La Tercera repasa cómo se ve hoy la figura de Pinochet, desde cómo se enseña en los colegios hasta cómo es leído en la actualidad quien es probablemente el chileno más conocido del mundo. Un hombre polémico que marcó la historia contemporánea y la vida de todo un país.
La figura del general no deja indiferente a nadie. La Tercera consultó a políticos, estrellas de la televisión, artistas e intelectuales por sus impresiones acerca de Pinochet a una década de su muerte. Estas son las respuestas de quienes aceptaron la invitación.
El día en que murió Pinochet, yo andaba grabando en el interior de Estados Unidos. No me enteré hasta el día siguiente, y después vi por televisión algunos comentarios, porque en el lugar donde yo estaba alguien tenía Televisión Nacional, y estaban los comentarios del funeral, y de las discusiones sobre el funeral. Y entonces, pensé que el gobierno en ese momento de turno tenía un gran problema, porque ¿cómo hacer ese funeral y que todos quedaran conformes? Esto lo va a juzgar la historia, no lo podemos juzgar nosotros. Lo que pasó, pasó, y fue muy lamentable. Ningún movimiento, en mi opinión, merece una sola muerte. Y hubo muchas. Pero hay otros que dicen que la guerra es la guerra. Yo espero que esto nunca más pase en Chile. Yo espero que nunca más haya gente exiliada ni gente que tenga que tener enrejado su país.
Para mí Pinochet se define por tres características: el militar que traicionó y destruyó la democracia; el dictador cruento que se mantuvo en el poder diecisiete años; y el cobarde que murió sin una palabra de arrepentimiento.
Rememora la oscuridad de mi país y también es una alerta en mi espíritu respecto de qué tenemos que hacer para tener una buena democracia y que no tenemos que hacer para caer en tragedias. Es la expresión de un alma que está latente en el pueblo chileno, es dura, es intransigente, violenta. No entiende fórmulas intermedias, sino simplemente la aplicación de la fuerza para controlar. Tenemos que aprender la lección que nos dejó la separación de las Fuerzas Armadas y la sociedad civil, nunca dejar que se distancien tanto. Sin duda, su figura marcó el alma de un pueblo, lo malo que puede ocurrir y también lo que es ese pueblo, porque Pinochet era un chileno. También significó la imposición de una cultura individualista, egoísta que se instala en todos los mecanismos de funcionamiento de la sociedad chilena y que la marca hasta hoy.
En lo personal, nada. Como historiador es referencia obligada. En un ejercicio parecido a este, publicado en 1989, leo dos respuestas crédulas. La de Ricardo Lagos afirmando que se habría “derrotado” a Pinochet en el plebiscito, y que “no va a dejar una marca permanente”, y la de Máximo Pacheco Matte que, tras ese mismo plebiscito, celebra a una hija suya que le dice “qué rico Papá” que la Francisca (su otra hija de año y medio) “nunca va a saber quién fue Pinochet”. Tamañas ingenuidades me recuerdan esa pesadilla que cuenta Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Era un hombre que le prometió lealtad a un presidente y no cumplió con su palabra. Un militar que llegó a encabezar un gobierno luego de atacar por la fuerza a otro elegido bajo las reglas de la ley. Un general de voz estridente y sonrisa burlona que no toleraba discrepancia y usaba su poder para perseguir opositores, desterrarlos o hacerlos desaparecer; un hombre que se jactaba de virtudes que nunca tuvo, se imponía sembrando el miedo y actuaba movido por la oportunidad y el ansia de trepar. Un sujeto al que muchos chilenos apoyaron, porque fue útil a sus intereses.
Fue un gran simulador, un maestro del engaño. Llegó a comandante en jefe porque simuló ser un militar leal, de fiar, y un mes después, cuando el golpe estaba en desarrollo, se excusó de atender el llamado del presidente mandando a decir que estaba ocupado en el baño. Con los jefes golpistas convino que la jefatura de la junta sería rotativa, pero al año se hizo nombrar jefe supremo de la Nación. A los muertos los hizo desaparecer para simularlos vivos; a sus leales les hizo creer que vivía con lo justo. Cuando fue detenido en Londres se hizo el enfermó, y de regreso en Chile, para eludir la justicia, simuló locura, si no desmemoria.
Fue la cabeza visible de la dictadura cívico militar que hizo que nuestras FF.AA. actuaran agrediendo y oprimiendo al mismo pueblo chileno al que juraron defender para beneficiar a una elite económica que impuso un modelo neoliberal a costa del asesinato, secuestro y tortura de miles de compatriotas.
Pinochet fue un asesino, un ladrón y un cobarde. Fue un lacayo de Estados Unidos en su guerra contra el marxismo. Gobernó para enriquecer a sus amigos y a los ricos. Le hizo mala propaganda a Cuba y muchos chilenos siguen hablando pestes de ese país sin darse cuenta que nos dan cátedra en dignidad y sentido de la vida. Están muy seguros de que este Miami de cuarta que nos legó Pinochet es mejor, solo porque tenemos muchas cosas para consumir. Sin embargo, la injusticia y precariedad en el empleo son la regla, tenemos una democracia de baja intensidad —en la cual los amigos del dictador son reyes—, corrupción a todos niveles y un pueblo inculto. Ese es su legado.
Augusto Pinochet fue un general del Ejército que hizo un golpe de Estado en 1973 y gobernó por diecisiete años, durante los cuales violó, torturó, exilió y asesinó a miles de personas, además de robarse millones de dólares. La división que produjo entre los chilenos de derecha y de izquierda creó un clivaje que duró décadas. Solo fue cambiando de nombre: pinochetistas versus allendistas, sí versus no, Alianza versus Concertación, Chile Vamos versus Nueva Mayoría. Hoy, el eje parece haber cambiado y los clivajes son otros, como establishment versus populismo o globalización versus nacionalismo.
Nuestra modernidad tuvo un parto violento. Sus parteros se llamaron Eduardo Frei, Salvador Allende y Agusto Pinochet. La polarización política de la guerra fría, la miseria urbana producto de la masiva migración campo-ciudad, la juventud demográfica, un régimen de izquierda partisano y la bancarrota económica, terminaron por hacer inviable la democracia en el país. Los militares dieron un golpe de Estado. Luego, Pinochet se hizo dictador y optó por liderar una modernización capitalista, que resultó exitosa. Bajo su mandato de 17 años también hubo represión, tortura, exilio y asesinatos. Al final, hizo un plebiscito y perdió por poco.
Antes de odiarlo, le tuve miedo. Pinochet fue el primer monstruo de mi infancia. Conocí desde temprana edad la naturaleza de sus poderes maléficos y mientras cantaba la Internacional socialista junto a los exiliados amigos, me preguntaba si algún día se volvería bueno y nos dejaría regresar a ese jardín floreado del cual nos había expulsado. Ya encarnado en la figura real de dictador fascista, deseé que un tribunal lo juzgara en la plaza pública. No ocurrió. Es una lástima que no tenga una tumba como la de Franco como para ir a escupirle cuando una anda enojada.
Fue un segundón, pero el azar lo puso en el momento correcto. Además, con Lady Macbeth como esposa, su futuro estaba asegurado. Ella le dio los empujones necesarios para alcanzar la cima. Si escarbo en mi memoria, recuerdo que era un hombre malo, que inventaba conflictos y solía responder a los periodistas con ironías de mal gusto. No tenía talento ni educación, y sin embargo logró deslumbrar a las clases acomodadas que todavía lo lloran, aunque –por cierto– no se trató de un cariño gratuito. Cuando nos alejemos todavía más de estas fechas y se acaben las pasiones, concordaremos en que ninguna calle llevará su nombre
Pinochet representa una etapa muy negra de la historia de Chile. Impuso su visión de las cosas sobre la base de asesinar y liquidar las instituciones históricas del país. Es una figura del pasado pero que dejó un gran daño psicológico, político y social. Por ejemplo, el que se le produjo hasta hoy a los hijos y nietos de los torturados. Y en la cultura popular, legó la idea de que los ciudadanos tienen un rol secundario respecto a las instituciones y se buscan otras maneras para presionar y cambiarlas. Es una noche muy negra de nuestra historia.
Augusto Pinochet fue un oficial de carrera mediocre, que supo encontrar la manera de ascender contra todo pronóstico gracias a la ayuda de su esposa, Lucía Hiriart. Ella, que nunca se resignó a tener un marido de rango medio, lo empujó hasta alcanzar la comandancia en jefe durante el gobierno de Salvador Allende y lo respaldó en su traición de último minuto para sumarse al golpe de Estado de 1973. Ambos encabezaron una dictadura de la que emergieron enriquecidos. Varias generaciones de chilenos aún exhiben las marcas que les dejaron la crueldad de él y el sello moralista de ella.
Es difícil hablar de una época que no me tocó vivir. Nací en 1987, el plebiscito fue en 1988 y crecí en democracia. Pero la historia está escrita, por eso hay que buscarla y leerla. Sin duda hablar del golpe de Estado, y de la dictadura que se vivió en nuestro país, hace reflexionar que la historia nos enseña, una vez más, que debemos aprender de nuestros errores. No solo hay que enfocarse en el pasado que nos desune, sino que hay que pensar el presente y el futuro que nos une como sociedad. Prefiero pensar en lo que se viene y proyectar un país unido, tener democracia y la posibilidad de elegir a quienes nos gobiernan es la mejor forma de liderar un país entre todos.
No soy un pinochetista acérrimo, pero reconozco que fue un hombre importante para lograr la libertad en nuestro país. Él no fue un cacique que se le ocurrió tomarse el poder, sino que la Junta Militar se lo toma porque la ciudadanía le pedía desesperadamente que lo hiciera. Creo que hubo gente en la que él confió y que hicieron muy mal las cosas, acarreando un desprestigio a su obra y a las FF.AA. hasta hoy. Hubo personas, que estuvieron a cargo de la seguridad, que abusaron. Eso fue lo que pasó ahí.
"Qué es esa hueá de usar capa", dice Rodrigo Vásquez, un comediante de stand up en un bar en Ñuñoa, frente a un puñado de personas. Se refiere a Pinochet y su look de villano en las fotos de los ’70. Todos se ríen. Ni por un segundo se siente como un acto de valentía. Ni siquiera un acto político. No hay pasión en la idea de mofarse de él. El chiste radica en la imagen de alguien adulto que opta por la poco práctica idea de usar una capa y pasearse con ella como si nada. Y además, de paso, fue un dictador. Para mí, ese es Pinochet en el mundo de los chistes: una anécdota para reírse de algo más. Así de irrelevante se ha vuelto, así de poco importante.
Al igual que Fidel y Maduro, Pinochet fue un dictador. En su régimen se violaron sistemáticamente los DD.HH. Sin embargo, la derecha política desde Jarpa en adelante contribuyeron con la recuperación de nuestra democracia. Así por ejemplo, celebramos el acuerdo nacional de 1985 que es el inicio de la transición coronada con el triunfo de Aylwin, y posteriormente, la gran política de los acuerdos que nos permitió alcanzar altos niveles de desarrollo, hoy perjudicada por la izquierda irresponsable de la retroexcavadora. Lo que se aprende de su historia, es que nunca más en Chile, podemos sacrificar la democracia, la vida y los DD.HH., que para nosotros como PRI, son irrenunciables siempre. Por tanto, Pinochet es el pasado. Sin embargo, la izquierda cada vez que está debilitada, lo resucita.
Galactor, Sauron, Arawn, Darth Vader, Darth Maul, Megatron, Mordred, Cobra, Destro, Dr.Terror, Dr.Dread, Dr.Doom, Garon, Luthor, Apocalipse, Sinestro, Joker, Penguin, Kingpin, Red Skull, Dolza, Cthulhu, Voldemort, Pennywise, Conde Dooku, Gral. Grevious, Moriarty, Jabba, Frieza, Dr. Claw, Moff Tarkin, Pierrenodoyuna, Patán, Darkseid, Galactus, Saruman, Smaug, Capitán Garfio, Mumm Ra, Duende Verde, Thanos, Annie Wilkes, Tony Montana, Ming El Despiadado, Loki, Bane, Ras Al Ghul, Hans Gruber, Gárgamel, Bizarro, Doomsday, Miles Mayhem, Robur, Maléfica, Skeletor, Hordak, Cruela de Ville, Don Corleone, Catalina Creel, Roberto Betancourt, Estrella de Fernández, Adriana Godán, Álvaro Zazar, Sarita Mellafe, Ignacio Valdés, Willy Zañartu, Atila, Genghis Khan, Vlad Tepes, Stalin, Hitler, Hussein, Castro…
Hoy Pinochet sobrevive en el legado político que dejó en nuestro país; amparado por una constitución a su medida que no ha cambiado un ápice su espíritu ideológico durante más de 30 años. Nos hemos ganado la mala fortuna de resistir un llamativo puesto en el ranking de los países con peor desigualdad en derechos y distribución de recursos en el mundo. Por otro lado, tenemos una clase media inventada por el sistema de mercado, que solo sobrevive en base al endeudamiento familiar. Durante 26 años nos dijeron, en democracia, que este era el modelo del desarrollo para su gente. Y hoy, a pesar de los mañosos índices de crecimiento económico y crecimiento per cápita, el país se encuentra privatizado y precarizado de derechos básicos, de sensación de futuro, finalmente, de estabilidad. Hay que desembolsar mucha plata para tener educación de calidad, salud segura y pensiones dignas. Uno se vuelve a preguntar: ¿Pinochet está vivo?
Todos coinciden en que declararse pinochetistas les ha traído problemas en su vida. Discusiones con profesores, malos momentos en ceremonias públicas y recriminaciones de compañeros. Pero insisten en que la historia ha sido contada sólo de un lado y no dudan en reivindicar y defender el legado que para ellos tiene el general (R) Augusto Pinochet en la historia de Chile.
-Allende decía que ser joven y no ser revolucionario era una contradicción hasta biológica. ¿Estás de acuerdo?
-No, para nada, afirma Diego Martínez (23).
El 11 de septiembre de 2013, Martínez fue junto a sus compañeros de la Fundación Presidente Pinochet a la misa oficiada en la Catedral Castrense para conmemorar lo que define como “el pronunciamiento militar”. Al momento de entrar a la iglesia vio a un grupo de gente protestando: anarquistas y comunistas -asegura- que habían llamado a funar la ceremonia. Durante la misa golpearon las puertas y, al final, quienes estaban dentro tuvieron que salir escoltados por carabineros a través una puerta lateral, mientras escuchaban los insultos que provenían de los contramanifestantes. “Ellos lo ven como si fuera algo mal ser partidario o agradecido del gobierno militar, y no contento con eso salen a funar o agredir”, reflexiona.
Diego está actualmente a punto de salir de Derecho en la Universidad San Sebastián. Dice que siempre se interesó por la historia de Chile y, sobre todo, por el “pinochetismo”. Su abuelo fue militante del Partido Nacional y su madre, candidata a concejala por la Unión Demócrata Independiente (UDI) en Quilicura, fueron claves en este incipiente interés. “Desde los seis años que leo historia y siempre que había oportunidades manifestaba mi opinión. Leía las columnas de Hermógenes Pérez de Arce y de Gonzalo Rojas para instruirme”, comenta.
Sus opiniones llamaron la atención mientras estudiaba en el Liceo de Aplicación. Una vez discutió con una profesora de historia que tenía visiones distintas sobre el gobierno de Pinochet. “Ella era de la otra tendencia y no me evaluó muy bien”, recuerda. Pese a que su pensamiento político era conocido entre sus compañeros, jamás tuvo un problema con ellos, aunque señala que el ambiente en el liceo era marcadamente de izquierda. “Lo que pasa es que mis amistades las hago siempre en el marco del respeto”, afirma.
En la universidad el tema fue distinto. Se postuló en una lista al centro de alumnos de su carrera y, en la campaña, le sacaron en cara su adhesión al gobierno militar y su militancia en Renovación Nacional. A pesar de eso, su lista fue la ganadora. Diego entró a Derecho con una beca otorgada por la Fundación Presidente Pinochet, que le financiaba el 50% del arancel anual y que se renovaba año a año, según su rendimiento académico y con un compromiso de participación en las actividades de la institución. “Para mí siempre es grato venir a la fundación. Hay instancias de formación con ex ministros, invitados de lujo. Incluso, teníamos un equipo de fútbol que participaba en una liga todos los sábados”, afirma. La fundación realiza estas charlas en la bibloteca que fue donada por el propio Pinochet y ahí se expone sobre temas como la educación o el sistema de AFP.
La visión de Martínez tras casi cinco años en la fundación es que la “mirada pinochetista” no ha sido escuchada en la opinión pública y que la historia se ha cargado demasiado hacia la versión de la izquierda. Alega que hay pocos espacios para defender la visión que tiene de los hechos del 73.
“En el gobierno militar se hicieron cosas muy positivas y que aún perduran para el país. Pero de eso se ha hablado poco”, asegura.
“Mi profesor de historia decía que Augusto Pinochet fue un asesino. Yo le pregunté por qué le decía asesino, si a Pinochet nunca se le vio apuntando con un arma a una persona. Y él me dijo que mandaba a matar gente, que los comunistas eran lo bueno de Chile y Pinochet lo malo”, afirma Jean Romo (15).
El padre de Jean fue miembro de las Fuerzas Armadas y en casa lo criaron en un ambiente que enaltecía no sólo la figura de Pinochet, sino que las de otros líderes de la Junta Militar, como José Toribio Merino o César Mendoza Durán. Jean se declara abiertamente pinochetista y no tiene problemas en demostrarlo. En su liceo, en Talcahuano, ha tenido discusiones con su profesor debido a sus visiones distintas de la historia del país. Tampoco ha tenido problemas para defender la “parte buena” del gobierno militar frente a sus compañeros. “Para mí, Augusto Pinochet Ugarte fue el mejor Presidente de Chile”, dice. Según sus palabras, su mejor amigo es comunista, pero con él no ha tenido problemas. “Nos llevamos bien. La política no se lleva en una amistad. Puede que seamos rivales en política, pero siempre hay que respetar sus ideas”, argumenta.
A su corta edad, ya forma parte de un incipiente movimiento político, llamado Patria Nueva Republicana, un grupo creado por ex miembros del partido Por Mi Patria (ligado a Augusto Pinochet Molina) que está en formación. En su experiencia, cada vez son más los adolescentes que piensan como él y planea seguir por el mismo camino de su familia, defendiendo siempre el legado del pinochetismo.
Nicole Aguilera (25), en tanto, vive en San Bernardo, “la misma comuna donde nació Lucía Hiriart”, remarca. Estudió en el Colegio Inmaculada Concepción y nunca tuvo problemas por sus ideales, ni con compañeros ni con profesores. Tampoco los hubo en la Universidad de los Andes, donde entró a estudiar Derecho. “Si uno es pinochetista es porque sabe cómo fue la historia de Chile. Por lo mismo, uno va reconociendo los avances del país, porque cuando Pinochet asumió el poder, cuando fue el pronunciamiento militar, Chile padecía una economía muy baja”, señala.
Los únicos momentos donde ser pinochetista le ha jugado en contra ha sido en medio de manifestaciones públicas. “En el homenaje en el Teatro Caupolicán tuve que correr literalmente dos cuadras y subirme a una micro, porque había gente que estaba en contra del gobierno militar. Cosa que es inaudita, porque las personas que estábamos invitadas a esa ceremonia íbamos a ver una obra que de verdad apreciamos”, se lamenta.
Nicole, además, es militante de la Unión Demócrata Independiente (UDI), pero en los últimos años ha visto cómo nuevas voces han pedido que se termine el vínculo de la colectividad con el régimen militar. Ella ve con preocupación esta nueva tendencia, sobre todo en año de elecciones internas. “La UDI es un partido que fue fundado por Jaime Guzmán, quien fue uno de los creadores de la Constitución Política. Hoy, hay dos listas. Está Jaime Bellolio, que es la persona que quiere desenmascarar al general Pinochet o a los militares de los principios de la UDI, y por el otro lado va Jacquelinne van Rysselberghe, la que no va a tocar a los militares. No se puede tocar la historia. Yo voy por ella”, remata con convicción.
Aunque a su edad Felipe Avila (37) ya no se considera parte de la juventud, sabe que es parte de la historia de la Fundación Pinochet. Llegó a la institución a los 19 años, cuando Pinochet fue secuestrado -dice- en Londres. Ahí empezó a formar parte del grupo de personas que buscaban reivindicar la figura del general. Alcanzó a vivir la última etapa del gobierno militar, la que recuerda resaltando la seguridad con la que se vivía por esos años: “Muchos vecinos que no comulgaban con el gobierno militar, yo los veía que seguían haciendo su vida en el día a día. No recuerdo haber vivido en una tensión. Añoro y echo de menos esa época”, dice.
De vuelta en Chile, Felipe conoció a Pinochet en su parcela en Los Boldos. “Tuve el gusto de conocerlo en la faceta que no mostraban los medios. Como el hombre, como el abuelo, como el marido. Como la persona cálida con la que uno podía conversar. Realmente fue un orgullo”, recuerda.
El día de la muerte de Pinochet, hace 10 años, fue un momento clave en su vida. Tras conocer la noticia fue a hacer vigilia al Hospital Militar. Luego de eso pasó directo al velatorio y tras eso a su funeral. En total, tres días sin dormir. “Lo hice por el cariño y admiración que sentía”, asegura.
Al recordar el fallecimiento de Pinochet, para Felipe es imposible no hacer el paralelo con la muerte de Fidel Castro: “Me causa profunda extrañeza que justamente los que condenen las violaciones a los derechos humanos, hablan de dictadura y que quieren poner el gobierno militar como el más terrorífico que ha tenido el país en la historia, son los mismos que veneran a Fidel Castro y que hoy en día hacen llegar sus condolencias y sienten una profunda tristeza”. Dice que jamás se le ha ocurrido celebrar la muerte de Castro o de otra figura ligada a la izquierda. Que eso es una falta de respeto, pese a que varios salieron a celebrar el día de la muerte de Pinochet. Tampoco puede creer que haya personas esperando la muerte de Lucía Hiriart: “Lo encuentro vergonzoso y penoso. Una mujer de 93 años que no le hace absolutamente daño a nadie, que está retirada hace muchos años de la vida pública. Estar esperando que se muera, no lo entiendo”.
Con los años ha sido testigo del ir y venir de los miembros de la fundación. Reconoce que varios se han ido desmarcando de la figura de Pinochet, sobre todo tras su muerte y el estallido del caso Riggs, pero que durante el último año ha visto caras nuevas. Sobre todo de gente joven, como las de Nicole o Diego, que no vivieron durante la época del gobierno militar.
“Nosotros nos sentimos castigados por la sociedad. Hoy es algo impopular. Para ser pinochetistas hay que ser valientes”, concluye.
Baltasar Garzón (61 años) lanzó a mediados de octubre el libro En el punto de mira, un repaso a sus 28 años como juez. ETA, la causa abierta contra los crímenes del franquismo, los inicios de la trama Gürtel -el caso de financiamiento irregular de la política que ha visto pasar a decenas de dirigentes del Partido Popular por el banquillo- y, por supuesto, la mediática detención de Augusto Pinochet en Londres. Hoy inhabilitado por el Tribunal Supremo español, acusado de prevaricación en el caso Gürtel (una decisión que hoy está en estudio en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU), Garzón responde un cuestionario a Reportajes a 10 años de la muerte del general (R) chileno. El ex juez, quien hoy preside una fundación que lleva su nombre, siente que hizo “todo lo posible” por tratar de que Pinochet se sometiera por primera vez a un tribunal de justicia, cree que la percepción del mundo respecto del fallecido general cambió definitivamente, pero que hubo “dudas, mentiras y miedo” que impidieron llevar adelante el juicio. “Se optó por asegurar políticamente la situación”, recuerda Garzón.
-Lo primero es conocer, a poco menos de 20 años del episodio, su recuerdo del caso Pinochet, en especial, por el impacto que esa causa tuvo a nivel internacional, pero también el impacto que tuvo en Chile...
-Lo recuerdo pormenorizadamente, porque lo he revivido en el libro que acabo de publicar, En el punto de mira: fueron unos meses de actividad frenética, de presiones desde todos los frentes y una gran tristeza por las víctimas cuando Pinochet salió de Londres hacia Santiago. También sentí una enorme desazón por la revictimización de las víctimas masacradas, desaparecidas, asesinadas o torturadas por defender sus ideas democráticas. Y frente a ello, la convicción de que todo el proceso judicial contra el dictador había sido un mensaje muy potente a los perpetradores de crímenes internacionales. Por último, una gran satisfacción, porque la justicia chilena, encarnada, en ese momento, en el juez (Juan) Guzmán, se puso manos a la obra para hacer realidad los deseos de justicia de las víctimas y de toda una sociedad que habían visto frustrados sus legítimos derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación. A partir de ahí, y de la mano de las víctimas y de los movimientos sociales y la sociedad civil, comenzaron a dibujarse las garantías de no repetición.
-¿Pensó que Pinochet sería juzgado en Chile?
Cuando la Corte de Apelaciones de Santiago le retiró la inmunidad parlamentaria, el 23 de mayo de 2000, se le acumularon las denuncias en Chile y Argentina, además de en España, las que culminaron en su arresto domiciliario. Hubo una esperanza, pero acabó tristemente con el sobreseimiento de la causa por demencia. Después se reanudó, gracias a la “recuperación” de aquel y, solo su muerte, paradójicamente producida el Día de los Derechos Humanos, 10 de diciembre, de 2006, evitó su sentencia. Pero, Pinochet ya estaba “condenado” ante la sociedad y ante la historia por las miles de desapariciones forzosas, torturas, asesinatos de ciudadanos chilenos y ciudadanas chilenas y de otras nacionalidades, perseguidos solamente por su forma diferente de pensar. No debe olvidarse también que, como se demostró en las investigaciones respecto del banco Riggs, que llevamos desde España, EE.UU. y Chile, Pinochet también se enriqueció a costa de Chile y para nada reflejaba la imagen que artificialmente se había construido y que representara siempre la antítesis de la dignidad emanada por el Presidente Salvador Allende.
-Con la perspectiva del tiempo, ¿qué cree que faltó para que Augusto Pinochet fuese sometido a un juicio con verdaderas expectativas de condena?
-La impunidad es la peor lacra de la humanidad. En el caso de Augusto Pinochet, la situación de terror generada por el Golpe de Estado de 1973 y, a partir del mismo, el control de los tres poderes del Estado generó, hasta su salida, una inercia que le protegía como a todos los dictadores. La fuerza del pueblo a quien él había menospreciado le echó fuera del poder, aunque mantuvo prerrogativas de impunidad. Tras su detención en Londres, comenzaron a abrirse las avenidas de la justicia, pero, finalmente, faltó tiempo. La lentitud de la justicia y la falta de voluntad de quienes tuvieron en su mano acabar antes con esa situación no lo permitieron. Aun así creo firmemente que las víctimas fueron reparadas. Y, en la historia de Chile, al día de hoy, estos son los verdaderos referentes de la dignidad. El dictador quedará como el victimario que, hasta el mismo momento de su muerte, no tuvo la valentía de reconocer los hechos perpetrados contra su pueblo.
-En Chile, con el paso del tiempo, la lectura política que se hace de la situación de Pinochet en Londres fue que a la Concertación le “faltaron agallas” para tratar de llevar al general (R) ante los tribunales. Usted mencionó que, al menos, Pinochet regresó ya no a la impunidad, sino a enfrentar a la justicia chilena. Con el paso del tiempo, y con Pinochet sin ninguna condena, ¿sigue compartiendo ese juicio?
-La situación, políticamente hablando, fue muy compleja para los países implicados. ¿Faltó valentía para deslindar política y justicia? Sí, creo firmemente que hubo dudas, mentiras y miedo ante lo desconocido y se optó por asegurar políticamente la situación. Judicialmente, el caso lo ganamos en Londres. Las víctimas continuaron y a su instancia consiguieron que la justicia chilena avanzara. No se puede menospreciar ese esfuerzo. Quizás faltó agilidad; quizás la definición del nuevo espacio a la jurisdicción universal asustó a los dirigentes. Nadie esperaba que la justicia internacional reaccionara como lo hizo. Por eso creo que, al final, se hizo lo que se pudo. Y aunque hubo muchos obstáculos, el resultado fue satisfactorio y lo sigue siendo, porque los juicios contra los represores continuaron y los responsables, o algunos de ellos, del Operativo Cóndor, han sido condenados en Argentina en este año y las víctimas siguen siendo reparadas, aunque no totalmente. Por todo ello, creo que sí mereció la pena, porque la condena se ha producido y la reparación también. Pinochet, a los ojos de la sociedad chilena, de la comunidad internacional y de la Historia, con mayúscula, resultó condenado.
-¿Le siguió la huella a Pinochet tras la detención en Londres? Tiempo después el general (R) estuvo involucrado en el caso Riggs.
-Fui precisamente yo, como titular del Juzgado 5 de la Audiencia Nacional española, quien amplié los cargos a Pinochet, a petición de la acusación popular y particular, representada por el abogado de Joan Garcés, quien con su actuación, al igual que en el caso primero, resultó fundamental. Los cargos, en esta ocasión, fueron ampliados a su esposa y otros ocho implicados, por alzamiento de bienes y blanqueo de dinero en relación con las cuentas secretas que mantuvo en el Banco Riggs. En lo que a la justicia española respecta, obtuvimos una indemnización de varios millones de dólares que se aplicaron a la reparación de las víctimas. Creo que ha sido la única cantidad que judicialmente se destinó en su integridad a esa finalidad, pequeña, pero suficiente para evidenciar que Pinochet no había sido el líder impoluto que lo dio todo por su patria. Como en tantos otros casos, las grandes palabras van acompañadas de mezquinas acciones. Al final, el tiempo, como decía Voltaire, es el mejor juez y pone a cada uno en su lugar.
-Usted siempre se limitó a no discutir la decisión política de los gobiernos involucrados en el caso por su rol en la Audiencia Nacional, en especial del chileno. ¿Hoy, en este paréntesis por su suspensión, tiene algo que decir que no pudo decir en su tiempo?
-La actuación de mi Juzgado fue impecable, legal y procesalmente. La política jugó un papel importante en el proceso y es evidente que los gobiernos implicados tampoco se libraron de este tipo de presiones, empezando por el español, que durante todo el proceso, más que apoyar el actuar de la justicia, se dedicó a maniobrar por su lado, obstaculizando muchas veces las gestiones entre España y Reino Unido. No fueron precisamente ajenos al resultado del proceso. Defendí la independencia judicial y desde el Ejecutivo se respetó inicialmente la separación de poderes, aunque después, evidentemente, se trató de solucionar la situación por unos cauces diferentes a los procesalmente correctos. La extradición es un mecanismo mixto, judicial y político. Digamos que aquí el gobierno británico, por la mano de Straw, quien ha reconocido haber sido engañado sobre la situación de Pinochet, adelantó la intervención que podría haber realizado, incluso, después de haber perdido la extradición como aconteció. El juez Ronald Bartle dio la razón al juez español. Era ahí cuando la decisión política debería haber tenido presencia, en un sentido o en otro. Pero los gobiernos implicados tenían mucha prisa con esta “patata caliente” que les quemaba en las manos. Quizás les faltó respeto por las víctimas.
-¿Fue presionado o recibió mensajes de dirigentes de la Concertación de la época para dejar la causa en contra de Pinochet? ¿Lo sorprendió el rol del entonces ministro José Miguel Insulza?
-Nadie del gobierno chileno, ni de ningún otro, me presionó. Jamás lo hubiera permitido. Las declaraciones políticas y las decisiones entorpecedoras del proceso son una cosa. ¿Una injerencia? jamás la hubiera consentido. La independencia de la justicia y la coordinación entre jueces funcionó, y debo reconocer que fue un auténtico quebradero de cabeza para los políticos. Pienso que, por contradictorio que pueda parecer, la justicia ganó, porque, a pesar de los obstáculos y dificultades, incluso desde el propio sistema judicial de los diferentes países, se impuso la protección de las víctimas y su derecho a la justicia.
-Algunos expertos jurídicos de América Latina han afirmado que su ofensiva en contra de Pinochet fue un hito en contra de la impunidad de las dictaduras, en particular, de Chile y Argentina. ¿Lo siente así? ¿Qué significó este caso para su carrera?
-Más que para mi carrera, la importancia fundamental de estos casos fue para impulsar la Jurisdicción Universal como mecanismo de lucha desde la justicia a favor de las víctimas y contra la impunidad. Por lo que a mí se refiere, fue un honor encontrarme en ese momento en el Juzgado Central de Instrucción 5 de la Audiencia Nacional y poder contribuir a ese desarrollo. Las víctimas me mostraron un camino que jamás he dejado ni abandonaré.
-¿Se arrepiente de alguna decisión? ¿Cree que, desde su posición en la Audiencia Nacional, pudo hacer algo más o el paso siguiente tras la negativa a la extradición correspondía a Chile?
-Debo contestarle sinceramente. Hice todo lo que pude, todo lo que supe y hasta donde pude, jurídicamente. Me enfrenté a decisiones políticas adversas; a zancadillas constantes desde dentro y fuera de la justicia; a críticas intencionadas; al desprecio de una parte de la sociedad que defendía al dictador. Pero debo decirle que, desde mi conciencia como juez y desde la interpretación integradora y progresiva del ordenamiento jurídico español e internacional, actué como debía. Durante años continúe con las investigaciones del banco Riggs y otros perpetradores. La justicia chilena siguió adelante. Las víctimas siguieron adelante y así seguirá siendo. Ahora, desde el activismo de derechos humanos, continúo en la defensa de los principios de la Jurisdicción Universal.
-¿Recuerda algún episodio en particular con chilenos? Se lo pregunto porque el país se volvió a dividir y no se habló de otra cosa por varios meses.
-Recuerdo que en Minneápolis, donde había ido a recibir un premio de Derechos Humanos, al poco tiempo de la detención de Pinochet, al entrar en un hotel con mi mujer, dos parejas de ciudadanos chilenos venían detrás nuestro andando. Al igual que yo los reconocí a ellos por la voz, ellos lo hicieron conmigo, y al verme me identificaron. Una de las parejas se me acercó y llorando nos dieron un abrazo y las gracias; la otra, se dirigió con respeto a mí y me espetó que no estaban de acuerdo con la detención y que eso era inmiscuirse en los problemas de Chile. Yo les contesté que la lucha contra la impunidad cuando se refería a crímenes de genocidio o lesa humanidad no era cuestión de fronteras, sino de dignidad y legalidad internacional, porque las víctimas no eran sólo chilenas, sino universales. Usted mismo puede discernir qué pareja estaba a favor y en contra: en muchas ocasiones experimenté muchos más apoyos que críticas.
En 2006, cuando vine por primera vez a Chile, volviendo a Santiago en avión desde Puerto Aysén, en donde había tenido un encuentro inolvidable con miles de víctimas, un grupo de personas comenzó a increparme refiriéndose a mí como “ladrón”. Un periodista, quiero recordar que era de su periódico, les increpó, indignado, diciendo que el único ladrón se llamaba Pinochet; al desembarcar, dentro del aeropuerto, los que habían gritado en el interior del avión se unieron a varios más y, al reclamo de una mujer relativamente joven, gritaron “fuera de aquí”. Obviamente, no entramos en confrontación, pero nos siguieron durante un tramo. El cámara que había cubierto mi visita grabó todo el episodio y salió en televisión. Esa misma noche cenamos en el restaurante Normandía con el juez Guzmán y su mujer, junto a unos amigos franceses. Al terminar, sucedió algo muy bonito. El restaurante estaba lleno, y cuando ya nos marchábamos, todos los comensales, sin excepción, se pusieron de pie y nos aplaudieron diciéndome: “No queremos que se vaya de Chile con una imagen que no es la real. Este que ve aquí es el Chile democrático; el verdadero Chile, y le damos las gracias”. Debo confesarle que me emocioné.
Pero tampoco me rasgo las vestiduras ante esta división de opiniones, porque en España, 80 años después de la Guerra Civil y 40 después de la muerte del dictador, todavía quedan restos de franquismo, y siendo el país con más desaparecidos después de Camboya, seguimos sin justicia para las víctimas y con una parte de la población instalada en el más puro negacionismo. Esas son las paradojas de la historia.
-En España usted lideró, hasta la suspensión, el caso Gürtel, que reveló un caso de corrupción y financiamiento ilegal del Partido Popular. No son sólo militantes del PP, sin embargo, que pisan tribunales por otros casos similares. En Chile, el financiamiento irregular también ha llegado a los tribunales. Al parecer, es un fenómeno extendido que también estuvo durante mucho tiempo bajo cierta impunidad.
-En 1994, un pequeño grupo de juristas reclamábamos que la financiación irregular de los partidos políticos fuera tipificada como delito. Sólo 20 años después ha sido posible. Para ello han hecho falta muchos esfuerzos judiciales en sacar a la luz la podredumbre de un sistema político, en gran parte viciado por la falta de transparencia y por la corrupción. La visión patrimonialista de la política frente a ésta como servicio público ha sido la norma. El aprovechamiento de la posición política, el tráfico de influencias, la corrupción, en general, son un mal demasiado extendido en muchas democracias, cuando debería acontecer lo contrario. Por fin, tras la tremenda crisis económica de la que aún no hemos salido, la epidermis de la ciudadanía se ha vuelto más permeable a este fenómeno y es mucho más consciente del grave problema de desigualdad que la corrupción comporta y, por ende, más intransigente frente al mismo, aunque todavía sigue dando el voto a quienes no se han caracterizado por el combate de este flagelo. En todo caso, se percibe una necesidad mayor de transparencia que hace más angostos los espacios de impunidad que antes existían. No obstante, luchar contra la corrupción a veces tiene un coste muy alto para quien la confronta. Pero hay que hacerlo, en beneficio de una sociedad que necesita fortalecerse frente a quienes la agreden y quebrantan la solidaridad que debe acompañar a un estado social y democrático de derecho. Por mi parte, no entiendo el servicio público de otra forma, especialmente desde la judicatura.
Benjamín Rojas sostiene en una mano una hoja de papel y un plumón en la otra. Anota en la pizarra 41 alternativas con sus respuestas a un lado. Se trata de la última prueba del año para las estudiantes, y la materia no es fácil: todo trata del periodo del régimen militar.
Rojas, profesor de historia, está escribiendo los temas en una pequeña sala de clases de un tercero medio del Colegio del Verbo Divino de Chicureo, y aunque debiera haber 25 alumnas, hay sólo 12. Ellas, conversan distraídas. Quizás por el calor que sofoca el recinto o, susurran, porque apenas quedan unos minutos para salir a recreo.
-¿Alguna tiene una duda?-, pregunta el profesor cuando termina de anotar en la pizarra.
-¡Profe, yo! Es sobre la pregunta 9-, responde una de las estudiantes.
El docente escucha atentamente y se prepara para responder. Sabe que le tocará ejercer de guía, a veces de árbitro y a veces de mediador. Y no sólo por su experiencia en ese colegio: él es profesor desde 1988 del Liceo Carmela Carvajal, uno de los recintos “emblemáticos” de Santiago. Y donde, como una muestra de las distancias que aún existen, el año pasado las alumnas de tercero medio no tuvieron las clases donde se abordaba el tema.
El currículum del Ministerio de Educación establece que el período del régimen militar y la figura de Augusto Pinochet debiera pasarse en sexto básico y tercero medio en todos los colegios. Sin embargo, como en muchos recintos la enseñanza es cronológica, la materia suele ser una de las sacrificadas en medio de la pérdida de clases. Un estudio hecho por la académica María Isabel Toledo entre 2006 y 2008 concluyó que cerca del 35% de los profesores no pasaron la materia en educación básica, una cifra que subía a la mitad de los docentes en educación media.
En el caso del Carmela Carvajal, la materia se terminó abordando este año en cuarto medio por el atraso que vivieron debido a los paros. Pero independiente de ello, el profesor Rojas confirma que existe una gran apertura en el tema por parte de las alumnas y que aportan con información.
“En el colegio se da una sensación de curiosidad al momento de abordar este tema, porque para nosotras es muy importante. Creo que el Carmela tiene harta actividad política en general y eso propicia a que nosotras estemos abiertas a cualquier tipo de discusión independiente de la postura política”.
Dice una de las alumnas
Lo mismo ocurre en el Liceo Nacional de Maipú, en donde la profesora de historia y geografía, Karina Vargas, dice que este tema da bastante interés entre sus pupilos de tercer año medio. “Da bastante curiosidad el por qué se produjo”, comenta. “Tienen nociones de que es un golpe de estado, reconocen a las figuras de Salvador Allende y de Augusto Pinochet, pero todo lo que hay detrás no lo conocen”, dice la profesora.
Pero enseñar este periodo de la historia de Chile no es ser fácil. En este sentido, Rodrigo Henríquez, profesor asociado del Instituto de Historia y de la Facultad de Educación de la PUC, dice que existen cuatro ámbitos en lo que se enseña este tema. Uno de ellos tiene relación con los textos de clases y cómo se ha ido tratando e incorporando el período. “Ciertamente en esto ha influido por la visión del “Nunca más”, es decir, enseñemos este contenido para que las nuevas generaciones comprendan que fue un proceso terrible en la sociedad chilena”, explica el académico.
Mientras las estudiantes del cuarto medio “B” del Carmela Carvajal recuerdan cuando el profesor les hacía clases a las 44 alumnas, concuerdan con que él fue objetivo en su labor. “Nos pasó muchas guías de trabajo en donde había distintas posturas políticas, por ejemplo, si la dictadura fue un régimen militar o un gobierno civil militar, para diferenciar esas cosas. Nos mostró las portadas de diarios y él fue objetivo al momento de hablar la dictadura y gobierno de Allende”, comenta una de ellas.
No es extraño que muchos de quienes actualmente son adultos jamás hayan visto a Pinochet como tema en el colegio. El currículum recién se empezó a reformar a mediados de los 90 y fue en la primera parte de los 2000 cuando el Mineduc lo incorporó definitivamente. Antes, el tema se conversaba muy poco en los círculos familiares y menos en las salas de clases. Pero a 43 años del golpe, ya es un mandato del currículo escolar.
Los colegios municipales recurren a los textos del Mineduc y que varían dependiendo de la editorial. La profesora Karina Vargas, quien utiliza estos textos, cuenta que “se trata de despersonalizar a las personas y da énfasis en los derechos humanos, en las reformas económicas y políticas”.
Pero el profesor Benjamín Rojas afirma que no quiere que sus alumnas se queden con una sola versión de la historia. “Lo esencial es trabajarlo a través de las visiones de autores, de distintos personajes. De repente abordamos el tema con Gonzalo Vial, Gabriel Salazar, Julio Pinto o Alfredo Jocelyn-Holt”, comenta.
“Nos pasó muchas guías de trabajo donde habían distintas posturas políticas, por ejemplo, si la dictadura fue un régimen militar o un gobierno cívico militar para diferenciar esas cosas”, cuenta una estudiante del Carmela Carvajal.
Sus alumnas tienen entre 16 y 17 años y en definitiva no vivieron el periodo y según ellas sus padres también eran jóvenes cuando todo ocurrió. “Una vez le pregunté a mi mamá si recordaba cómo eran las Relaciones Internacionales en el gobierno militar y me dijo: ‘Hija, yo tenía como 3 años cuando pasó eso’”, cuenta una de ellas.
Una alumna del Verbo Divino de Chicureo comenta que Rojas ha buscado ser ecuánime: “El profe enseña la materia tal como está en el libro y muestra las dos posturas. Habla del gobierno y sobre las atrocidades, los derechos humanos, los organismos de represión, pero cuenta la otra parte como la apertura económica, no tiene tendencias”.
Sin embargo, Rojas explica que “nadie es inocuo a los hechos históricos que nos tocó vivir. Yo con mi larga experiencia viví el período de Salvador Allende y del gobierno militar, pero trato y hago el esfuerzo por mostrar los dos lados de la medalla, como las dificultades en el gobierno de la Unidad Popular y también los logros”.
Un asunto que puede ser complicado cuando la historia personal está de por medio.
Los relatos familiares, sin duda, son los primeros acercamientos que las personas tienen con el tema. Si la familia tuvo una experiencia cercana, como por ejemplo haber vivido detenciones o torturas, o –al revés- haberse visto beneficiada durante ese período, la mirada de los jóvenes no será la misma y será además muy difícil que cambie. “Yo estoy predispuesta por mi historia familiar a verlo desde cierta manera. Es un visión que no me va a cambiar nunca en la vida, no podría considerar que fue algo remotamente positivo” cuenta una alumna del Carmela Carvajal.
Otra estudiante del Verbo Divino de Chicureo matiza y explica que el colegio y su enseñanza le hizo ver el régimen militar con otros ojos. Cuenta que su familia “sufrió harto por el golpe, entonces me han inculcado que Pinochet hizo cosas malas, y yo nunca antes había visto el lado bueno de él hasta ahora que vi la materia, como que hizo surgir la economía”.
Pero esto no impacta sólo en los estudiantes. Rodrigo Henríquez explica que los profesores recurren a las experiencias personales y recuerdos familiares, por lo que podría abanderizar la información. “Se utiliza mucho el recurrir a la memoria pero que en muchos casos nos lleva a subjetivar y no utilizar concepto de las historias, ciencias políticas o sociología para no dejarla como una construcción subjetiva o recuerdo familiar y poder conectarlo con conceptos que nos permitan analizar comprender con detalle un periodo importante de nuestra historia”, explica el académico.
Todo eso es lo que está en juego en una simple consulta como la que puede hacer una alumna del Verbo Divino de Chicureo al profesor Rojas sobre la pregunta 9 del examen. Es una inquietud académica: ella toma la prueba y lee en voz alta. Sus compañeras empiezan a levantar la mano y a comentar la respuesta. De pronto, se desata un bullicio y un momento de debate descontrolado, por los ánimos de demostrar que manejan el tema y por querer ayudar a su amiga.
“Niñas, de a una por favor”, dice el profesor en un tono elevado para controlar a las estudiantes.
La pregunta 9 era directa: ¿cuáles son los elementos en común entre los gobiernos dictatoriales en América del Sur?
Finalmente una de las alumnas le respondió a su amiga cuál era la alternativa correcta. Y hubo silencio en la sala:
-Son la violación a los derechos humanos, la censura en los medios de comunicación y la supresión del Estado de Derecho.
PINOCHET ILUSTRADO
¿Cómo se puede retratar a Pinochet? Le pedimos a tres ilustradores actuales —Malaimagen, Gabriel Ebensperger y Catalina Bu— que, desde un dibujo, reflejen su impresión del general. Este es el resultado.
Malaimagen
Ilustrador y autor de Boleta o factura y Malditos humanos.
Gabriel Ebensperger
Ilustrador y autor de Gay gigante.
Catalina BU
Ilustradora y autora de la saga >Diario de un solo.
Escribir en la barra de búsqueda de Youtube “Luz Guajardo” y abrir los dos primeros resultados es suficiente para calibrar el fanatismo y las pulsiones que provocan Augusto Pinochet en ella. En ambos, se puede ver a Guajardo llevando una polera ajustada color verde y pantalones anchos militares. Se ve rubia, con frizz y despeinada mientras toma palos para golpear un edificio frente a Escuela Militar, en donde se despliega un lienzo que dice “Murió el asesino”. Su objetivo: llegar al último piso y sacar el lienzo con sus propias manos. Según ella, lo logró.
Cuando era adolescente, Luz Guajardo entró a la Escuela Premilitar de Chile, pero al salir no siguió esa ruta. Hace dos años se vino a vivir a Santiago. Antes, residía en Viña del Mar, lugar donde en reiteradas ocasiones le apedrearon la casa por ser pinochetista. Hoy trabaja en una empresa de servicios postales y tiene cuatro hijos: Diego (21), César (18), Isidora (16) y Augusto (11). “El último lleva el nombre por mi general. Para él ha sido más difícil. Una profesora del colegio, por ejemplo, le dijo que él tenía el nombre un asesino”, aclara.
–¿Y qué le dijiste a Augusto para que estuviera tranquilo?
–Primero hablé con la profesora, pero también con él. Le dije: tú tienes el nombre de un hombre que salvó a este país, y gracias a la estabilidad que dio, yo pude obtener una familia. Gracias a él estás tú y en honor a él le puse tu nombre. Por eso, nunca sientas vergüenza.
Del desconocimiento a la fanaticada
Hace exactamente diez años, mientras el general Pinochet estaba internado en el Hospital Militar, Guajardo hacía guardia a las afueras del recinto para enterarse de primera fuente del estado de salud de Pinochet; para visitarlo, como lo hizo en su último día de vida; y para cantarle la canción “Sin tata” que tanto le gustaba a él. “Cantábamos ‘sin tata, huevón, sin padre huevón, que chucha es lo que pasa huevón’, porque le encantaba”. Eran cerca de cincuenta personas en la guarda. Pero Luz Guajardo era de las pocas que gozaba el privilegio de ser reconocida por la familia del general. Tanto, que antes de su muerte, ingresó con dos personas más a su habitación para conversar con él. “Nos dijo que estaba muy cansado, pero se veía bien. No pensamos que se iba a morir al otro día”, confiesa.
–¿Cómo pudieron formar un vínculo considerando que tú naciste en 1973?
–Casualidad. Era muy chica, tenía 16 años, y si bien admiraba a Pinochet, no lo conocía en persona. En ese momento, la mamá de la señora Lucía, estaba hospitalizada en el Hospital Militar y yo conozco a Tatiana, hermana de la señora Lucía. Ella, recuerdo, me dijo que para distraerme de mis asuntos un rato la acompañara a ver a su mamá. Yo lo que vi fue a una abuelita muy simpática que se puso contenta cuando me vio. Estaba en eso cuando de repente veo a una señora y a un militar. En el momento les encontré cara conocida, y después vi que era el general Pinochet.
–¿Y cuándo empiezan a tener una relación más afectiva?
–Ahí se formó un vínculo. Conocerlo a él fue algo muy distinto porque a pesar de que mi familia más cercana era de derecha, siempre lo fue con miedo. No querían que los vecinos se enteraran que eran pinochetistas y yo no era así. De hecho, vecinos mios que les daban café a los militares cuando salían a las calles, después decían que Pinochet era un asesino. ¿En qué mundo vivió él y yo si estábamos ahí mismo? Ellos hablaban una historia, pero hacían otra cosa. Ahí vi que algo estaba mal y no cuadraba. Fue, entonces, cuando me volví más firme en lo que pensaba.
Cuando el general Pinochet fue detenido en Londres el 10 de octubre de 1998, Luz Guajardo y sus secuaces fueron los primeros en llegar. Desde entonces, la relación entre ella y la familia Pinochet se hizo aún más estrecha. “La señora Lucía estaba tan contenta, y él muy deprimido. Era un anciano que quería ver a sus nietos, que tuvo que aprender a usar la tecnología a los 90 años para poder comunicarse con ellos. Ni siquiera manejaba el idioma”, dice Guajardo. Esa vez, asegura, pensaron que moriría.
–Y el día en que efectivamente murió, ¿cómo lo recuerdas?
–Antes, estuvimos diez días fuera del hospital donde la sala de operaciones era una van que tenía yo. Y la verdad es que fue un momento indescriptible porque fue una sensación de miedo, de tristeza, de temor. Curiosamente, él generaba una situación de protección estando con nosotros, independiente de que fuera comandante en jefe del ejército. Cuando él estaba, teníamos una sensación de protección y de que las cosas iban a estar bien, que no iban a pasar más allá. Fue triste porque el día anterior compartimos con él, lo vimos muy bien. Él estaba contento porque nosotros a las cinco de la mañana siempre le cantábamos canciones que le gustaban antes que encendieran las calderas del hospital. Él podía escuchar nuestros gritos.
–¿Ustedes pudieron ingresar al Hospital Militar?
–Entramos tres personas. Entramos los que más recordaba él. Alguien directo nos hizo entrar y fue lindo, lo vimos bien, muy lúcido y pensamos que él se iba a la casa. Jamás pensamos que al otro día iba a pasar esto.
–¿Él manifestó en un momento el deseo de querer morir?
–Él estaba cansado. Sabía que le quedaba poco. Tenía esa sensación de querer irse. Nosotros le decíamos: no poh, general, usted tiene para mucho rato y no nos puede dejar solos. Pero él siempre decía: ya me queda poco. Toda la presión mediática de todo lo que se dijo de él también le afectó. Los medios hablaban de un hombre del año 1973, cosas que él enfrentaba con más de 90 años. Era inhumano.
–¿Y qué decía él sobre el supuesto hostigamiento mediático?
–Lo conversamos varias veces. Poco antes de que muriera, en otra oportunidad en que estuvo internado, entré a verlo y lo único que me dijo fue: dígale a mi gente que yo nunca me he robado un peso de nadie. Con una voz que, además, poco se le entendía. Eso me quedó marcado, porque en el fondo, aunque quizá no lo decía para proteger a la señora Lucía, él siempre estuvo muy preocupado de lo que pensaba la gente de él.
–¿Qué te puso tan violenta el día de la muerte de Pinochet?
–Yo fui una de las primeras personas que entró a verlo. Cuando lo vi en el cajón pensé que definitivamente era el final. Era la misma persona, pero estaba a través de un vidrio. Eso fue impactante. Me despedí, le di un beso, salí, estaba conversando con algunos periodistas y en el edificio de enfrente, había un lienzo enorme que decía Murió el asesino. Me enojé, golpeé todo -también a Juan Emilio Cheyre por traidor- y subí a sacar ese cartel. No entendía, además, por qué gente que nunca iba a verlo, se hizo presente. Golpeando y golpeando, conseguí mi objetivo y saqué el lienzo de arriba. Me sentí feliz.
–¿Lo volverías a hacer?
–Sí. Me da lo mismo que me hayan detenido y que me haya herido con el vidrio, porque lo que hice significó que no molestaran más a las personas que iban pasando. Cuando dijeron que el general había muerto, se llenó de personas. Yo pensé: ¿a qué vienen ahora si él ya no los vi y no los escucha? Éramos nosotros, unos pocos, lo que estuvimos siempre ahí.
Misa en Los Boldos
Pocos años después de la muerte de Pinochet, Luz Guajardo recibió una billetera de regalo. Era del general. “La señora Lucía me la regaló. Eso para mí fue un gesto que no olvidaré nunca. Me dijo: nadie más que tú puede tener esto y cuidarlo”. La billetera fue la que dejó de usar poco antes de morir y donde todavía están marcas sus tarjetas, fotos y tarjetas. “Tiene sus iniciales, también. A través de ella lo recuerdo mucho, le hablo, le converso. Lo extraño. Lo extraño mucho”.
Cuando murió Fidel Castro, Luz Guajardo no se aguantó. Inmediatamente entró a Twitter y escribió: “Fuiste y seras un maldito tirano dictador, gracias por dejar de existir y traerle un poco de paz a tu pueblo…”. Aquel fallecimiento le recordó lo que ocurrió en Chile cuando murió Pinochet: “Cuando se fue Castro le escuché a políticos decir que ha sido uno de los mejores gobernantes que ha tenido Cuba. Pero cuando murió Pinochet, esos mismos, lo trataron de asesinos. Yo voy a reivindicar eso”.
–¿Pinochet le comentó en alguna oportunidad qué le pasaba con las críticas, con que estuviera pasando un juicio, con que se destaparan sus negocios?
–Claro que sí. Él era un hombre viejo. Lo que le podría afectar a un hombre normal de una edad dentro de los 50 años, no es lo mismo que un anciano de 90 años. Ellos vuelven a ser niños al final. Él, obviamente, sintió desprotección, preocupación y yo creo que por su afán de proteger siempre a la señora Lucía, él no demostró más de lo que a él le pasaba. Cuando detuvieron a su familia para él fue un golpe muy fuerte. Su esposa estaba detenida, la mujer que lo acompañó toda su vida. Se ensañaron con él. Me dolió que el gobierno no le haya rendido honores como jefe de Estado. Eso fue faltarle el respeto a la mitad de Chile.
–¿Lucía Hiriart debería sacar la voz respecto a los negocios que se han expuesto, por Cema Chile y por la publicación del monto de pensión que recibe, que asciende los 2 millones y medio?
–Me gustaría que lo hiciera. Ella es una mujer muy inteligente, es una mujer que tiene sus capacidades mentales completamente bien. Solo le cuesta mucho el movimiento físico. Ella está muy deteriorada, pero ojalá en sus momentos de soledad escriba o deje algún legado para nosotros. Hay muchas que solo ella sabe del general. El problema es que nadie se preocupa de ellos. Los políticos traicionaron al general. A la señora Lucía con las platas le va a pasar lo mismo que al general: al final, se descubre que la plata que tienen es un monto mucho menor, pero eso no va a salir en ninguna parte.
–¿Todos? Iván Moreira lo saludó para su cumpleaños a través de Twitter.
–José Antonio Kast es el único que ha estado preocupado de reunirse con todos los familiares de las personas de Punta Peuco con los hijos y los familiares a lo largo de todo Chile. Nadie más lo ha hecho. Solo he visto que tienen el descaro de tratar a Fidel Castro de salvador y que a Pinochet lo tratan como a un cualquiera.
–¿Para ti Fidel Castro es un dictador?
–Violó siempre los derechos humanos de su país. Tanto así que las personas preferían irse en balsa y ser comidas por tiburones que vivir en Cuba. De eso no me cabe la menor duda. Él fue un dictador que le entregó el poder a su hermano, ni siquiera hizo elecciones. Pero, claro, es un salvador de Cuba. Entonces tú no entiendes. Pinochet estuvo en el poder un largo tiempo y después entregó un poder, pero a él sí lo llaman dictador.
–¿Y qué hay con Augusto Pinochet y las violaciones a los Derechos Humanos?
–Nosotros tenemos por nuestro lado muertos que también fueron asesinados. Aquí estábamos ad portas de una guerra civil. Los militares nuestros no murieron de abrazos, murieron por balas. Nosotros también tenemos huérfanos y viudas que nunca se han pagado una foto de 30 pesos para salir a pedir justicia. La han vivido dignamente. Yo no puedo creer que haya habido una asociación ilícita para asesinar al presidente de la República y que el que haya dado la orden, Jorge Teillier, lo tengamos como diputado hoy día. Nosotros, en cambio, tenemos a militares que cumplieron con su deber de defender a la patria que hoy tienen más de 90 años y están presos. Todavía, además, molestan a la señora Lucía. Ella está muy anciana para esto.
–¿Cómo celebrarán el cumpleaños de Lucía Hiriart y recordarán los diez años de la muerte de Pinochet?
–El sábado 10 hay una misa para reflexionar con el general Pinochet. Nosotros nos vamos a dirigir a Bucalemu, Los Boldos, donde él tenía su casa para salir de Santiago y donde están sus cenizas. en la capilla, está nueve metros bajo tierra. Ella, Lucía, por lo que tengo entendido, va a estar. Es complicado, porque es su cumpleaños y a la vez el aniversario de la muerte de la persona que ella más amó.
–¿Qué le dices al general cuando vas a Los Boldos?
–Siempre le digo que lo extraño, pero también le pido que, esté donde esté, ojalá esté tranquilo. Que cuide a la señora Lucía y que a pesar de todo lo que ha pasado, ayude a que en este país se llegue a un momento de punto final. Es lo que más le pido. También le comento cosas personales y hablo con él. Es raro, porque hablo con él como si estuviera vivo. La seguridad de ahí se ríe, porque le digo cosas como: “oye, al Diego le está yendo muy bien en la Escuela".
–¿Hay seguridad todo el día?
–Claro. Es que la parroquia está muy cerca del camino. Siempre está el peligro de que le hagan algo, y eso sería muy triste. De hecho, el general no se quería cremar, él se cremó para que su familia estuviera tranquila, pero él quería estar en el mausoleo de su familia, pero ese lugar lo atacaron para el 11 de septiembre.
–Se han intentado hacer partidos políticos para obrar en política, como él lo habría hecho en el cuerpo militar. ¿Estás pensando en algo similar?
–Sí. Habrá que formar alguna ONG u organización para que esto no termine ahí. Pero ya va a ser más difícil porque no está la imagen ni nadie que recuerde esa imagen de nuestro general. Terminándose ella, no hay más. Hacer fundaciones y organizaciones es difícil. Yo solo puedo quedarme con mi lucha y con que le prometo al general, siempre, y a la señora Lucía que pase lo que pase, y aunque me queme las manos, voy a ser pinochetista por siempre. Nací fiel y moriré recordando su legado.
–¿Tienen planeado qué es lo que harán cuando Lucía Hiriart se muera?
–Me imagino que los inconsecuentes que exigen derechos humanos y respeto van a salir a celebrar. Nosotros trataremos de acompañar a la familia. Ella tuvo una caída hace poco en la que se fracturó la cadera y luego se volvió a caer, provocándole otra fractura. Eso la tuvo complicada, pero es lo normal de una persona de la edad de ella, no se le puede pedir más. Ojalá ella pueda descansar pronto, que se reúna con el general y que esto ya termine, aunque tengo claro que mientras exista alguien con apellido Pinochet no se van a quedar tranquilos nunca.
–¿Y qué impresión tiene la familia sobre la eventual muerte de Lucía Hiriart?
–El sentimiento general es que descanse. Es la mujer que el general eligió, la que él amó, su compañera y la que históricamente hasta hoy está defendiéndolo. Es lo único que nos queda de él, pero su familia y nosotros también queremos que descanse. El problema es que con ella muere todo. No quedará nada más de esa época en que eran gobierno. Muriéndose ella, con toda la pena que me da, esto se acaba.
¿QUÉ SE HABLABA DE PINOCHET EN SU CASA?
Por Tamy Palma y Alejandro Jofré
Salimos a consultar a los santiaguinos cuáles son sus recuerdos sobre el general. Las reacciones fueron variadas y sorprendentes. Acá, un video en que la gente expresa su mirada del personaje que marcó la historia moderna chilena.
Ahí, en una pared, se ve a un adulto Juan González (88): terno gris, corbata roja y camisa blanca. Está dichoso. A su lado derecho, su razón de muchas batallas: el general Augusto Pinochet, uniformado y parado casi estratégicamente cerca de un bastón donde cuelga la bandera de la República, posando. Ambos, quizá sin que sea coincidencia, con bigote blanco. Ambos, además, con un rostro medio rosáceo sonriendo a la misma cámara.
“Eran otros tiempos”, dice González, presidente honorario de la Corporación 11 de Septiembre del Círculo Militar de Oficiales en retiro “Gral. Adolfo Silva Vergara”,. La invitación fue del living a su habitación. Allí, en un espacio no muy amplio, se pueden ver un montón de fotografías de él participando en actividades del ejército, algunas de su familia y muchas de Pinochet. Algunas con dedicatorias, otras simplemente ahí.
Hoy, el general cumpliría 101 años. Celebraría él y sus seguidores, quienes les enviarían presentes, cartas y realizarían alguno que otro homenaje. Con él presente o sin él, como para mantener el fanatismo. Esos son supuestos. La realidad es que el próximo 10 de diciembre, se cumplen diez años de su muerte. Un tiempo que se ha pasado lento para González. Tanto, que ha tenido espacio para reflexionar sobre la muerte de de su general. Así, como le dice él: con adjetivo de posesión. González habla de “una transición” en vez de muerte:
–Yo no hablaría del aniversario de la muerte de Pinochet, porque hace tiempo que dejé de pensar en la muerte. El general, como todo ser humano, no está muerto, está en transición. Eso no quiere decir, y eso que quede bien claro, que la figura del general Pinochet haya desaparecido.
Juan González es ex oficial del ejército. Se salió en la década del 50 para instalar una fábrica que mantuvo hasta el plebiscito. En esa época, tenía 80 personas trabajando a bajo su responsabilidad. Sin tapujos, cuenta, transparentaba su apoyo al régimen sin involucrarse en las posiciones políticas de sus trabajadores, sino más bien imponiendo su postura. “El día del plebiscito, les dije: no les voy a preguntar por quién van a votar pero les contaré por quién votaré y les daré mis razones”, asegura. Así, cuenta, convenció a varios. O varios, por lo menos, lo siguieron y terminaron instalados en las reuniones de campaña que se hacían para que ganara el “Sí”.
–¿Lo insultan mucho en la calle?
–No. Desde que estoy en esto, tres veces he encontrado gente en contra y que me trató de insultar. Una vez uno me miró y dijo: ese que viene caminando vale un hongo. Yo me hice el leso. Después, a la salida del metro, me pasó otro que dijo que no quería estar cerca mío. Antes, cuando iba al Café Haití también me identificaban.
La huella del general
Juan González fue apoyador en la sombra hasta los días agónicos de Pinochet, cuando la salud del general empeoraba y sus seguidores les hacían guardia afuera del Hospital Militar. Ahí, llegaban diariamente unas 50 personas. Entre ellas, una pareja con micrófono que cedía la palabra a quienes querían demostrar ante los medios de comunicación entonces presentes, que pese a los cuatro gobiernos transcurridos en democracia “Pinochet seguía siendo el mejor presidente de Chile”, dice González. Luego de un largo discurso aplaudido por la multitud, le ofrecieron aparecer en un reportaje de televisión que, finalmente, lo llevó a tomar un liderazgo en el ala pinochetista.
Con el protagonismo asegurado, Juan González partía solo todos los días al Hospital Militar al taxi.
Sin quererlo, terminó haciendo extendidas vocerías recordando “la excelencia del gobierno militar”. Estaba en eso, cuando llegó la noticia que González no quería escuchar: la tarde del domingo 10 de diciembre de 2006, el Hospital Militar lanzó un comunicado confirmando la muerte del general ocurrida a las 14:15 en la UCI del recinto. Ese día, quedó consagrado en sus recuerdos: “cuando supe, yo estaba en la clínica, afuera. Estábamos esperando el desenlace. Cuando ocurrió esto, pensé que se había ido un hombre grande”. Al mismo tiempo, el gobierno la presidenta Michelle Bachelet aseguró que no se le rendirían honores de Estado. “Fue de un mal gusto terrible eso de no rendirle honores, terrible. Muy injusto”, dice. González.
Él no no veía seguido a Pinochet. A veces, cuando podía sumergirse en alguna actividad, lo buscaba para tres cosas: sacarse una foto que llevara dedicatoria, conversar y recitarle poemas.
–¿Qué cosas hablaban?
–Del país. Yo lo felicitaba mucho y también le recitaba poesía. La mayoría de las veces, era Oda a la infantería, porque él era infante de la patria.
Por “su” general, el presidente de la Corporación 11 de septiembre pensó, por primera vez, en su propia muerte. Ahí, encontró que sería mejor llamarla “transición”, donde existe un espacio en el que podrá reencontrarse con sus queridos muertos. También cambió hábitos del sueño para acordarse de sus sueños recurrentes. Muchos de ellos, con Pinochet. “Hay un momento en que el ser humano puede decir ‘yo ya no duermo’. Eso tiene que ver con la tercera etapa del sueño, que es la más linda. Ahí puedes decir: los sueños son mi otra vida”. En su velador, al lado de su cama, el hombre de 88 años puso un cuaderno en su velador titulando la primera hoja como “Mi otra vida”. Ahí, escribe las cosas que sueña y las va vinculando con otras experiencias:
–Antes, con el general conversaba mucho en mi otra vida. Supe muchas cosas de su vida en esas conversaciones. Por ejemplo, cosas sobre sus bienes materiales. Él mismo me las dio a conocer, aunque prefiero no hablar mucho de esto porque luego se desparrama.
-¿Qué es lo que más extraña de Pinochet?
–La grandiosa posibilidad de que si él estuviera en este plano, hoy sería el candidato más importante que tendría Chile para tener un excelente gobierno otra vez.
Estos diez años de muerte y hoy, el día de su cumpleaños, no han pasado con glorias para el pinochetismo. El lanzamiento del documental que sacaron en 2012 enalteciendo la figura del dictador, terminó en hechos con golpes y protestas a las afueras del Teatro Caupolicán, donde se estrenaba. Los homenajes fueron restringidos a ocasiones íntimas y en lugares privados, la calle 11 de septiembre pasó a llamarse Nueva Providencia y, tras innumerables intentos, no han logrado conformar un partido que se vincule directamente con la figura del general.
También, el día del cumpleaños del general va en caída. Los primeros años de su muerte, se movilizaban en buses hacia la capilla que Lucía Hiriart tenía en Los Boldos para celebrarlo espiritualmente. A los cinco años, ya solo iban algunos autos. Hoy, esa tradición está perdida: “yo estoy retirado de la Corporación. Principalmente, porque ya estoy más viejo, pero también porque cada vez hay menos pinochetistas asumidos en Chile”.
“Dejen tranquila a Lucía Hiriart”
Pareciera que el filtro entre lo que piensa y habla Juan González ha desaparecido. Por lo mismo, sus hijos le pidieron que no diera más entrevistas: “dicen que convenzo muy fácil a los otros”, se justifica.
Hoy está preocupado. La delicada salud de Lucía Hiriart, esposa de Augusto Pinochet, lo tiene expectante y siguiendo las noticias desde las afueras del entorno familiar. Sí: González no ha vuelto a ver a algún integrante de la familia Pinochet en años. Tampoco quiere incomodarlos intento saber de ellos por su propia boca.
A ella, dice, tienen que dejarla tranquila. Le da pena la posibilidad de que Hiriart muera. Igualmente, le molesta el acoso, según él, de los medios a cosas que la señora no puede resolver hoy. “Comparado con los sueldos que se gana hoy día, 2.600.000 no es nada”, afirma Juan González sobre la pensión que Capredena le da a Lucía Hiriart. Dice que es una cantidad razonable para una mujer que fue “casi vicepresidenta para Chile”. Es que el general hizo buenos negocios, afirma. “Lícitos y bien contables, pero se han encargado de dibujarle una figura de corrupto”, dice.
González compartió poco y, quizá, nada con Hiriart. Las veces que visitaba a Pinochet, él solo se limitaba a las fotografías y conversaciones. Luego lo retiraban del lugar. La gratitud, sin embargo, es por su “gestión de Estado”, dice. Su silencio ante los medios y desaparición del bloque más firme de Pinochet, tiene una razón, según se comentaba en la Corporación 11 de septiembre: “Ella tuvo cosas muy agradables y muy lindas mientras fueron gobierno, pero también tuvo la amargura de ver que muchos hombres que estuvieron al lado de su esposo, como Iván Moreira, luego no fueron capaces de defender ese gobierno y, al contrario, se callaron. por eso creo que ella no quiso saber nunca más nada”, dice González.
–¿Por qué, si fue tan buena, genera tanto rechazo Lucía Hiriart?
–No existe rechazo, lo que pasa es que una poquita gente no la quiere, y esa gente mete más bulla que toda la demás gente que está en silencio. Da la impresión de que fuera más gente.
–¿Se han organizado en caso de que muera?
–No tenemos nada programado. Ahora estamos haciendo pocas cosas, porque cada vez hay menos gente que es pinochetista. Además, ¿sabe? No me gusta pensar que ella se puede morir. Me da pena.
–¿Qué le da tanta pena?
–Ya es muy triste no tener a mi general acá; no pasar su cumpleaños y que se cumplan 10 años de su muerte. Me da pena pensar que Lucía Hiriart pueda pasar, pronto, a ser parte de la transición.
9 libros clave que descubren a Pinochet
Repasamos las obras literarias en donde Augusto Pinochet aparece como figura gravitante.
El régimen de Pinochet Carlos Huneeus Taurus, 2016
A diferencia de otros autoritarismos aparecidos en numerosos países de América Latina desde los años sesenta, fracasados en su gestión y en que los militares debieron abandonar el poder en medio del rechazo generalizado, el abogado Carlos Huneeus explica que el caso chileno “terminó con buenos indicadores macroeconómicos, el respaldo de una considerable parte de la población y el cambio de régimen a la democracia se hizo según el itinerario establecido en la Constitución de 1980, elaborada y dictada durante el régimen”. La tesis de Huneeus es que la dictadura de Pinochet mantuvo un Estado dual, con una cara dura, representada por la coerción, que coexistió con otra, amable, representada por la transformación económica neoliberal. Y que, a partir de la continuidad en el orden económico y de una parte de la élite política, el “modelo” impuesto por la dictadura siguió adelante en los gobiernos de la Concertación sin considerar sus limitaciones institucionales, como la concentración económica y de la riqueza.
La secreta vida literaria de Augusto Pinochet Juan Cristóbal Peña Debate, 2013
“Como el emperador Shih Huang Ti, que junto con levantar la Gran Muralla China dispone la quema de todos los libros publicados anteriormente, Pinochet ejecuta lo que Borges llamó la abolición de la historia”, escribe Peña en esta investigación que muestra al capitán general, el hombre que ordenó quemar “todo lo que oliera a marxismo y revolución”, como uno de los más grandes coleccionistas de volúmenes de las ideas que combatió. No fue lo único: su biblioteca está avaluada en dos millones de dólares e incluye primeras ediciones, rarezas y antigüedades, como ejemplares de La Araucana de 1722 y 1776, o el volumen Histórica relación del Reyno de Chile, impreso en el siglo XVII por Alonso de Ovalle, entre otros libros que ni siquiera están en la Biblioteca Nacional.
El dictador, los demonios y otras crónicas Jon Lee Anderson Anagrama, 2009
Conocido por emplear los contextos como un personaje más, Anderson utiliza su aguda observación para perfilar a Pinochet, no por sus palabras, comedidas para la entrevista a pedido de The New Yorker, en 1998, sino que desde algunos de sus gestos: “Cuando entró en la habitación, me estrechó la mano, pero no me miró fijo a los ojos, y cuando se sentó se quedó mirando fijamente a su hija (Lucía)”. O cuando el general habló de su buena relación con China, donde estuvo dos veces: “Me tienen mucho cariño. Porque yo entendí que el comunismo chino era un comunismo patriótico, no el comunismo de Mao. Hice amistad con el general Chen, un guerrero que combatió en Corea y en Vietnam; no le caen bien los norteamericanos —me miró de soslayo y sonrió—”.
En el borde del mundo Juan Guzmán Tapia Anagrama, 2005
En sus memorias, el juez Guzmán dedica más que un capítulo al general: “El viernes 1 de diciembre del año 2000 procesé a Augusto Pinochet como autor intelectual de cincuenta y siete homicidios y dieciocho secuestros cometidos por el comandante de la Caravana de la Muerte y acompañé la decisión con el arresto correspondiente”. Allí, entre el lioso lenguaje jurídico, también se lee: “El anuncio de la acusación resonó como un cañonazo, pero la ebullición duró poco tiempo. Emplazada por los abogados de Pinochet, la Corte de Apelaciones dejó sin efecto el procesamiento, al acoger un recurso de amparo. La Corte Suprema confirmó dicha decisión: ordenó sin embargo que debería proceder al interrogatorio de Augusto Pinochet dentro de veinte días”. Según el juez, la desautorización le convenía en la medida que hacía meses que batallaba contra sus abogados, quienes agotaron todos los recursos posibles para disuadirlo de lograr sus fines. “La estrategia dilatoria había llegado a sus límites —escribe Guzmán—: la Corte Suprema imponía que la audiencia se realizara a lo sumo dentro de tres semanas. La decisión del alto tribunal iba acompañada de otra recomendación: el general, antes que nada, debía ser sometido a exámenes mentales”.
Doña Lucía Alejandra Matus Ediciones B, 2013
Un capítulo de la biografía no autorizada de la esposa de Pinochet revela la relación de las mujeres con el dictador. “Después del golpe, Pinochet descubrió que las mujeres se sentían atraídas por su poder y lo disfrutó”, explica Matus, que cuenta que Pinochet desarrolló una amplia red de conquistas, en especial cuando salía a regiones, lejos de la “siempre vigilante” Lucía. “Era desordenado mi general”, cuenta uno de los exintegrantes de la unidad de 12 comandos que lo custodiaba día y noche. El militar retirado relata que en Iquique Pinochet tenía tres amantes estables: “Hacía un viaje de cuatro días y en ese plazo las atendía a todas. A veces recurría a prostitutas. Parte de mis tareas era llamarlas y darles instrucciones sobre las actividades que debían realizar para encontrarse con él. También les daba instrucciones destinadas a despistar a doña Lucía: no podían usar maquillaje, y se tenían que poner perfume de hombre”.
Operación siglo XX, el atentado a Pinochet Patricia Verdugo y Carmen Hertz Catalonia, 2015
“El reto de un oficial del Ejército impulsó la decisión de escribir este libro”, anotan las autoras. “Si tanto les importan los derechos humanos, esta es una historia que merece ser relatada”, les dijo. El militar había participado en la tarea de rescate de los escoltas presidenciales, al anochecer del domingo 7 de septiembre de 1986, cuando Pinochet fue víctima de un atentado terrorista que dejó 5 muertos y 11 heridos, y que pudo cambiar el curso de la historia, pero que no logró su objetivo central: asesinar al general. En medio de la confusión, del humo y los destrozos, en el vehículo presidencial, siguiendo la ruta de escape de regreso a El Melocotón, el Edecán Naval que conducía el Mercedes blindado miró hacia atrás y preguntó: “Mi general, ¿se siente bien?”. La respuesta de Pinochet fue lacónica: “Bien, bien”.
Volver a los 17, recuerdos de una generación en dictadura Varios autores (ed. Óscar Contardo)
Un grupo de escritores y periodistas, nacidos entre 1969 y 1979, recrean su infancia bajo la sombra del golpe de Estado y la dictadura encabezada por Pinochet, que asoma como un personaje de la televisión conduciendo un programa sin horario fijo, desde el tedio de las cadenas nacionales que interrumpían constantemente la programación. “Los años pasaban lentos. El tiempo era pesado, con tardes eternas de televisión”, narra Nona Fernández en uno de los relatos. “La dictadura era el tiempo muerto. La dictadura era TVN. La dictadura era el Jappening con Ja. La dictadura era un infierno hecho de repeticiones”, escribe Álvaro Bisama. “Mi papá volvió a la casa de mi abuela y llamó a las radios Cooperativa y Chilena para denunciar el secuestro de su hermano; al rato llegó el periodista Sergio Campos a hacer despachos en directo. De esa forma las familias como la nuestra actuaban para salvar la vida a los suyos y alertar al resto: llamaban a la radio”, cuenta Andrea Insunza. Eran tiempos en que las discrepancias se decían en voz baja, por un temor a veces atávico, y el poder se vestía de uniforme militar.
Tengo miedo torero Pedro Lemebel Planeta, 2001
La primera y única novela de Lemebel fue escrita a partir del frustrado atentado a Pinochet en septiembre de 1986, “un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje”, donde seguimos la vida de un homosexual que conoce a un integrante del FPMR. El retrato de Pinochet y su esposa, desde la alegoría, atravesado por una sexualidad desafiante, resulta irreverente y divertido en la medida en que es representado como un personaje aterrorizado, encogiendo su figura al tamaño de una tira cómica infantil: “Augustito no cabía de gusto, imaginando sus bocas engullendo la torta, preguntando qué sabor tan raro, qué gusto tan raro, ¿son pasas?, ¿son nueces? ¿son confites molidos? ‘No tontos, son moscas y cucarachas’, les diría con una risa macabra. Ya pues mi niño, abra la boca. A ver una cucharada por cada año que cumple. Y Augustito tragó sintiendo en su garganta el raspaje espinudo de las patas de arañas, moscas y cucarachas que aliñaban la tersura lúcuma del pastel".
La historia oculta de la transición: memoria de una época 1990-1998 Ascanio Cavallo Uqbar Editores, 2012
Estructurado sobre dos personajes en las antípodas de lo que encarnan y representan, Pinochet y el ex-presidente Aylwin, casi como dos arquetipos —ambos tienen la misma edad, han vivido en la misma sociedad, pertenecen a medios sociales no tan distintos—; se enfrentan a una misma interrogante: qué hacer con el pasado. Mientras uno ha sido ungido por el pueblo y solo conoce la razón jurídica como fundamento de la política, el otro monopoliza el pasado para que el futuro no sea posible sin su resguardo. Un botón: el 12 de septiembre de 1973, cuando los representantes de las ramas de las Fuerzas Armadas redactan el acta de Constitución de la Junta, se definieron, entre otros asuntos, ministros y funciones. Según el relato de Cavallo, “allí se habló, también, de que la presidencia de la Junta podría ser rotativa. Pero Pinochet pidió que de ello no quedara constancia. Eso —dijo— puede ser un acuerdo de caballeros, cuando más”.
#DEBATELT: LOS JÓVENES Y LA MEMORIA DE PINOCHET
La comediante Paloma Salas, el director de Noesnálaferia Richard Sandoval y Rodrigo Pérez de Arce, gremialista de la UC, conversan con Angélica Bulnes, editora de Tendencias, sobre cuál es la mirada que tienen sobre el general las nuevas generaciones chilenas.
Augusto Pinochet: 503 días atrapados en Londres Periodismo UDP/Catalonia, Colección Tal Cual, 2016
Como corresponsales en la capital británica, los autores cuentan la historia de los 503 días del arresto de Augusto Pinochet, probablemente la más increíble de todas las que constituyen lo que historiadores y analistas han llamado "transición a la democracia". Amparado por su pasaporte diplomático de senador vitalicio, convaleciente de una operación a la columna en una elegante clínica inglesa, nadie pudo imaginarse que ese iba a ser el momento en que un tenaz juez español lo encausaría por violaciones a los derechos humanos cometidas durante su régimen.
El siguiente adelanto corresponde al operativo para el regreso a Chile del dictador.
El Águila parte a Chile
Augusto Pinochet siguió en directo los acontecimientos relacionados con su liberación a través de la señal de TVN. Junto a él estaban sus abogados chilenos, su familia y Michael Caplan. Al mismo tiempo que se enteraban de la decisión del ministro Straw, llegaba a través del fax el documento completo que el abogado británico se apresuró a estudiar, por si tenían que enfrentar cualquier recurso de última hora. Ya podían salir tranquilos de la casa. Lo que nadie sabía era que, el día anterior, la defensa de Pinochet había conseguido discretamente que se cambiaran las condiciones de su libertad condicional. Esas modificaciones incluían que Pinochet podría desplazarse a cualquier lugar solo con el acuerdo de la policía, eliminando la posibilidad de que un recurso de última hora ante la High Court los pillara en medio de la carretera.
Como era inminente que Pinochet no completaría su noche número 504 en Londres, gran parte del piquete hizo una vigilia en Virginia Waters. Pusieron sus cruces y sus lienzos en el corral que alternaban con la prensa. A pesar de que en los últimos días habían dicho que tener 500 días preso a Pinochet ya era un triunfo final, era evidente que aquello no era más que un consuelo, pues no tenían ninguna confianza en la justicia chilena.
El operativo para volver a Chile con Pinochet había comenzado, en cierto modo, hacía 47 días, el tiempo que llevaban en Inglaterra los dos pilotos, los dos copilotos, los dos ingenieros en vuelo, el jefe de cabina, el encargado de la seguridad del avión y un grupo de mecánicos.
En total, 16 personas. Como tenían que estar permanentemente alerta, jamás pudieron moverse muy lejos de la base aérea de Brize Norton, el lugar donde alojaban y donde estaba el avión tanquero Águila, un Boeing 707 totalmente adaptado para brindarle todas las comodidades y seguridades a Pinochet y con la autonomía suficiente como para no requerir una escala técnica cerca del territorio europeo. El avión se mantuvo siempre con un poco más de la mitad del estanque lleno y a punto para comenzar maniobras de despegue. En los tediosos días de la espera a las respuestas judiciales a los últimos intentos legales de los adversarios del general, la entretención de la prensa era ir a ver a Brize Norton si movían o no el avión.
No hubo ruta oficial hasta la madrugada del 2 de marzo. Esa noche, la tripulación la pasó en vela. Lo que sí estaba definido era una maniobra distractiva que consistió en volar a las cinco de la mañana hacia otro lugar. El sitio escogido para la partida fue un aeropuerto de carga a más de 200 kilómetros de Virginia Waters. Solo un grupo reducido de chilenos e ingleses sabía del cambio. El acuerdo político fue tener nada más que a un equipo de televisión en las inmediaciones para salir en vivo y en directo con las últimas imágenes de Pinochet en Londres. Una cámara ubicada a unos 300 metros de distancia, con un lente especial, tendría la responsabilidad de mostrarle al mundo que la peor pesadilla del anciano militar y los suyos estaba llegando a su término.
En Chile, nadie sabía a ciencia cierta por dónde entraría al país. Empezó el rumor de que haría una escala en Iquique o quizás en Antofagasta. Grupos de pinochetistas de ambas ciudades del extremo norte empezaron a organizar bienvenidas.
Para Eduardo Frei era tanta la satisfacción de traer de vuelta a Pinochet y cumplir así su promesa del 21 de Mayo que no se había preocupado del todo de cómo sería recibido en Chile por sus compañeros de armas. El celo con el que Edmundo Pérez Yoma había monopolizado la relación entre el Ejecutivo y el mundo armado había impedido al resto de los ministros más cercanos al mandatario averiguar si un acto de saludo al anciano retornado estaba o no dentro de los márgenes apropiados.
A lo largo del caso, Frei habría conseguido el compromiso del general Izurieta de que Pinochet «volvería a su casa» y no a la vida pública si es que salía de Inglaterra gracias a gestiones del Ejecutivo. Pocos días antes del desenlace, Izurieta se había comprometido a recibir a su exsuperior de manera discreta.
En Londres, Augusto Pinochet empezó a recoger las cosas de su escritorio y a meterlas en un bolso. Fue una manera de matar el tiempo mientras esperaban todas las confirmaciones y a la escolta que lo llevaría hasta el aeropuerto. Las llamadas se multiplicaban tanto en el teléfono de la casa como en los celulares de Hernán Felipe Errázuriz, Miguel Álex Schweitzer y del coronel Tulio Hermosilla, el agregado militar.
De pronto, todo quedó atrás con el aviso de un guardia de que el servicio de la policía inglesa ya estaba listo. Pinochet se despidió de algunos de sus custodios y miró por última vez su cárcel de Virginia Waters. Su boca se entreabrió, como para dejar salir las últimas emociones de lo que ya constituía una historia pasada. Aunque el piquete había intensificado sus gritos al percatarse de que había aumentado el movimiento policial en las inmediaciones, el anciano militar solo captaba el ruido de las radios policiales y de las voces a su alrededor. De pronto, casi sin darse cuenta, estaba en la van gris junto a su esposa, el general Carlos Molina Johnson y un agente de Scotland Yard. La caravana salió por un camino trasero. Un helicóptero anunció que sería resguardado por el aire. En cinco minutos, Pinochet ya estaba en la carretera rumbo al aeropuerto de Waddington.
Apenas salió el senador vitalicio, el piquete empezó a recoger sus cruces, sus fotos con nombres de detenidos desaparecidos, las banderas de Chile y de los distintos países que de un modo u otro apoyaron su acción contra el exdictador. Un pequeño camión servía para trasladar la escenografía de su protesta. Pero de repente alguien sugirió entrar a conocer la casa de Virginia Waters. ¿Por qué no? Por supuesto, la idea prendió de inmediato, aunque no lograron su cometido.
Cada vez que sonaba el celular del agente de Scotland Yard que estaba dentro del auto, Lucía Hiriart sentía un escalofrío. Y aunque el general Molina trataba de calmarla, explicándole que se trataba de llamadas de coordinación y de que era muy remoto que intentaran frenar la salida, ella ya no confiaba en ese tipo de explicaciones. Súbitamente, se empezó a divisar el aeropuerto y más nítidamente el Águila de la FACH. Pinochet prácticamente no habló durante todo ese tiempo.
Eugenio Parada, el cónsul de Chile en Inglaterra, estaba en la losa para dar la despedida en nombre del embajador Cabrera, quien tuvo que quedarse en Londres. La última imagen de Pinochet en suelo británico fue la de un anciano en silla de ruedas, abrigado con un chal, que subía al avión mediante una plataforma elevada por una grúa, tal como se hace con la carga pesada o valiosa.
Dentro del avión estaba Michael Caplan. «General, quisiera despedirme y agradecerle…», empezó. El tímido y enjuto abogado largó una extensa perorata de lo importante que había sido para su carrera este caso y, para su vida, el conocerlo. También le entregó un regalo que le había encomendado Margaret Thatcher con estrictas instrucciones de dárselo solo cuando Pinochet estuviera a salvo a bordo del avión. El regalo era un plato que llevaba inscrito el nombre de la baronesa. Esto retrasó el comienzo del despegue.
El avión 707, al que le habían puesto una cama atornillada al piso y una especie de primera clase para el general y su esposa, empezaba la carrera hacia el fin de la pista. El próximo amanecer sería en Chile.
La primera señal de alarma para el Gobierno llegó cuando el edecán aéreo de Frei le comunicó al Presidente que tendría que partir desde el aeropuerto de Cerrillos a su viaje programado para la región de Coquimbo, porque el Grupo 10 de la FACH, lugar desde donde tendría que haber despegado, iba a ser ocupado para la recepción de Pinochet.
Surgieron versiones de que el general Izurieta tenía preparado un discurso, de que Pinochet bajaría y sería llevado en una alfombra roja, de que habría bandas militares, cientos de invitados y delegaciones de las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas y de Orden con sus comandantes en jefe a la cabeza; en fin, de que sería una celebración en grande.
Frei llamó indignado al comandante en jefe de la FACH Patricio Ríos, quien se escudó diciendo que ellos simplemente habían puesto el terreno del Grupo 10 y que era Izurieta quien estaba invitando a todo el mundo y organizando el evento. Es más, le confidenció que hacía semanas que estaba planificado el acto en todos sus detalles, aunque dijo desconocerlos. Agregó que estaba de acuerdo con que debía ser una ceremonia de bajo perfil y que él mismo se lo había planteado al comandante en jefe del Ejército. Luego el presidente Frei llamó a Arancibia, la cabeza de los navales, para advertirle a la Armada que no estaba mirando con buenos ojos todo lo que estaban haciendo y de lo que recién se estaba enterando.
Vino el primero de los telefonazos del Presidente a Izurieta. Frei partió diciendo: «Espero que hagan algo discreto». «No se preocupe, Presidente», fue la respuesta de Izurieta, quien ya estaba advertido de la molestia de Frei por la bienvenida que se le estaba organizando a Pinochet. El mandatario le enumeró todos los rumores que le habían llegado y, cuando el jefe militar iba a empezar a responder acerca de la veracidad de cada uno de ellos, lo paró en seco: «Yo no quiero que entremos en los detalles de esto o de lo otro. Simplemente quiero que haga algo discreto».
La última llamada entre ellos se produjo ya pasada la medianoche, después de que Frei se enterara de que había decenas de periodistas y cámaras esperando el momento en medio de más de 300 sillas que esperaban ser ocupadas por los invitados. El Presidente, ya a gritos, le exigió a Izurieta que Pinochet debía entrar al país en forma reservada, como había salido de Inglaterra. «¡No hagan más show para la televisión! ¿O quieren seguir con los militares en los tribunales? Que sea tal cual se fue. Una sola cámara a lo lejos. ¡No le hagan una recepción de héroe!», demandó. Izurieta respondió nuevamente que no se preocupara. Entendió que su superior jerárquico no quería que hubiera prensa en el recinto. La orden fue desalojar a los periodistas.
Mientras todo esto ocurría, el Águila estaba terminando la escala técnica de tres horas en la isla Ascensión, un minúsculo punto en medio del océano Atlántico que cuenta con una base aérea bajo control británico —la misma que usó Gran Bretaña para que su flota repostara en la guerra de Las Malvinas— y se aprestaba a entrar a Sudamérica. Augusto Pinochet había sido levemente sedado, lo que le permitió dormir una gran cantidad de horas. En el lapso en que pararon en Ascensión, se le hicieron chequeos médicos y se le suministraron analgésicos para soportar la última parte del viaje sin dolores. Pinochet estaba resucitado. Había vuelto a su cara su socarrona sonrisa.
En Chile, la confusión había comenzado cerca de las cinco de la mañana cuando, tanto en los grupos que estaban apostados en Iquique como en Antofagasta, circuló fuertemente la versión de que el avión no llegaría. Mientras en Santiago, en el Grupo 10, se dio la orden a la prensa, acreditada con semanas de anticipación, de abandonar el recinto. «Es por orden del Gobierno», argumentaban los organizadores del acto. Y así empezó una guerra de empujones y de reclamos, donde los periodistas tenían todas las de perder si no había una contraorden.
Radio Chilena tenía una entrevista con el ministro del Interior Raúl Troncoso a las 7:45 de la mañana. Para estar medianamente preparado, el secretario de Estado prendió el televisor a las 7:25. Saltó de la cama al ver que los reporteros estaban siendo expulsados y que la única versión que había en ese momento era que el Ejecutivo lo había ordenado. La respuesta de Troncoso a la primera pregunta que le hizo la emisora fue rotunda: «Desmiento categóricamente que el Gobierno haya pedido algo así».
Los senadores de la UDI Hernán Larraín y Evelyn Matthei, que estaban llegando al Grupo 10, escucharon estas declaraciones en el vehículo que los llevaba. Apenas se bajaron, pidieron hablar con Izurieta. «General, el Gobierno está diciendo que ellos no ordenaron sacar a la prensa». El jefe militar hizo un gesto de rabia, tras lo cual dio la contraorden: los medios de comunicación acreditados podían volver a entrar.
El Águila ya había pasado por el espacio aéreo brasileño y se aprestaba a ingresar al de Argentina. Pero, tras unos minutos de sobrevuelo, los radio controladores aéreos trasandinos advirtieron al piloto chileno que no tenía permiso para hacer esa ruta. La cabina del Águila porfió unos minutos pero, ante la insistencia con que se les exigía la salida del espacio argentino, pidieron instrucciones a Chile. El avión enfiló hacia el noroeste, hacia Bolivia, mientras la torre de control del Grupo 10 se llenaba de insultos para los vecinos argentinos. Alguien dijo que esta había sido la venganza por lo de la guerra de las Malvinas. Otro replicó diciendo que solo había sido una «pachotada» del presidente Fernando de la Rúa, el radical de centro izquierda que hacía casi tres meses gobernaba en ese país. En lo concreto el aterrizaje se demoraba un par de horas.
Una botella de champaña descorchándose y unas risas de entusiasmo fueron los primeros sonidos que escuchó Pinochet al ingresar al espacio chileno. «Bienvenido a su patria, general», le dijo el capitán de la nave y los pequeños ojos azules del octogenario militar se llenaron de lagrimillas, que supo contener. A las 10:25 de la mañana del 3 de marzo, el Águila finalizó su misión. El avión estaba en tierra, en medio de la ovación de las trescientas personas que estaban en frente de la pista.
Pinochet iba a bajar en silla de ruedas por un montacarga, pero cuando se la fueron a abrir se enfrentaron a la insólita dificultad de que esta no podía ser armada. La angustia duró dos segundos: había una silla de repuesto.
La banda militar, puesta detrás del avión, empezó a tocar la Marcha de los Viejos Estandartes, un himno a los veteranos que vuelven de la guerra. Pinochet comenzó a descender y a ser visto por la multitud. Una de sus hijas rompió en llanto. El anciano estaba impecable con un terno azul; en su cara no había dolor.
El protocolo debía ser respetado escrupulosamente. El primero en ir a abrazar al senador vitalicio tenía que ser su sucesor, Ricardo Izurieta. Entonces, vino la jugada maestra que se tenía reservada Pinochet. El general se levantó y pidió su bastón. Así saludó a los elegidos para estrecharle la mano en la bienvenida: el resto de los jefes militares, sus hijos y algunos amigos. «Aquí se respira otro aire», le dijo, bajito, a su hijo Marco Antonio.
Tras esos primeros contactos, empezó a caminar los más de 50 metros de alfombra roja que lo separaban del helicóptero Puma, su nuevo transporte habilitado para llevarlo, custodiado por el grupo comando «Cobra», hasta el Hospital Militar. El sonido marcial de la banda fue el telón de fondo para el momento en que Pinochet alzó su brazo izquierdo —el del bastón— para refrendar entre los suyos la sensación de triunfo por haber llegado.
Pinochet abordó el helicóptero y llegó en 15 minutos al recinto hospitalario ubicado en la comuna de Providencia. El trayecto no implicaba necesariamente cruzar por aire el centro de Santiago, pero el piloto escogió esa ruta con un detalle: pasaron por arriba de La Moneda. La máquina aterrizó en el helipuerto del Hospital Militar, en medio de un dispositivo de seguridad máximo en los alrededores, repleto de comandos y francotiradores echados sobre los tejados de los edificios, con sus anteojos largavista y sus armas en ristre. El fuerte ruido de las poderosas aspas del helicóptero le impidió a Pinochet escuchar los vítores de las casi ocho mil personas que habían pasado la noche en las afueras del hospital, esperándolo.
El Gobierno reclamó al Ejército por el acto y el canciller Valdés fue más allá, al recordar que ahora el senador vitalicio debía enfrentar a la justicia chilena y a las más de 60 querellas que sumaba en su contra.
En la Agrupación de Detenidos Desaparecidos, había una decepción abierta con sabor a un gran sueño roto, mientras en varias cuadras a la redonda del lugar donde era chequeado médicamente Pinochet, se escuchaba el himno nacional, se veían muchas banderas, se gritaba «¡Adónde está, que no se ve, ese maricón de Frei!» y se adoraba mediante cientos de formas distintas a la figura de Pinochet.
A mitad de la tarde la inconfundible caravana de Mercedes Benz blindados, la característica escolta del general desde la época de la dictadura, abandonó el recinto para llevar a Augusto Pinochet Ugarte al fin a su casa, en el acomodado y tranquilo barrio de La Dehesa.
En Inglaterra y en España, las imágenes de Pinochet alzando el brazo y saludando a la multitud llevaron prácticamente a todos los medios de comunicación a criticar severamente la decisión de Straw. El canal inglés Sky hizo una rápida encuesta telefónica: el 78% contestó que el anciano prisionero chileno no debió haber sido liberado. En sus memorias, Straw no tuvo problemas en admitir su error. Durante todo el proceso, había lidiado con el riesgo de que el general burlara, de alguna manera, a la justicia inglesa y, con ello, librara impune de crímenes innegables.
Incluso prefirió monitorear desde su oficina la salida del avión chileno, albergando una tenue esperanza de que algo pasara y se pudiera impedir que Pinochet saliera del país. Las imágenes de su llegada a Chile —sonriente, caminando, bastón arriba— confirmaron sus presagios. «Los reportes médicos no tenían nada que ver con su movilidad física, pero el mensaje era claro: engañó al sistema británico y escapó del juicio que merecía tener», escribió.
A los pocos días de su llegada, el panorama volvió a agitarse para Pinochet. El severo magistrado Juan Guzmán, sorteado en la Corte Suprema en enero de 1998 para investigar la primera querella contra Pinochet, ya había removido miles de metros cúbicos de tierra buscando detenidos desaparecidos para cuando el anciano militar volvió al país después de su cautiverio londinense, y la justicia chilena había aceptado su interpretación jurídica de un detenido desaparecido solo podría ser declarado muerto en presencia de sus restos. Por lo tanto, mientras aquello no ocurriera, tendría que ser considerado como víctima de calificado secuestro, delito que no estaba cubierto por la ley de Amnistía.
El 6 de marzo, Guzmán envió a la Corte de Apelaciones el pedido de desafuero del senador vitalicio Augusto Pinochet Ugarte, estimando que había fundadas sospechas sobre su participación intelectual en la comitiva que asoló el norte del país en octubre de 1973 y que pasó a la historia como «Caravana de la Muerte».
En esos días, hubo sesión de la Mesa de Diálogo. Todas las señales indicaban que se estaba muy próximo a un acuerdo, pero los abogados de causas de Derechos Humanos, con Pamela Pereira a la cabeza, estaban indignados con el Ejército por lo que ellos consideraron el «apoteósico recibimiento» a Augusto Pinochet. Recriminaron duramente al general Juan Carlos Salgado, diciéndole que esa demostración había sido un abuso y que en cualquier otra democracia semejante desafío al Gobierno y al mundo civil hubiera costado la cabeza del jefe de la institución.
Salgado los miró pacientemente, hasta que se dio cuenta de que Pérez Yoma tenía una actitud similar. El ministro de Defensa —que había estado el sábado con toda la plana mayor del Ejército en la fiesta de matrimonio de un hijo de Salgado— quiso interrumpir a Pamela Pereira y empezar el afinamiento de detalles que lo llevarían a coronar exitosamente una idea absolutamente suya. Nunca se esperó que, al final de esa mañana, la abogada saliera a leer el mismo comunicado de queja con que había empezado la jornada adentro del edificio Diego Portales y pidiera ante los periodistas la renuncia del general Izurieta. Con eso se acabó la mesa de Pérez Yoma.
Ricardo Lagos, el nuevo presidente de la Concertación, tuvo que convivir con la figura incómoda de Pinochet prácticamente desde el primer día de su mandato. Como senador aún en ejercicio, el general tenía derecho a asistir al cambio de mando en la ceremonia del Congreso Pleno. «¿Están seguros de que no va a ir?», le preguntaba preocupado a Raúl Troncoso, el saliente ministro del Interior, el 11 de marzo de 2000. «No te preocupes, tenemos la promesa de Izurieta de que no va a ir», fue la respuesta del secretario de Estado. Ese quizás fue el último gusto que se dio Pinochet antes de que se activara el mecanismo que, finalmente, lo desaforaría de su cargo parlamentario: asustar al nuevo Presidente el mismo día del cambio de mando.
Pero Pinochet no estaba para resucitar al duro militar capaz de enfrentar salones llenos de pifias y acallarlas con su semblante adusto. Su familia no quería verlo más en una situación que no fuera cerca de sus hijos, nietos, bisnietos y amigos, el Ejército prefería conservarlo como un hombre símbolo con el menor perfil contingente, y la derecha simplemente no quería verse forzada a tener que convertirse en la minoritaria infantería para defender a una figura que, para muchos de ellos, hacía muy bien quedándose cada vez más en el pasado.
Y siempre estaba ahí la sombra de la posible muerte de Pinochet durante su mandato, hito del que, finalmente, tuvo que hacerse cargo otra socialista, también golpeada por la dictadura: Michelle Bachelet.
El mismo día que el avión que traía de vuelta a Pinochet venía volando a Santiago, los abogados querellantes le pidieron al juez Juan Guzmán que solicitara a la Corte de Apelaciones de Santiago quitarle el fuero parlamentario al general para conseguir procesarlo. En ese momento, acumulaba 60 querellas por muertes y desapariciones de opositores al régimen; ese número llegaría a triplicarse.
ASCENSO, AUGE Y OCASO: EL ESPECIAL DE LA TERCERA EL DÍA DE LA MUERTE DE PINOCHET
La edición de La Tercera —del día lunes 11 de diciembre de 2006— incluyó un suplemento con reportajes, análisis e imágenes históricas que repasaron la vida del recién fallecido general. Pincha la imagen a continuación para descargar la versión en PDF, que incluye además la portada de ese día.
EL ADIÓS AL GENERAL
Cuando Augusto Pinochet falleció el domingo 10 de diciembre de 2006, las reacciones se sucedieron de forma instantánea: adherentes llorando su pérdida y detractores celebrando la partida del ícono de la dictadura militar. Acá, un recorrido en imágenes por ese día y las jornadas siguientes del funeral.