Cumbre rosa

María Paz tenía una motivación para subir al Everest: visibilizar su lucha contra el cáncer de mamas.

Texto Andrea Hartung • Producción Belén Muñoz y Dominga Sivori Fotos Nacho Rojas • Asistentes de fotografía Felipe Díaz y Gonzalo Lobos Maquillaje y pelo Rosario Valenzuela • Agradecimientos Alto Las Condes

Todas las prendas las puedes encontrar en altolascondes.cl

Blazer, Liolá, $52.900.
Pantalón, Liolá, $36.900.
Blusa, Liolá, $17.900.
Zapatillas, Tommy Hilfiger, $59.990.
Collar, Rapsodia, $15.990.
Chaqueta, Zara,
$45.990.
Vestido túnica, Cher,
$119.990.
Aros, Rapsodia, $15.990.
Blusa, Zara, $19.990.
Pantalón, Rapsodia, $99.990.
Blazer, iO, $49.990.
Zapatos, Mingo, $79.990.

“Decidí subir el Everest para decirles a todas las mujeres que estén atentas, que en el cáncer de mamas el autocuidado es importante y que la cura es posible”.

Polera, Gap, $14.990.
Pantalón, Esprit, $32.990.
Chaqueta, Tommy Hilfiger, $89.990.
Blazer, Zara, $45.990.
Collares, Swarovski, $108.900 y $93.900.
Pulsera, Swarovski, $74.900.

Cuando estás colgando de una pared, a 20 grados bajo cero y en camino a terminar la escalada de 8.848 metros que significa subir el monte Everest, que es la cumbre más alta del planeta, es posible que te preguntes por qué estás ahí. María Paz Valenzuela (56) es una experimentada montañista, e incluso ella se lo cuestionó mientras colgaba de una pendiente a la que la mayoría de las personas jamás van a llegar. Pero María Paz tenía una motivación que no todos tienen: visibilizar su lucha contra el cáncer de mamas. “Sentía que había algo importante que decir y para que me escucharan debía hacer algo excepcional”, explica. “Quería ser escuchada con propiedad y poder decirles a todas las mujeres la importancia de que se hagan la mamografía. Que hay vida después del cáncer”.

María Paz llevaba muchos años dedicada a subir cerros alrededor del mundo, y como ya había pasado los 50 años a comienzos del 2017 estaba cerrando ciclos. Tenía planeado subir nuevamente el Aconcagua para conmemorar los 30 años desde la primera vez que lo había hecho, y estaba preparando una expedición al monte Denali de Alaska, el más alto de Norteamérica. Fue en ese contexto cuando la llamaron de la clínica para avisarle que su mamografía había salido mal.

Con el diagnóstico y bajo la promesa de internarse y empezar el tratamiento a su regreso, María Paz fue a Alaska a subir su última cumbre antes de empezar las quimioterapias, que duraron hasta diciembre de ese año. “Tuve que poner mi vida en pausa”, recuerda. “Inevitablemente se desmorona todo, se cae el mundo, se apaga la luz. Yo venía con todo el empuje de los cerros, me estaba yendo muy bien y físicamente me sentía poderosa, pero de un día para otro te destruyes, porque si bien la quimioterapia te sana, primero echa abajo tu sistema. Por un tiempo no eres dueña de tu vida y te sientes a merced del cáncer”, explica sobre los ocho meses que duró el tratamiento.

En medio de la oscuridad que significó el cáncer, María Paz llegó a un punto en el que todo se veía mal. “En la tercera quimio sentía que me había desarmado y que no me estaba mejorando. Tenía una mastectomía, cicatrices por todas partes, no tenía pelo ni cejas ni pestañas y andaba con turbante. Me miraba al espejo y veía a otra persona”. Pero de lo que no se había percatado, por estar sumida en su propio dolor, era que, aunque no lo pareciera, era del grupo de las afortunadas. “Mi oncóloga me contó de las dos mil mujeres que mueren al año porque no se diagnosticaron a tiempo, y que en Chile la principal causa de mortalidad femenina es el cáncer de mamas”. Esa conversación produjo lo que María Paz llama “un clic profundo”, y la llevó a determinar que no seguiría sintiéndose una  víctima.

Las quimioterapias son cada 21 días, y en esas semanas hay 10 días malos, pero después 10 días buenos hasta que se vuelve a empezar. Fue en los días en que mejor se sentía que empezó a trabajar en el proyecto del Everest. “No sabía si podía resultar, pero me sirvió para mantener mi cabeza en otra cosa, para no estar todo el día en lo del cáncer”. La preparación tuvo dos partes: la física y la logística. La primera fue muy de a poco; de hecho, al principio caminaba una cuadra y sus hijas la iban a buscar en auto para llevarla de vuelta a casa. El día 15 de diciembre fue la última quimioterapia, y dos semanas después subió el cerro Provincia para probar el estado de su cuerpo. “Me costó muchísimo, pero necesitaba saber cuánto me faltaba por trabajar”, explica sobre la preparación que hizo de la mano de su entrenador de siempre. “Él me dio confianza y ayudó a mejorar mi autoestima porque siempre creyó que iba a poder”.

Pero subir el Everest implica costos altísimos a nivel monetario, por lo que la segunda parte fue buscar financiamiento, y eso significó tocar todas las puertas. “En diciembre de 2017 tenía la mitad de la plata que necesitaba y me tenía que subir al avión en marzo”, recuerda sobre ese período. “Seguí entrenando y a fines de enero le presenté el proyecto a Alto Las Condes y Clínica Alemana, quienes a los diez días me confirmaron que se sumaban”.

María Paz partió a Nepal con dos de sus hijas, mientras que la menor se quedó como contacto en Santiago. Subió con ellas hasta el campamento base y luego siguió sola. A solo meses de haber terminado su última quimioterapia se encontró en el campamento 3, a más de 7 mil metros de altura. Fue ahí cuando se emocionó por primera vez en esta travesía. “Era lo más alto que había llegado en mi vida, así que de ahí en adelante no sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo. Era un mundo nuevo, pero a diferencia del cáncer era un mundo nuevo en el que me sentía a gusto”, explica. “Con el cáncer me sentía atacada, mientras que la montaña no me quería hacer daño”.

“Mi oncóloga me contó de las dos mil mujeres que mueren al año porque no se diagnosticaron a tiempo, y que en Chile la principal causa de mortalidad femenina es el cáncer de mamas”.