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Cuba: el mojito revolucionario

Cuba : el mojito revolucionario

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Cuba: el mojito revolucionarioLos 22 días que sacudieron a Chile
Narrado por Francisco Aravena.

Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.

Pero la eventual victoria del proyecto de Allende, la instauración del socialismo por la vía pacífica, podía ser una aporía para el castrismo, la contradicción radical de todas las tesis cubanas acerca de la revolución. Así lo sugirió el propio Castro en el discurso de despedida de su visita, en el Estadio Nacional, cuando empleó tres adjetivos para calificar lo que vio en Chile: algo “extraordinario, insólito, único”. “Un proceso revolucionario donde los revolucionarios tratan de llevar adelante los cambios pacíficamente (…) por los cánones legales y constitucionales, mediante las propias leyes establecidas por la sociedad o por el sistema reaccionario, mediante el propio mecanismo (...) que los explotadores crearon para mantener su dominación de clase”.

Curiosamente, la relación de Castro con la izquierda chilena comenzó cuando combatía en la Sierra Maestra. Para este espectro político, la revolución suscitó un embrujo irresistible. Más que el triunfo militar sobre una dictadura, el mojito que los chilenos degustaron fue el acento latinoamericano independentista, de recuperación de las riquezas básicas y desafío al imperio desde un pequeño país.

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Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Todavía las columnas guerrilleras de Fidel y Raúl Castro, el “Che” Guevara, Camilo Cienfuegos y Juan Almeida no derrotaban al dictador Fulgencio Batista cuando en 1958, Carlos Rafael Rodríguez, representante del PC cubano, visitó Chile durante una semana. Se reunió con Orlando Millas, miembro de la comisión política del PC chileno, en las oficinas del diario El Siglo, y transmitió el mensaje de que ese año sería decisivo para la caída de Batista.

Rodríguez, quien después fue vicepresidente del consejo de ministros de Cuba, transitó por Santiago con Millas - lo presentó al senador radical Hermes Ahumada como “el periodista González”-, y alojó en casa de la familia Badilla, en el sector sur de la capital, donde se reunió un día completo con la comisión política del PC. Les contó que el Ejército de Batista no era moderno y tenía más capacidad represiva que de combate, y que para gobernar iban a designar a una personalidad independiente que diera garantías a todos. El PC se comprometió a apoyarlos y a enviar después de la victoria a periodistas destacados, de todas las tendencias, para la “Operación Verdad”.

Pero pronto el PC se fue distanciando del castrismo. El 26 de julio de 1966, para la conmemoración del asalto al Cuartel Moncada, Millas rechazó públicamente el diagnóstico de que Latinoamérica vivía una situación revolucionaria generalizada y la receta de Castro sobre la lucha armada. Pablo Neruda, el más famoso de los comunistas chilenos, sufrió de vuelta los embates castristas. Más tarde, el PC discrepó frontalmente de la estrategia del foco guerrillero promovida por Castro y el “Che” y confirmó sus ideas cuando el argentino cayó abatido en Bolivia en 1967.

La revolución fue perdiendo amistades a medida que se desgastaba y desdibujaba, en medio de su proclamación socialista y la adhesión al campo soviético, el bloqueo estadounidense y la represión a los opositores, el sabotaje y las ineficiencias, Bahía Cochinos y las aventuras guerrilleras en América Latina y Africa, lo que culminó con un termidor que devoró a muchos de sus progenitores y concentró el poder absoluto en los hermanos Castro.

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Archivo Histórico / Cedoc Copesa

“Fui amigo del ‘Che’”, le contó Allende al filósofo francés Regis Debray y le mostró la dedicatoria de su libro La guerra de guerrillas: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”. La cuestión de los “otros medios” fue siempre una grieta entre Allende y los cubanos.

Para Castro, el triunfo de la UP implicaba romper el bloqueo de Cuba en la región. Fue el primero en llamar a Allende tras su triunfo en 1970. Un cable del 6 de octubre, enviado por la estación de la CIA en Santiago, reportaba que Castro le había dicho a Allende que no viajaría a la asunción del mando por el posible “impacto adverso en la opinión pública mundial”. “No le des a la contrarrevolución un pretexto para atacarte prematuramente”. Y le recomendaba mantener buenas relaciones con los militares: “No les des razón para derribar tu gobierno antes que tengas tiempo de consolidar tu apoyo popular”.

Ocho días después de asumir, desoyendo una petición del embajador estadounidense Edward Korry para que no estableciera relaciones con Cuba, Allende anunció la normalización diplomática con la isla. En la distribución de cargos, la embajada quedó para el Mapu. El Senado rechazó la primera propuesta de Allende para embajador, Jaime Gazmuri, y aceptó la segunda, Juan Enrique Vega.

Pero mientras la legación chilena en La Habana era pequeña y modesta, la de Castro en Santiago se convirtió en un epicentro de influencia. La inteligencia cubana (DGI) llegó a tener 54 agentes que reportaban al propio Castro, según la CIA. La desmesura máxima fue la visita oficial de Castro, que se extendió desde los 10 días previstos hasta tres semanas, durante las cuales se apoderó de la agenda chilena.

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Archivo Histórico / Cedoc Copesa

La recepción a Castro el miércoles 10 de noviembre de 1971 fue entusiasta, con bosques de banderas rojas y rojas y negras. “¡Fidel, amigo, el pueblo está contigo!”, gritaban las masas izquierdistas. Era su primera visita al exterior en siete años. Recorrió el país con un séquito de 400 periodistas. Estuvo en el norte con los mineros del cobre, en Concepción con los estudiantes y en Santiago con la UTE, la Cepal, la comuna de San Miguel, los Cristianos por el Socialismo, las mujeres, el cardenal Silva Henríquez y los militares. Su despedida en el Estadio Nacional, el jueves 2 de diciembre, que calificó de “relativamente débil”, enfrentó su oratoria con la de Allende. Mientras Castro declaraba su curiosidad por el proceso chileno, el Presidente lanzó una advertencia histórica:

-Yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile. Que lo sepan: ¡Dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera! Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: defenderé esta revolución chilena y defenderé el gobierno popular porque es el mandato que el pueblo me ha dado. No tengo otra alternativa. ¡Sólo acribillándome a balazos podrán impedir mi voluntad, que es cumplir el programa del pueblo!

En sus reuniones con la izquierda, Castro enfatizó en la importancia de la unidad sin exclusiones, una sugerencia para incorporar al MIR. En una oportunidad, Castro le preguntó a Allende cuándo comenzaría a aplicar los métodos de dirección socialista de la economía. Allende le replicó que eso no estaba en el programa de la UP.

Con su prolongada visita, Castro se integró como un actor del debate local, incomodó a la UP e indignó a la oposición, que lo despidió con una marcha de cacerolas que terminó con 96 heridos. El edecán para su visita fue Augusto Pinochet. Castro, que como ex combatiente se preciaba de saber valorar a las personas, quedó impresionado con este general obsequioso.

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Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Castro opacó otra visita que coincidió con la suya (aunque sólo fue de seis días), la del llamado “Allende francés”, François Mitterrand, secretario general del Partido Socialista Francés. En una curiosa coincidencia con lo que pensaba Kissinger, Mitterrand declaró que Chile es “una síntesis interesante y original [porque] el movimiento popular puede plantearse la victoria por la vía legal. (…) Se trata de demostrar a los franceses que esta vía es posible”. Pierre Kalfon, corresponsal de Le Monde, despachó a su diario: “Chile parece un laboratorio en el que se está realizando una experiencia de la que la izquierda europea tal vez algún día saque fruto”.

Poco después, Castro apoyó con entrenamiento y armas livianas al GAP: eso fueron los bultos que llegaron en un avión cubano y que el director de Investigaciones, Eduardo Paredes, bajó sin pasar por Aduanas, con el apoyo del ministro del Interior, Hernán del Canto. Para La Habana no era un envío importante, pero las explicaciones falsas que dio la UP contribuyeron a magnificar el escándalo.

En materia de suministros militares, Castro mantuvo una línea intransable, aunque contrariase sus instintos : nada sin la autorización de Allende. Cada vez que el MIR, el PS y el Mapu le pidieron apoyo se encontraron con la misma respuesta o, lo que es igual, con migajas como cursos de instrucción y becas de estudio.

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Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Hacia mediados de 1973, Castro se mostraba impaciente con la agitación de Chile. Todavía creía posible un golpe de mano: “Mil hombres entrenados y organizados podrían decidir la situación en Santiago”. Pero Allende no cedía.

Para el 10 de septiembre, la embajada cubana en Santiago estaba acuartelada y con órdenes de repeler ataques sin salir del recinto, y prestar ayuda a Allende, pero sólo si éste la requería. La dirección político-militar estaba al mando del embajador Mario García Incháustegui, el encargado político Juan Carretero, el oficial Patricio de la Guardia, Ulises Estrada y Fernández Oña.

Castro estaba de visita en Vietnam del Norte. Al día siguiente compararía el ataque militar contra Allende con el bombardeo sobre Quang Tri.

21 ago.Estados Unidos: los ojos y las garras del águila

El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.

22 ago.La derecha fantasmal y la procesión interna de la DC

El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.

23 ago.La Iglesia Católica: el rebaño inquieto

El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.

Cambio de Mando

24 ago.El Ejército: al filo del quiebre

El 24 de agosto, el Presidente Allende comunicó el nombramiento del general Augusto Pinochet como nuevo comandante en jefe del Ejército. Era lo que habían recomendado su antecesor, el general Carlos Prats; el ministro José Tohá y otras personas cercanas al Presidente. Pinochet llegaba a la cima de su carrera en el medio de un gobierno socialista. Pero llegaba -y lo sabía- dentro de un territorio minado. El Ejército estaba en estado de alteración y Prats había caído por la presión de su propio alto mando. No había cómo ignorar este hecho, que se precipitó en sólo unas pocas horas.

25 ago.El campo: el parto de la tierra

El proceso que desató las pasiones más intensas durante el gobierno de la UP no ocurrió en las ciudades, sino en los campos. Fue la extensión de la Reforma Agraria. La relación con la tierra es más intensa que con cualquier otro bien de capital. Para muchos, la tierra es la madre -lo que nadie podría decir de una empresa- y en los pueblos originarios se sitúa en la base de sus creencias. Perder un fundo que durante generaciones había estado en manos de una familia debía desencadenar en los propietarios sentimientos tan intensos como contradictorios con los de quienes, después de décadas de privaciones, por fin accedían a la tierra. A escala microeconómica, el conflicto se multiplicó de manera desgarradora en cada predio de Chile.

26 ago.Patria y Libertad: alma de sabotaje

En la noche del domingo 26 de agosto de 1973, la Policía de Investigaciones llegó hasta el concurrido restaurante Innsbruck, en Las Condes, y arrestó al secretario general del movimiento Patria y Libertad, Roberto Thieme, junto a dos militantes, Saturnino López y Santiago Fabres. Thieme se entregó, no sin antes advertir: “Derrocaremos al gobierno de la Unidad Popular sea como sea. Si es necesario que haya miles de muertos, los habrá”.

jose toha

27 ago.La Unión Soviética: el informe Andropov

En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.

28 ago.El PS: el verbo flamígero

El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.

29 ago.Los gremios: la guerra como un paro

El martes 28 de agosto, el gremio de los comerciantes, dirigido por Rafael Cumsille, anunció su adhesión al paro de los camioneros, que encabezaba el vehemente León Vilarín. El transporte completaba cinco semanas en huelga y se vislumbraba un escenario aún más duro que el de la paralización de octubre de 1972. Ese día, por primera vez, durante el juramento de los nuevos ministros, el Presidente Allende mencionó una posibilidad dramática: “No dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales, los partidos de la Unidad Popular, así me lo demandaran o sugirieran”.

Carlos Prats

30 ago.Los estudiantes: los dueños de las calles

El 29 de agosto, las federaciones de estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Universidad Católica de Valparaíso, ambas controladas por el movimiento gremial, publicaron un documento titulado “Hacia una nueva institucionalidad a través de la renuncia de Allende”. Como todos los textos de ese grupo en esos años, había sido revisado por Jaime Guzmán. Declaraba que “sólo bajo la dirección unitaria de nuestras Fuerzas Armadas, Chile puede reunir a sus mejores hombres en la misión de proponer la nueva institucionalidad que el país necesita para restablecer su democracia”.

31 ago.La Armada: el primer golpe

El jueves 30 de agosto de 1973, el vicealmirante José Toribio Merino, jefe y juez de la Primera Zona Naval, pidió a la Corte de Apelaciones la suspensión de los fueros parlamentarios del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón, bajo el cargo de “intento de subversión” en la Escuadra.

1 sept.El Mapu: la división salvaje

El viernes 31 de agosto de 1973, la petición del vicealmirante Merino a la Corte de Apelaciones de Valparaíso para desaforar al senador Altamirano y al diputado Garretón se trasladó a la Corte Suprema. La acusación eran las reuniones con suboficiales de la Armada que querían denunciar una conspiración contra el gobierno y tomarse la Escuadra. Garretón informó al Presidente Allende, que ya lo sabía y no le dio gran importancia.

gustavo leigh

2 sept.Cuba: el mojito revolucionario

Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.

3 sept.Carabineros: la táctica Yovane

Ningún carabinero, de ningún rango, fue tan activo para incorporar a la policía militarizada en la lógica del golpe militar como el general Arturo Yovane. Contaba con una ventaja estratégica: la confianza del Presidente Allende en la lealtad de Carabineros como un cuerpo que, situado en la frontera del mundo castrense y el civil, familiarizado con la pobreza y todas sus secuelas colectivas, actuaría en una crisis de lado del gobierno, como lo había demostrado la Guardia de Palacio durante el “tancazo” del 29 de junio.

4 sept.El “poder popular”: cordones y comandos

“Usted no se ha apoyado en las masas”, le escribieron a Allende el 5 de septiembre la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Unico de Trabajadores en Conflicto. Expresaban su alarma por hechos que conducirían “no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal” y le pedían ponerse a la cabeza del “poder popular”, un “ejército sin armas, pero poderoso en cuanto conciencia”, y la aplicación de medidas para evitar “la pérdida de vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana”.

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5 sept.Los radicales: partidos en tres

El 4 de septiembre, la sede central del Partido Radical fue incendiada por manos anónimas. En las horas siguientes, circuló por Santiago el rumor de que el PR había decidido retirarse del gobierno de Allende. Sin embargo, era una versión totalmente infundada: mientras estuvieran en la dirección del PR algunos de los más fieles allendistas, como Hugo Miranda, Anselmo Sule, Aníbal Palma, Orlando Cantuarias, Edgardo Enríquez y otros, el PR nunca abandonaría al Presidente.

6 sept.Economía: tres días de harina

Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.

7 sept.El MIR: la vía de la insurrección

En el último fin de semana de la UP, para el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) era claro que todo estaba perdido. Como otros dirigentes, Andrés Pascal estaba hastiado de pasar noches acuartelado esperando el golpe. El diagnóstico final señalaba que habría un “golpe blando” o, si había plebiscito, Allende lo iba a perder. “Fue una incomprensión nuestra, porque hubo dos golpes. Uno, el de las clases dominantes para volver a imponer el orden. Otro, poco tiempo después, el de los que instalaron un nuevo modelo para resolver la crisis de desarrollo”, afirma.

DC y gob 30-07-73

8 sept.El API: la pieza pequeña

La actuación más importante del más pequeño de los partidos de la UP, Acción Popular Independiente, tuvo lugar en la dramática jornada del sábado 8 de septiembre, cuando los partidos de gobierno se reunieron en La Moneda para analizar la propuesta del Presidente Allende de convocar a un plebiscito para salir de la crisis. La aprobaron Luis Corvalán y Orlando Millas, del PC; Jaime Gazmuri, del Mapu-OC; y Anselmo Sule, del PR. La rechazó Bosco Parra, de la IC. Entonces habló el ex senador, presidente y líder indiscutido del API, Rafael Tarud. Dijo que por información de fuentes militares sabía que se preparaba un golpe militar que sería especialmente cruento.

9 sept.El PC: Stalin contra Trotsky

El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.

10 sept.La Izquierda Cristiana: el espejo quebrado

El lunes 10 de septiembre, un grupo de 60 pobladores del MPR (uno de los frentes del MIR, dirigido por Víctor Toro) se tomó el Ministerio de Vivienda. El ministro Pedro Felipe Ramírez, representante de la Izquierda Cristiana (IC) en el gabinete, se reunió con ellos para resolver el conflicto. Cerca del mediodía, les dijo que debía asistir a un consejo de gabinete en La Moneda citado por Allende para las 12.

DC y gob 03-08-73

11 sept.El plebiscito: la última hoguera

Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.

Créditos

Investigación y textos

  • Ascanio Cavallo
  • Manuel Délano
  • Bárbara Fuentes
  • Karen Trajtemberg

Coordinación

  • Paula Susacasa

Narración historias

  • Francisco Aravena

Coordinación especial LT

  • Ignacio Bazán

Periodista LT

  • Rosario Gallardo

Dirección de arte LT

  • Patricia Holmqvist

Diseño LT

  • Patricia Holmqvist
  • Catalina Naranjo

Desarrollo LT

  • Álex Acuña Viera

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