El PC : Stalin contra Trotsky
El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.
A las 11.30 lo interrumpió una llamada telefónica de la periodista Frida Modak, su secretaria de prensa, para informarle que en su discurso en el Estadio Chile, Altamirano había dicho que, así como se reunió con los suboficiales y marineros que denunciaron preparativos golpistas de sus jefes en la Armada, “concurriré todas las veces que se me invite para denunciar cualquier acto en contra del gobierno”. Allende comentó: “Esto no tiene remedio”.
La reunión terminó cerca del mediodía. Fue la última vez que los líderes comunistas estuvieron con Allende. El lunes 10, la comisión política del PC coincidió con el diagnóstico terminal. A través del ministro de Economía, José Cademártori, el PC envió una carta al Presidente apoyando su idea de realizar un plebiscito, al revés del PS. Según Millas, el PS sólo aceptó en la noche del 10, después de una gestión personal de Letelier. En cualquier caso, Allende iba a anunciarlo. Pero ya no había tiempo.
En las postrimerías del gobierno de la UP, los comunistas estaban más próximos a las políticas de Allende que los socialistas. Era el cierre de un ciclo histórico, iniciado cuando se gestaba la candidatura presidencial de la izquierda para 1970. Los partidos de la UP reunidos en la “Mesa Redonda” no llegaban a acuerdo y cada uno levantaba su abanderado sin ceder. El PC puso a su máxima figura, el poeta Pablo Neruda. El PS insistió con Allende, aunque muchos de ellos a regañadientes. El Mapu levantaba a Jacques Chonchol, los radicales a Alberto Baltra y Rafael Tarud iba por el API.
El PC inclinó la decisión. Aunque era el mayor partido de la izquierda -había subido su apoyo desde que terminó su proscripción en 1958-, retiró a Neruda y apoyó a Allende. Los demás partidos se sumaron. “Fue un parto difícil, el PS no se decidía por cuál socialista”, recuerda el ex diputado comunista Luis Guastavino, secretario general de la campaña de Neruda.
Corvalán fue uno de los oradores en el acto que proclamó a Allende enero de 1970. Pero unos días antes, el secretario general del PC invitó al precandidato a su casa de calle Bremen y le anunció que su partido lo apoyaría, aunque estimaba que su campaña no marchaba, que repetía discursos y caía en lugares comunes. Corvalán contó que Allende se molestó:
- Si ustedes consideran que no debo ser el candidato, si no tengo la confianza de ustedes ni de mi partido y las demás colectividades, simplemente designen a otro.
- No, compañero Allende -respondió Corvalán-. Estas observaciones no están dirigidas a bloquear su candidatura, de ningún modo. Están inspiradas en el propósito de ayudarlo a superarse. Nosotros hemos tenido con usted relaciones políticas, relaciones de amistad, desde hace largo tiempo. Lo apreciamos sinceramente. Y si usted es designado candidato, el Partido Comunista trabajará por su victoria.
De los partidos de la UP, el más allendista y moderado fue el PC. La estrategia de uno de los partidos comunistas más incondicionales con el Kremlin , cuyos giros de línea coincidían con los del PCUS, que apoyó al “querido camarada” de Stalin y después a la “desestalinización” emprendida por Kruschev y a la detente de Brezhnev, la única colectividad chilena que no condenó el Muro de Berlín ni las invasiones de Hungría y Checoslovaquia, y que tenía una fuerte tradición de ortodoxia marxista leninista, vino a coincidir con la de un político cultivado en la tolerancia de los templos de la Masonería, forjado en varias elecciones, con gran sensibilidad social y talento retórico, partidario de transformaciones estructurales, pero no de la dictadura del proletariado.
Allende era marxista, pero heterodoxo y más próximo a la socialdemocracia. Desde su juventud había convivido con los trotskistas, adversarios históricos del estalinismo. Sentía más simpatías por La Habana que por Moscú. Frente a la invasión de Checoslovaquia no se extravió: la condenó. El PC, que recibía un apoyo económico anual desde los países socialistas, reconocía a la URSS y el PCUS como la vanguardia del movimiento comunista internacional, mientras que los socialistas rechazaban que hubiese “un centro” único. “La relación con el PCUS era como en una iglesia, con un Vaticano muy fuerte”, dice Guastavino.
En medio del cisma chino-soviético, en su XII Congreso de 1962, el PC rechazó la tesis china de las dos vías, pacífica y armada, y mantuvo su fidelidad con Moscú. Su estrategia fue desde entonces la vía pacífica, con la clase obrera como “motor de los cambios revolucionarios”. La concepción tenía similitudes con la confianza de Allende en la “socialistancia” (una expresión del ministro Jaime Suárez) que reunía al pueblo socialista.
La derrota de Allende en 1964 provocó desmoralización, pero no interrumpió la alianza estratégica. El PC y el PS sufrieron deserciones de grupos que ya no creían en ganar la presidencia a través de las elecciones.
¿Por qué se unieron Allende y los comunistas? La historia y el pragmatismo: se necesitaban mutuamente. Allende no podía conquistar La Moneda sin los comunistas, y estos no podían hacerlo con alguien de sus filas.
Según Allende: “Los comunistas no son políticos improvisados (…), se dan cuenta de qué somos nosotros, dónde estamos situados, y comprenden (...) que habría que ser torpe, ingenuo, para pretender en Chile en esta época (...), hubiera un gobierno comunista (…) Si mañana Chile eligiera un gobernante comunista, tengo la certeza de que la presión internacional sería de tal magnitud que la voluntad soberana del país se vería doblegada”.
En el escenario de la guerra fría, para Washington el problema, más que Allende, era que el PC había llegado al gobierno en una coalición con el PS. Corvalán contó que estando en Moscú durante la elección municipal de 1971, la experiencia allendista concitaba atención porque socialistas y comunistas, “que andaban como el perro y el gato en casi todos los países donde coexistían”, eran la base de la UP.
El PC buscó el diálogo con la DC, preservar puentes y evitar una confrontación. Tenía una visión matizada de ese partido, reconociendo que en él convivían sectores muy diferentes. Buscó acercarse a los DC más cercanos a la izquierda y aprovechar lo que llamaba “las contradicciones de sectores de la burguesía chilena con el imperialismo”.
Los socialistas desconfiaban de estos acercamientos. En la campaña presidencial de 1970, Corvalán lanzó su famosa consigna, “¡Con Tomic ni a misa!”, mientras el candidato DC se definía contrario al capitalismo y planteaba que “cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana”. Según Corvalán, este mensaje sólo pretendía aplacar la desconfianza socialista de que el PC pudiera ir con el candidato DC.
Cuando a Allende debía elegir su primer gabinete ministerial, el PS se opuso a que nombrara a comunistas en los ministerios políticos (Interior, Defensa y Relaciones Exteriores) y en embajadas clave (EE.UU., Cuba, Argentina y la URSS).
Los comunistas también desconfiaban de sus aliados. En una reunión en septiembre de 1972, Corvalán le expresó al embajador soviético, Alexei Basov, su preocupación por “el fortalecimiento de las tendencias anticomunistas” en el PS. Y cuando Allende viajó a Moscú para obtener nuevos créditos, el PC sintió que las objeciones del PS sobre la maquinaria soviética tenían ciertas resonancias anticomunistas.
El PC apostó a consolidar y defender a Allende en cada conflicto. Guastavino plantea que “el PC tuvo una conducta impecable durante la UP”, pero “no tuvo la fuerza para enfrentar al PS”. Luis Maira recuerda que los comunistas “estaban encantados con el hecho de estar en el gobierno” y no querían arriesgar ese activo, a diferencia del PS, que sufría su permanente lucha intestina de caciques y tendencias atraídas hacia el “polo revolucionario” y la consigna de “avanzar sin transar”.
Los choques eran cotidianos. Mientras el PC empujaba el trabajo voluntario (“¡Póngale el hombro a la patria!”) y priorizaba la “batalla por la producción”, el PS, el Mapu y el MIR impulsaban tomas para asegurar el control obrero y campesino de la producción. Durante 1973, sólo una vez el PC estuvo cerca del MIR, cuando este último estuvo por aprovechar el momento de derrota del “tancazo” para dar un golpe de mano y modificar en forma decisiva la correlación de fuerzas. Como señal de su desacuerdo con el apaciguamiento promovido por Allende, aquella noche Corvalán no asistió a la celebración frente a La Moneda del triunfo sobre la asonada.
En los últimos meses del gobierno, el PC desplegó la consigna “No a la guerra civil”, como “un modo de bloquear la operación norteamericana de echar abajo el gobierno del compañero Allende a como diera lugar” e indicar “que por las vías democráticas, incluyendo el plebiscito, era posible parar esto”, dice Jorge Insunza, miembro de la comisión política del PC. Esta fórmula era percibida en el “polo revolucionario” como una forma de capitulación y de desarme de las fuerzas propias. La derecha creía que era una cortina de humo para ocultar el armamentismo de sus militantes.
Hacia septiembre de 1973, tanto Allende como el PC eran motejados de “reformistas” por la izquierda revolucionaria. ¿Era posible avanzar hacia el socialismo dentro de la “legalidad burguesa”? Corvalán sostenía que era un freno, “pero no un obstáculo insalvable” y que se podía modificar con la lucha de las masas y la organización. Insunza dice que “no hicimos nunca un diseño que implicara que la vía institucional limitara el proyecto. Partíamos de la base que la conquista del gobierno no era equivalente a la conquista del poder”.
En vísperas del golpe, el partido que dirigía Corvalán era el más numeroso de la izquierda: 281 mil militantes, 195 mil en células del partido y 86 mil en las Juventudes Comunistas. Con eso llegaban a la tarde del 10 de septiembre.
En la mañana del día siguiente, conscientes de la imposibilidad de resistir la movilización militar, fueron los primeros en decidir el repliegue. Empezaban la clandestinidad y el exilio.
21 ago.Estados Unidos: los ojos y las garras del águila
El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.
22 ago.La derecha fantasmal y la procesión interna de la DC
El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.
23 ago.La Iglesia Católica: el rebaño inquieto
El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.
24 ago.El Ejército: al filo del quiebre
El 24 de agosto, el Presidente Allende comunicó el nombramiento del general Augusto Pinochet como nuevo comandante en jefe del Ejército. Era lo que habían recomendado su antecesor, el general Carlos Prats; el ministro José Tohá y otras personas cercanas al Presidente. Pinochet llegaba a la cima de su carrera en el medio de un gobierno socialista. Pero llegaba -y lo sabía- dentro de un territorio minado. El Ejército estaba en estado de alteración y Prats había caído por la presión de su propio alto mando. No había cómo ignorar este hecho, que se precipitó en sólo unas pocas horas.
25 ago.El campo: el parto de la tierra
El proceso que desató las pasiones más intensas durante el gobierno de la UP no ocurrió en las ciudades, sino en los campos. Fue la extensión de la Reforma Agraria. La relación con la tierra es más intensa que con cualquier otro bien de capital. Para muchos, la tierra es la madre -lo que nadie podría decir de una empresa- y en los pueblos originarios se sitúa en la base de sus creencias. Perder un fundo que durante generaciones había estado en manos de una familia debía desencadenar en los propietarios sentimientos tan intensos como contradictorios con los de quienes, después de décadas de privaciones, por fin accedían a la tierra. A escala microeconómica, el conflicto se multiplicó de manera desgarradora en cada predio de Chile.
26 ago.Patria y Libertad: alma de sabotaje
En la noche del domingo 26 de agosto de 1973, la Policía de Investigaciones llegó hasta el concurrido restaurante Innsbruck, en Las Condes, y arrestó al secretario general del movimiento Patria y Libertad, Roberto Thieme, junto a dos militantes, Saturnino López y Santiago Fabres. Thieme se entregó, no sin antes advertir: “Derrocaremos al gobierno de la Unidad Popular sea como sea. Si es necesario que haya miles de muertos, los habrá”.
27 ago.La Unión Soviética: el informe Andropov
En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.
28 ago.El PS: el verbo flamígero
El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.
29 ago.Los gremios: la guerra como un paro
El martes 28 de agosto, el gremio de los comerciantes, dirigido por Rafael Cumsille, anunció su adhesión al paro de los camioneros, que encabezaba el vehemente León Vilarín. El transporte completaba cinco semanas en huelga y se vislumbraba un escenario aún más duro que el de la paralización de octubre de 1972. Ese día, por primera vez, durante el juramento de los nuevos ministros, el Presidente Allende mencionó una posibilidad dramática: “No dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales, los partidos de la Unidad Popular, así me lo demandaran o sugirieran”.
30 ago.Los estudiantes: los dueños de las calles
El 29 de agosto, las federaciones de estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Universidad Católica de Valparaíso, ambas controladas por el movimiento gremial, publicaron un documento titulado “Hacia una nueva institucionalidad a través de la renuncia de Allende”. Como todos los textos de ese grupo en esos años, había sido revisado por Jaime Guzmán. Declaraba que “sólo bajo la dirección unitaria de nuestras Fuerzas Armadas, Chile puede reunir a sus mejores hombres en la misión de proponer la nueva institucionalidad que el país necesita para restablecer su democracia”.
31 ago.La Armada: el primer golpe
El jueves 30 de agosto de 1973, el vicealmirante José Toribio Merino, jefe y juez de la Primera Zona Naval, pidió a la Corte de Apelaciones la suspensión de los fueros parlamentarios del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón, bajo el cargo de “intento de subversión” en la Escuadra.
1 sept.El Mapu: la división salvaje
El viernes 31 de agosto de 1973, la petición del vicealmirante Merino a la Corte de Apelaciones de Valparaíso para desaforar al senador Altamirano y al diputado Garretón se trasladó a la Corte Suprema. La acusación eran las reuniones con suboficiales de la Armada que querían denunciar una conspiración contra el gobierno y tomarse la Escuadra. Garretón informó al Presidente Allende, que ya lo sabía y no le dio gran importancia.
2 sept.Cuba: el mojito revolucionario
Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.
3 sept.Carabineros: la táctica Yovane
Ningún carabinero, de ningún rango, fue tan activo para incorporar a la policía militarizada en la lógica del golpe militar como el general Arturo Yovane. Contaba con una ventaja estratégica: la confianza del Presidente Allende en la lealtad de Carabineros como un cuerpo que, situado en la frontera del mundo castrense y el civil, familiarizado con la pobreza y todas sus secuelas colectivas, actuaría en una crisis de lado del gobierno, como lo había demostrado la Guardia de Palacio durante el “tancazo” del 29 de junio.
4 sept.El “poder popular”: cordones y comandos
“Usted no se ha apoyado en las masas”, le escribieron a Allende el 5 de septiembre la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Unico de Trabajadores en Conflicto. Expresaban su alarma por hechos que conducirían “no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal” y le pedían ponerse a la cabeza del “poder popular”, un “ejército sin armas, pero poderoso en cuanto conciencia”, y la aplicación de medidas para evitar “la pérdida de vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana”.
5 sept.Los radicales: partidos en tres
El 4 de septiembre, la sede central del Partido Radical fue incendiada por manos anónimas. En las horas siguientes, circuló por Santiago el rumor de que el PR había decidido retirarse del gobierno de Allende. Sin embargo, era una versión totalmente infundada: mientras estuvieran en la dirección del PR algunos de los más fieles allendistas, como Hugo Miranda, Anselmo Sule, Aníbal Palma, Orlando Cantuarias, Edgardo Enríquez y otros, el PR nunca abandonaría al Presidente.
6 sept.Economía: tres días de harina
Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.
7 sept.El MIR: la vía de la insurrección
En el último fin de semana de la UP, para el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) era claro que todo estaba perdido. Como otros dirigentes, Andrés Pascal estaba hastiado de pasar noches acuartelado esperando el golpe. El diagnóstico final señalaba que habría un “golpe blando” o, si había plebiscito, Allende lo iba a perder. “Fue una incomprensión nuestra, porque hubo dos golpes. Uno, el de las clases dominantes para volver a imponer el orden. Otro, poco tiempo después, el de los que instalaron un nuevo modelo para resolver la crisis de desarrollo”, afirma.
8 sept.El API: la pieza pequeña
La actuación más importante del más pequeño de los partidos de la UP, Acción Popular Independiente, tuvo lugar en la dramática jornada del sábado 8 de septiembre, cuando los partidos de gobierno se reunieron en La Moneda para analizar la propuesta del Presidente Allende de convocar a un plebiscito para salir de la crisis. La aprobaron Luis Corvalán y Orlando Millas, del PC; Jaime Gazmuri, del Mapu-OC; y Anselmo Sule, del PR. La rechazó Bosco Parra, de la IC. Entonces habló el ex senador, presidente y líder indiscutido del API, Rafael Tarud. Dijo que por información de fuentes militares sabía que se preparaba un golpe militar que sería especialmente cruento.
9 sept.El PC: Stalin contra Trotsky
El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.
10 sept.La Izquierda Cristiana: el espejo quebrado
El lunes 10 de septiembre, un grupo de 60 pobladores del MPR (uno de los frentes del MIR, dirigido por Víctor Toro) se tomó el Ministerio de Vivienda. El ministro Pedro Felipe Ramírez, representante de la Izquierda Cristiana (IC) en el gabinete, se reunió con ellos para resolver el conflicto. Cerca del mediodía, les dijo que debía asistir a un consejo de gabinete en La Moneda citado por Allende para las 12.
11 sept.El plebiscito: la última hoguera
Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.