.
Con el tiempo la fundación Un Techo para Chile la ayudó a tener una mediagua que su pareja fue agrandando con el material sobrante de sus pitutos en construcción. Pero ni hablar del ahorro para la casa que Contreras soñaba. El alcoholismo de él siguió siendo un problema.
Decidió dejar de ser dueña de casa y trabajó de empleada doméstica pero fue peor. No lograba encargarle el cuidado de los niños a su pareja, porque ni llevándolo a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, lograba que cambiara.
Está muerto
El alcoholismo se profundizó y derivó en violencia. Contreras dice que aguantó nueve años en silencio hasta que un día sintió que la relación no daba para más, y tomó a sus niños y huyó al sur.
Aunque pensó que decepcionaría a sus padres, cuando llegó allí y les contó de los maltratos, ellos entendieron que la vida de su hija no se parecía a la de ellos, y la acogieron.
Contreras no lo sabía en ese momento, pero estaba embarazada de Ámbar, su tercera hija.
Pensó que le daría miedo regresar, pero decidió volver al campamento Las Lomas con más alivio que tristeza. Mirando a sus hijos decidió tomar las riendas de su vida.
En una escuela nocturna cursó su tercer y cuarto medio. Cuando la directora del colegio Betterland -donde estudiaban sus hijas en Lo Barnechea- la vio con una panza gigante, le ofreció ser ayudante en un jardín infantil, ubicado en Monseñor Escrivá de Balaguer, para que pudiera solventarse.
Lavando los platos de las colaciones de los niños o limpiando mesas manchadas de témpera, se dio cuenta que su vocación no era el secretariado sino la educación parvularia.
-Me entretenía jugar con ellos. Cantaba, actuaba- dice.
Mientras sacaba el cuarto medio, en 2006, Estela fue mamá. Y dos años después, en 2008, mandó a Pablo a la salacuna en furgón y quiso sacar su título profesional. Dice que fueron tiempos difíciles porque sus hijos sufrían con sus ausencias. Pero Contreras estaba decidida. Si no se convertía en profesional, no iba a dar el salto nunca. Así que comenzó a estudiar educación parvularia en el instituto Los Leones.
Paralelamente recibió una buena noticia de parte del Minvu y el Serviu: el campamento Las Lomas tenía que ser reubicado pues se construiría la Costanera Norte. Y ahora vivirían en un proyecto habitacional a pocos metros de allí, llamado Las Lomas II. Contreras reactivó la vieja libreta de ahorro y postuló al subsidio habitacional.
Entre medio se volvió a emparejar. Pero esa relación, como la anterior, no fructificó.
Sin tiempo que perder
Su rutina funcionaba como un reloj. Salía con sus hijas a las ocho de la mañana, y mientras ellas estudiaban en el colegio, ella trabajaba en el jardín infantil hasta las 15:30.
Y luego corría a la casa para hacer aseo y cocinar.
Contreras tuvo la energía para cuajar todas sus obligaciones. Pero a medida que avanzó su carrera, sus fuerzas flaquearon.
Estela se amanecía estudiando. Y ya el segundo año estaba sobrepasada psicológica, mental y económicamente. Unas compañeras le prestaban plata para pagar el instituto, y ella se los iba devolviendo de a poco con los sueldos que recibía en el jardín infantil.
Belén quedaba al cuidado de una tía o de sus propias hermanas.
Hoy todas sus hijas mayores trabajan y estudian. Como su madre, quieren algo mejor para su futuro:
Si Contreras fue la primera profesional de su familia, sus hijas serán las próximas: una de ellas estudia ingeniería en construcción en el Duoc y la otra se metió a administración de empresas pero volverá a dar la PSU: quiere cambiarse de carrera. En cuanto a Pablo y Belén siguen en el colegio: el primero está en octavo, la segunda en cuarto básico.
Nueva vida
Apenas egresó de la carrera en 2012, Contreras fue contratada como educadora de párvulos en el colegio Betterland, y le subieron el sueldo. Allí trabaja hace siete años y los niños le dicen “miss”.
También pidió un préstamo al banco con el que pudo pagar las deudas que adquirió durante sus estudios.
Ese mismo año el proyecto habitacional que reemplazó el campamento Lomas I comenzó a ser construido poniendo fin a la toma surgida hace 68 años. Contreras respiró aliviada. Apenas la municipalidad le mostró un plano del condominio, comenzó a imaginar cómo iba a decorar ese hogar por el que llevaba esperando 20 años.
Contreras vive desde 2017 en una casa de ladrillo y cemento de tres niveles distribuidos en 72 m2 y que cuenta con paneles solares. Dice que se la entregaron en bruto, así que su padre viajó del sur y la ayudó a terminarla. La amobló y le puso recientemente piso flotante a las tres piezas. Una de las hijas mayores aportó con el comedor donde hoy prepara la once: esta tarde hizo pan amasado.
-Aquí no hay barro, no hay goteras, no hay frío- dice mientras suena Ricky Martin de fondo. Y ella percibe que para llegar hasta ahí tuvo que reinventarse completamente:
Contreras no descarta volver al sur. Pero mientras ya tiene un nuevo sueño en mente, y esta vez lo sabe, es capaz de todo:
-Me gustaría ser dueña de mi propio jardín infantil- dice mientras en el tercer piso de su casa propia, los niños ríen y ven Peppa Pig.