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La Tercera

Estados Unidos: los ojos y las garras del águila
El presidente Nixon y Henry Kissinger en el Salón Oval (1973)

Estados Unidos : los ojos y las garras del águila

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Estados Unidos: los ojos y las garras del águilaLos 22 días que sacudieron a Chile
Narrado por Francisco Aravena.

El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.

La evidencia del volumen de la intervención desestabilizadora de la Casa Blanca en Chile fue objeto de especulaciones hasta 1975, cuando una comisión del Senado, encabezada por el demócrata Frank Church, inició las revelaciones con el informe Acción Encubierta en Chile 1963-1973. Por iniciativa del Presidente Bill Clinton, se inició una nueva desclasificación revelada en 1999. Esta se amplió en el 2000 con el Informe Hinchey sobre las actividades de la CIA. Los 25.000 documentos desclasificados en EE.UU. sobre Chile forman una montaña de más de 50.000 páginas, todavía incompleta, además de las grabaciones y las memorias de varios protagonistas. Este cúmulo de información refleja que Washington dio una atención desproporcionada a Chile en relación a su tamaño.

El punto más dramático de esa intervención se registró antes de la asunción del electo Presidente Salvador Allende, entre septiembre y noviembre de 1970. El Presidente Nixon enfureció al conocer el triunfo de Allende y lo tomó de forma personal: “¡Ese hijo de puta! ¡Ese bastardo!”, exclamó, mientras golpeaba con el puño la palma de su mano el 15 de octubre de 1970, en la oficina oval de la Casa Blanca. Nixon, que había criticado de modo áspero a los Kennedy por permitir la consolidación de Fidel Castro en Cuba, creía que debía impedir la ratificación de Allende por el Congreso si más del 60% había votado por los otros candidatos. La percepción de Kissinger era peor, según su colega en el Consejo de Seguridad Nacional, Roger Morris: “No creo que nadie en el gobierno comprendiese cuán ideológico era Kissinger en la cuestión de Chile. (…) Ocurrían en ese momento hechos desastrosos en el mundo, pero sólo Chile asustaba a Henry”.

Cambio de Mando
TRANSMISION DEL MANDO - EDUARDO FREI MONTALVA - SALVADOR ALLENDE GOSSENS - CAMBIO DE MANDO - PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA - 04.11.1970 - CONGRESO - VISTA FONDO HISTORICO B/N REVERSO FOTO DICE: COPYRIGHT BY CARMEN OSSA V. SANTIAGO - CHILE

Las instrucciones de Nixon a Kissinger y al jefe de la CIA, Richard Helms, fueron categóricas: un plan en 48 horas. Las notas de Helms registraron sus lineamientos:

- “Es una probabilidad de uno en 10, tal vez, pero ¡salven a Chile!”.

- “Vale la pena gastar”.

- “No nos preocupan los riesgos que implica”.

- “US$ 10.000.000 disponibles, más si fuese necesario”.

- “Los mejores hombres que tengamos”.

- “Hacer aullar la economía”.

Kissinger calificó después estos esfuerzos como “tardíos y confusos”. Se intentó sobornar a parlamentarios para que votaran en el Congreso por Jorge Alessandri, de modo que éste renunciara y Eduardo Frei se presentara a nuevos comicios, convocando el voto anticomunista. Se alentó un golpe militar a través del proyecto Fubelt (Fu era la clave para Chile, belt significa cinturón), una idea que derivó en el intento de secuestro y asesinato del comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider. Y se intentó intervenir, hasta último momento, en las Fuerzas Armadas chilenas, hasta que el propio Kissinger desalentó esas iniciativas.

El crimen de Schneider produjo el efecto inverso y el Partido Demócrata Cristiano, sometido a fuertes presiones centrífugas, reconoció finalmente la mayoría relativa de Allende tras imponerle un “estatuto de garantías constitucionales”. Allende fue ungido Presidente en el Congreso sin los votos de la derecha. Washington reconoció su fracaso.

Pero, ¿por qué esta preocupación desorbitada de Estados Unidos? Las primeras razones parecieron económicas. El gobierno de la Unidad Popular expropió la ITT, la empresa monopólica de las telecomunicaciones que, además, había participado en las conspiraciones contra Allende, y en 1971 nacionalizó la gran industria del cobre -con la votación unánime del Congreso- sin compensación. La empresa más perjudicada, Kennecott, persiguió por todo el mundo los negocios cupríferos de Chile en los siguientes años. Pero, en lo formal, los programas oficiales de créditos e intercambios entre Estados Unidos y Chile se mantuvieron sin muchas variaciones.

De modo que los motivos económicos no eran los principales para la Casa Blanca. La razón principal era otra: la Unidad Popular incluía al Partido Comunista. Esto no se hizo evidente para el gobierno chileno sino hasta diciembre de 1972, cuando, durante la visita de Allende a la ONU, el embajador de EE.UU., George H. Bush, le sugirió explorar una negociación formal de alto nivel. Poco después, siete representantes del gobierno chileno y siete del Departamento de Estado se reunieron en Washington para debatir el problema de las compensaciones a las empresas expropiadas.

Según uno de los enviados chilenos, el diputado de la Izquierda Cristiana Luis Maira, “era una maniobra casi sin destino, como para no dejar gestión sin hacer”. La visita del Presidente a la Unión Soviética había dejado en claro que no tendría ayuda de Moscú y las conversaciones con el Club de París en torno a la deuda externa avanzaban a tranco lento. En paralelo, Chile intentaba servir sus compromisos internos con emisión de moneda, lo que empezaba a lanzar la inflación a las nubes. Por lo tanto, la negociación con EE.UU. era, aunque fallase, indispensable.

La delegación chilena fue encabezada por el embajador Orlando Letelier. Después de dos días sin avances, en un descanso, el secretario de Estado William Rogers y Henry Kissinger invitaron a Letelier a una reunión privada de casi una hora. Rogers le dijo que Washington no cedería en dos puntos: el descuento a la rentabilidad excesiva de las empresas nacionalizadas, que conducía a no pagarles nada. El otro lo describió Kissinger:

-América Latina es una región de casi ninguna importancia… Chile no tiene ningún valor estratégico. Nosotros podemos recibir cobre de Perú, Zambia, Canadá. Ustedes no tienen nada que sea decisivo. Pero si hacen ese proyecto de camino al socialismo del que habla Allende, vamos a tener problemas serios en Francia e Italia, donde hay socialistas y comunistas divididos, que con este ejemplo podrían unirse. Y eso afecta sustancialmente el interés de Estados Unidos. No vamos a permitir que tengan éxito. Cuenten con eso.

Kissinger
El asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.

Era el segundo aviso que Allende recibía en este sentido. El primero le había llegado cuando era Presidente electo y aún no lo ungía el Congreso. El diplomático Armando Uribe le había contado al canciller de Frei, Gabriel Valdés, y también a Allende de un dato que le entregó el periodista Irving Stone: que en una reunión en Chicago con editores del Chicago Tribune, The Washington Post y The New York Times, Kissinger les había explicado que el problema con Chile era no sólo el influjo en América Latina, sino el antecedente que su elección significaba para la izquierda en Francia e Italia. El PC era el problema final, aunque fuese el más moderado de la coalición y a pesar de que la URSS de Leonid Brezhnev estuviese, no en su período más agresivo dentro del Tercer Mundo, sino en la detente, con diálogo en medio de las tensiones. El ojo del águila norteamericano estaba en muchas latitudes.

Para agosto de 1973, ya parecía que la entrega del millón de dólares a la oposición chilena sería la última. Las precisas informaciones de la CIA así lo sugerían. El 7 de septiembre, su estación local avisaba de una acción conjunta de las tres Fuerzas Armadas. El 9, el agente encubierto Jack Devine precisó: “Tendrá lugar el 11″.

La fuerza aérea: la estrategia del “diversionismo”

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La fuerza aérea: la estrategia del “diversionismo”Los 22 días que sacudieron a Chile
Narrado por Francisco Aravena.

En la mañana del lunes 20 de agosto de 1973, el Presidente Salvador Allende abordó un helicóptero de la Fuerza Aérea con rumbo a Chillán, donde encabezaría la conmemoración del 195 aniversario del natalicio de Bernardo O’Higgins. Los pilotos habían pensado en una idea extrema; desviarse de la ruta y secuestrar al Presidente en algún lugar del sur. Con ello pretendían responder a la crisis que vivía la FACh, aunque su acción también podía ser el inicio de un golpe de Estado. Sin embargo, en el camino desecharon el plan.

La FACh había despertado ese día en estado de exaltación. Apenas unas horas antes, en la noche del domingo, el comandante en jefe, general César Ruiz Danyau, se había presentado de uniforme en el programa de Canal 13 “A esta se improvisa” y los representantes de la oposición, el joven dirigente gremialista Jaime Guzmán y el democratacristiano Jorge Navarrete, se habían dado un festín explorando sus contradicciones con el gobierno de la UP. Un festín algo sombrío, porque ninguno de los inteligentes panelistas ignoraba la gravedad de que un general participara en un debate político. Con un detalle aún más serio: Ruiz Danyau ya no era el comandante en jefe.

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Ministro José Tohá junto a César Ruiz Danyau en aeropuerto de Pudahuel, agosto de 1971. (Archivo histórico/CDI Copesa)

Ruiz Danyau era el único de los comandantes en jefe al que Allende conocía desde antes de asumir el mando y por ello creía tener con él una cierta amistad. Cuando convocó a los comandantes en jefe para integrarse a un gabinete de “Seguridad Nacional”, cuyo principal objetivo sería desmantelar un nuevo paro de los camioneros (iniciado el 26 de julio), le permitió elegir la cartera que preferiría. El 9 de agosto, Ruiz Danyau juró como ministro de Obras Públicas y Transportes. La selección tenía una intención inconfesable: Ruiz Danyau quería evitar que el gobierno aplastara a la organización de los transportistas.

Pero seis días después, el subsecretario de Transportes Jaime Faivovich lanzó un ultimátum anunciando la requisición masiva de camiones en caso de continuar el paro. Viéndose sobrepasado, Ruiz Danyau presentó su renuncia como ministro. Allende le pidió continuar, en vista de que el paro estaba por quebrarse. Ante la insistencia de Ruiz Danyau, el Presidente intentó que asumiera el cargo otro general de la FACh. Pronto percibió que ninguno lo haría sin una oferta más tentadora, como la comandancia en jefe. Fue lo que ofreció a los dos generales siguientes en la línea de mando, Gustavo Leigh y Gabriel van Schouwen. Pero ninguno quiso aceptar hasta que se resolviera la situación de Ruiz Danyau.

En la tarde del 17 de agosto, después de una presión insoportable, Ruiz Danyau firmó su renuncia al ministerio y a la FACh. El Presidente la llevó en su bolsillo a la cena secreta que tendría con el senador de la DC Patricio Aylwin en la casa del cardenal Raúl Silva Henríquez.

El general Leigh condicionó su aceptación a no asumir el ministerio; el Presidente aceptó que ese cargo fuese asignado a otro general, Humberto Magliochetti, quebrantando la exigencia que había hecho a Ruiz Danyau. Indignado por este cambio, el general decidió que, aunque había firmado una carta pero no su expediente de retiro, su situación final no estaba sellada. Se sentía burlado.

Sin embargo, el nombramiento de Leigh como comandante en jefe fue cursado el sábado 18. Por eso, la aparición de Ruiz Danyau en “A esta hora se improvisa” era, además de irregular, una perturbación muy seria.

En la mañana del 20, los oficiales de las bases aéreas de El Bosque, Cerrillos y Colina ordenaron un “autoacuartelamiento” que, según el comunicado emitido por el jefe de relaciones públicas de la FACh, comandante Ramón Gallegos, tenía por objetivo rechazar el procedimiento del gobierno para sacar al general Ruiz Danyau. Otras bases de provincias se unieron. Era una insurrección en gran escala. Poco después del mediodía, el ministro de Defensa y comandante en jefe del Ejército, general Carlos Prats, ordenó a su jefe de Estado Mayor, el general Augusto Pinochet, y al comandante en jefe de la Armada, almirante Raúl Montero, acuartelar en primer grado a sus unidades principales para prevenir hechos mayores.

Prats se restó en forma deliberada de la crisis de la FACh, ante las seguridades del general Leigh de que sería controlada. Con Allende ausente de La Moneda, fue Letelier, entonces ministro del Interior, quien enfrentó la situación. Pidió al PC que Orlando Millas lo acompañara en su gabinete. Dio instrucciones a Prats y a Carabineros y ordenó al intendente Julio Stuardo clausurar la radio Agricultura e informar de lo que ocurría a todos los partidos, salvo al Partido Nacional.

Carlos Prats wsp
Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Ruiz Danyau se fue en la mañana a la base de Cerrillos, donde lo esperaban unos 80 oficiales que exigían su restitución en el mando. Después de avisar al general Leigh, se trasladó a la base El Bosque, donde se habían juntado unos 200 oficiales en el anfiteatro principal. La reunión no fue apacible. En el clima de exaltación dominó la idea de obligar al gobierno a reponer a Ruiz Danyau. Pero ya estaba claro que ni el Ejército ni la Armada se plegarían, en ese momento, a semejante aventura.

Cuando llegaron Leigh y otros generales, se reunieron con Ruiz Danyau. Le reprocharon su conducta ambivalente, la excitación en las bases aéreas y, en especial, su asistencia al programa “A esta hora se improvisa”. Antes de las 19, Ruiz Danyau aceptó irse y reconocer el mando de Leigh. El nuevo comandante en jefe partió a La Moneda e informó al Presidente y a los ministros Prats y Letelier. Al regresar de Chillán, Allende leyó esa noche un comunicado apaciguador por cadena nacional.

El coletazo de la crisis se produjo en la mañana siguiente, el 21, cuando una cincuentena de mujeres, más tarde identificadas como esposas de oficiales de la Fuerza Aérea, se reunió frente al Ministerio de Defensa a gritar consignas en apoyo a Ruiz Danyau y en contra de Prats, a quien atribuían la caída del general. Prats, agripado y con fiebre, contempló el incidente y después de almuerzo se fue a su casa. No imaginaba lo que vendría.

Tampoco Leigh permaneció tranquilo. A lo menos desde la segunda mitad de 1972, se había embarcado en una sucesión de reuniones con altos oficiales de la propia FACh, la Armada, el Ejército e incluso Carabineros, con vistas a derrocar al gobierno de la UP. Hacia junio de 1973, tales encuentros ya tenían la forma de una conspiración: no involucraban a los comandantes en jefe, se realizaban en secreto y estaban al margen de las reglas.

En cuanto asumió la jefatura de la FACh, Leigh notificó a sus contertulios que no podría seguir asistiendo. Lo representaría el subjefe del Estado Mayor Conjunto, el general Nicanor Díaz Estrada, un hombre más vehemente que él mismo, que se venía enfrentando al gobierno con sus esfuerzos por inculpar a la ultraizquierda del asesinato del edecán naval del Presidente, el comandante Arturo Araya, a pesar de las crecientes evidencias que acumulaba la policía de Investigaciones sobre la ultraderecha.

Leigh debía cuidarse. Era la primera pieza en la estrategia de copar los mandos superiores de las Fuerzas Armadas. El gobierno no confiaba en él, pero carecía de alternativa. Estaba entregado a su obediencia constitucional.

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Gustavo Leigh saliendo de La Moneda, nombrado comandante en jefe de la Fach en agosto de 1973. (Fondo Histórico/CDI Copesa)

La FACh también se sentía amenazada desde dentro. Dos de sus generales trabajaban para el gobierno y simpatizaban abiertamente con él: Alberto Bachelet, designado en la Dirección de Abastecimiento y Comercialización; y Carlos Dinator, auditor. Ambos habían sido aislados delicadamente del cuerpo de mando, pero Leigh sabía que otros oficiales y suboficiales simpatizaban con la UP; algunos tenían hijos o sobrinos que militaban en partidos de gobierno o, peor aún, en el MIR. No había forma de calcular la capacidad de deteriorar el mando que ellos tendrían en caso de una insurrección de la FACh. El quiebre no era una mera fantasía. Contribuían a esa idea, de modo paradójico, los diarios y revistas de la UP que desde agosto venían publicando listas de oficiales “golpistas”; los mandos se preguntaban de dónde salían esas informaciones.

Leigh no ocultó sus intenciones en un aspecto: la aplicación de la Ley de Control de Armas, una norma dictada en 1972 para limitar lo que entonces parecía un creciente incremento del armamento en manos privadas. Después del “tanquetazo” del 29 de junio de 1973, las Fuerzas Armadas decidieron aplicarla con más severidad y la vanguardia de ese endurecimiento la tomaron la Armada y la FACh.

Los sectores revolucionarios la consideraban una ley represiva y denunciaban su uso abusivo por parte de las Fuerzas Armadas. No cabe duda de que esas operaciones frenaban las actividades de entrenamiento militar, distribución de armas y acumulación de fuerzas irregulares en los bastiones del “poder popular”; los obligaban, por lo menos, a sumirse en el disimulo y la clandestinidad.

Entre agosto y septiembre, la FACh tomó iniciativas que iban algo más allá de sus simples entornos. Aunque el Presidente apoyaba la ley, las denuncias de sus partidarios lo llevaron a plantear varias veces sus reparos al jefe de la FACh. Leigh, extremando sus capacidades de disimulo, hizo notar a Allende lo “extraño” que era el hecho de que nadie denunciara el armamentismo de derecha.

El ahora ministro de Defensa, Orlando Letelier, desconfiaba mucho más de Leigh. Consideraba, como diría más tarde a Joan Garcés, que era el líder del “diversionismo” con que trataban de apaciguar al gobierno los que preparaban el golpe de Estado.

Dos operaciones militares llevaron las cosas a un punto límite. La primera ocurrió el 4 de agosto en Punta Arenas, en la fábrica Lanera Austral, donde tropas combinadas bajo el mando del jefe de la V División, el general Manuel Torres de la Cruz, entraron al amanecer y sometieron a los obreros a un violento proceso de registro e interrogatorio. Uno de ellos, Manuel González, fue muerto de un balazo. Las tropas no encontraron armas.

Allende envió a dos ministros -Jaime Tohá y Sergio Insunza- para investigar en forma independiente. El informe que elaboraron atribuía uso excesivo de fuerza a los soldados de la IV Brigada Aérea. Cuando lo recibió Leigh, todavía jefe del estado Mayor de la FACh, dijo que lo estudiaría, pero que en principio estimaba que había elementos exagerados.

Un mes más tarde, en la noche del 7 de septiembre un fuerte contingente de la FACh se dirigió a allanar una casa contigua a las industrias Sumar, en el área de San Joaquín. Según la versión militar, mientras se desarrollaba esa operación, los soldados fueron atacados desde el interior de la fábrica Sumar-Nylon, por lo que decidieron allanarla. Mientras los obreros eran sacados a la calle, se inició un concierto de sirenas y alarmas, y “unos 500 hombres” comenzaron a acercarse. Para evitar un enfrentamiento, los camiones de la FACh se retiraron… con 23 detenidos.

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La Tercera, 8 de septiembre de 1973 (Archivo Histórico / Cedoc Copesa)

Esa noche, el ministro Letelier cenaba en casa del general (R) Prats y habló varias veces con Leigh, instándolo a retirar a las tropas. Luego lo citó a su despacho para la mañana del sábado 8, a donde también había citado al director de Investigaciones, el socialista Alfredo Joignant. Para irritación de Leigh, Letelier dijo que la investigación oficial la llevaría la policía civil y que en adelante las Fuerzas Armadas no realizarían allanamiento alguno sin consulta y consentimiento previo del mismo ministro.

Leigh no se opuso a estas medidas. Pero se sentía en el borde. Muchos años después, el entonces comandante Ernesto Galaz estimaría en el programa Mentiras verdaderas de La Red que entre la oficialidad de la FACh había un 10% que simpatizaba con la UP y se oponía a un golpe de Estado, y otro 10% que tenía “una inquina enorme contra el gobierno”. El 80% restante, dijo, era gente que no apoyaba ni a unos ni a otros y que sólo “se quedaron con los que ganaron”.

21 ago.Estados Unidos: los ojos y las garras del águila

El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.

22 ago.La derecha fantasmal y la procesión interna de la DC

El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.

23 ago.La Iglesia Católica: el rebaño inquieto

El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.

Cambio de Mando

24 ago.El Ejército: al filo del quiebre

El 24 de agosto, el Presidente Allende comunicó el nombramiento del general Augusto Pinochet como nuevo comandante en jefe del Ejército. Era lo que habían recomendado su antecesor, el general Carlos Prats; el ministro José Tohá y otras personas cercanas al Presidente. Pinochet llegaba a la cima de su carrera en el medio de un gobierno socialista. Pero llegaba -y lo sabía- dentro de un territorio minado. El Ejército estaba en estado de alteración y Prats había caído por la presión de su propio alto mando. No había cómo ignorar este hecho, que se precipitó en sólo unas pocas horas.

25 ago.El campo: el parto de la tierra

El proceso que desató las pasiones más intensas durante el gobierno de la UP no ocurrió en las ciudades, sino en los campos. Fue la extensión de la Reforma Agraria. La relación con la tierra es más intensa que con cualquier otro bien de capital. Para muchos, la tierra es la madre -lo que nadie podría decir de una empresa- y en los pueblos originarios se sitúa en la base de sus creencias. Perder un fundo que durante generaciones había estado en manos de una familia debía desencadenar en los propietarios sentimientos tan intensos como contradictorios con los de quienes, después de décadas de privaciones, por fin accedían a la tierra. A escala microeconómica, el conflicto se multiplicó de manera desgarradora en cada predio de Chile.

26 ago.Patria y Libertad: alma de sabotaje

En la noche del domingo 26 de agosto de 1973, la Policía de Investigaciones llegó hasta el concurrido restaurante Innsbruck, en Las Condes, y arrestó al secretario general del movimiento Patria y Libertad, Roberto Thieme, junto a dos militantes, Saturnino López y Santiago Fabres. Thieme se entregó, no sin antes advertir: “Derrocaremos al gobierno de la Unidad Popular sea como sea. Si es necesario que haya miles de muertos, los habrá”.

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27 ago.La Unión Soviética: el informe Andropov

En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.

28 ago.El PS: el verbo flamígero

El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.

29 ago.Los gremios: la guerra como un paro

El martes 28 de agosto, el gremio de los comerciantes, dirigido por Rafael Cumsille, anunció su adhesión al paro de los camioneros, que encabezaba el vehemente León Vilarín. El transporte completaba cinco semanas en huelga y se vislumbraba un escenario aún más duro que el de la paralización de octubre de 1972. Ese día, por primera vez, durante el juramento de los nuevos ministros, el Presidente Allende mencionó una posibilidad dramática: “No dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales, los partidos de la Unidad Popular, así me lo demandaran o sugirieran”.

Carlos Prats

30 ago.Los estudiantes: los dueños de las calles

El 29 de agosto, las federaciones de estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Universidad Católica de Valparaíso, ambas controladas por el movimiento gremial, publicaron un documento titulado “Hacia una nueva institucionalidad a través de la renuncia de Allende”. Como todos los textos de ese grupo en esos años, había sido revisado por Jaime Guzmán. Declaraba que “sólo bajo la dirección unitaria de nuestras Fuerzas Armadas, Chile puede reunir a sus mejores hombres en la misión de proponer la nueva institucionalidad que el país necesita para restablecer su democracia”.

31 ago.La Armada: el primer golpe

El jueves 30 de agosto de 1973, el vicealmirante José Toribio Merino, jefe y juez de la Primera Zona Naval, pidió a la Corte de Apelaciones la suspensión de los fueros parlamentarios del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón, bajo el cargo de “intento de subversión” en la Escuadra.

1 sept.El Mapu: la división salvaje

El viernes 31 de agosto de 1973, la petición del vicealmirante Merino a la Corte de Apelaciones de Valparaíso para desaforar al senador Altamirano y al diputado Garretón se trasladó a la Corte Suprema. La acusación eran las reuniones con suboficiales de la Armada que querían denunciar una conspiración contra el gobierno y tomarse la Escuadra. Garretón informó al Presidente Allende, que ya lo sabía y no le dio gran importancia.

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2 sept.Cuba: el mojito revolucionario

Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.

3 sept.Carabineros: la táctica Yovane

Ningún carabinero, de ningún rango, fue tan activo para incorporar a la policía militarizada en la lógica del golpe militar como el general Arturo Yovane. Contaba con una ventaja estratégica: la confianza del Presidente Allende en la lealtad de Carabineros como un cuerpo que, situado en la frontera del mundo castrense y el civil, familiarizado con la pobreza y todas sus secuelas colectivas, actuaría en una crisis de lado del gobierno, como lo había demostrado la Guardia de Palacio durante el “tancazo” del 29 de junio.

4 sept.El “poder popular”: cordones y comandos

“Usted no se ha apoyado en las masas”, le escribieron a Allende el 5 de septiembre la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Unico de Trabajadores en Conflicto. Expresaban su alarma por hechos que conducirían “no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal” y le pedían ponerse a la cabeza del “poder popular”, un “ejército sin armas, pero poderoso en cuanto conciencia”, y la aplicación de medidas para evitar “la pérdida de vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana”.

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5 sept.Los radicales: partidos en tres

El 4 de septiembre, la sede central del Partido Radical fue incendiada por manos anónimas. En las horas siguientes, circuló por Santiago el rumor de que el PR había decidido retirarse del gobierno de Allende. Sin embargo, era una versión totalmente infundada: mientras estuvieran en la dirección del PR algunos de los más fieles allendistas, como Hugo Miranda, Anselmo Sule, Aníbal Palma, Orlando Cantuarias, Edgardo Enríquez y otros, el PR nunca abandonaría al Presidente.

6 sept.Economía: tres días de harina

Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.

7 sept.El MIR: la vía de la insurrección

En el último fin de semana de la UP, para el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) era claro que todo estaba perdido. Como otros dirigentes, Andrés Pascal estaba hastiado de pasar noches acuartelado esperando el golpe. El diagnóstico final señalaba que habría un “golpe blando” o, si había plebiscito, Allende lo iba a perder. “Fue una incomprensión nuestra, porque hubo dos golpes. Uno, el de las clases dominantes para volver a imponer el orden. Otro, poco tiempo después, el de los que instalaron un nuevo modelo para resolver la crisis de desarrollo”, afirma.

DC y gob 30-07-73

8 sept.El API: la pieza pequeña

La actuación más importante del más pequeño de los partidos de la UP, Acción Popular Independiente, tuvo lugar en la dramática jornada del sábado 8 de septiembre, cuando los partidos de gobierno se reunieron en La Moneda para analizar la propuesta del Presidente Allende de convocar a un plebiscito para salir de la crisis. La aprobaron Luis Corvalán y Orlando Millas, del PC; Jaime Gazmuri, del Mapu-OC; y Anselmo Sule, del PR. La rechazó Bosco Parra, de la IC. Entonces habló el ex senador, presidente y líder indiscutido del API, Rafael Tarud. Dijo que por información de fuentes militares sabía que se preparaba un golpe militar que sería especialmente cruento.

9 sept.El PC: Stalin contra Trotsky

El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.

10 sept.La Izquierda Cristiana: el espejo quebrado

El lunes 10 de septiembre, un grupo de 60 pobladores del MPR (uno de los frentes del MIR, dirigido por Víctor Toro) se tomó el Ministerio de Vivienda. El ministro Pedro Felipe Ramírez, representante de la Izquierda Cristiana (IC) en el gabinete, se reunió con ellos para resolver el conflicto. Cerca del mediodía, les dijo que debía asistir a un consejo de gabinete en La Moneda citado por Allende para las 12.

DC y gob 03-08-73

11 sept.El plebiscito: la última hoguera

Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.

Créditos

Investigación y textos

  • Ascanio Cavallo
  • Manuel Délano
  • Bárbara Fuentes
  • Karen Trajtemberg

Coordinación

  • Paula Susacasa

Narración historias

  • Francisco Aravena

Coordinación especial LT

  • Ignacio Bazán

Periodista LT

  • Rosario Gallardo

Dirección de arte LT

  • Patricia Holmqvist

Diseño LT

  • Patricia Holmqvist
  • Catalina Naranjo

Desarrollo LT

  • Álex Acuña Viera

Archivos

  • Archivo CDOC
  • Fondo Histórico
  • La Tercera

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