La Iglesia Católica : el rebaño inquieto
El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.
El cardenal Raúl Silva Henríquez contempló los sucesos con desaliento. Parecía imposible que en este clima pudiese prosperar el diálogo al que estaba llamando y que había tenido una expresión culminante en su propia casa, en la cena entre Allende y Aylwin, el viernes 17. Después de esa noche, el lunes 20 se habían reunido Aylwin con el socialista Carlos Briones y ya habían resuelto algunos conflictos menores. Pero el 22, la DC se había sumado en bloque al acuerdo contra el gobierno, mientras el PS se oponía a que el Presidente nombrara a Briones como ministro del Interior. El país estaba demasiado fracturado. El insistente llamado del cardenal a “matar el odio” caía en tierra yerma.
Las filas de la Iglesia también sufrían esa división. Para mediados de 1973, se distinguían dentro de ella a lo menos tres sectores: una mayoría del Episcopado, dirigido por Silva Henríquez, que quería mantener a la Iglesia lejos de los partidos políticos, aunque era proclive al cambio social; algunos obispos, más bien minoritarios, que pugnaban en favor de una Iglesia tradicional, conservadora y antimarxista; y un grupo significativo de sacerdotes que apoyaban a la UP y que en algún caso habían entrado en la liza política.
Estos últimos habían comenzado a trabajar en el mundo pobre con la inspiración del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, durante los 50, pero su eclosión tuvo lugar en 1963, durante la Gran Misión de la Iglesia de Santiago, organizada por Silva Henríquez y sus vicarios. Los sacerdotes se trasladaron a las zonas rurales y a los barrios obreros de la capital, creando nuevas parroquias y grupos cristianos populares. Cuatro años después, tomó un nuevo impulso con el Sínodo Pastoral de 1967, que demandó más participación de los laicos en las decisiones de la Iglesia.
En 1968 surgió en una parroquia de Barrancas la “Iglesia Joven”, cuya primera acción fue repudiar la visita del Papa Paulo VI a Colombia, donde dos años antes había sido abatido Camilo Torres, el primer sacerdote integrado a la guerrilla en el continente. En el grupo “Iglesia Joven” participaban laicos, pero también algunos sacerdotes. Ocho de ellos lideraron al grupo (de unas 200 personas) que en agosto de 1968 ocupó la Catedral de Santiago y colgó un lienzo llamando a la Iglesia a estar “con el pueblo y su lucha”.
Al año siguiente se produjo la ruptura de la DC que dio origen al Mapu. La mayoría de sus fundadores había pertenecido a la Acción Católica y eran amigos de muchos sacerdotes. Uno de sus líderes, Enrique Correa, había sido seminarista, y otro, José Aguilera, presidente del Movimiento Obrero Católico mundial. Ambos formaron parte de la comisión política del Mapu.
En abril de 1971, mientras la Conferencia Episcopal sesionaba en Temuco, en Santiago se presentó un grupo de sacerdotes, liderados por el jesuita Gonzalo Arroyo, que se denominó Cristianos por el Socialismo. Decían ser 80 y pertenecían a diferentes diócesis y congregaciones. Entre sus inspiradores estaba el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, que el año anterior había publicado su Teología de la Liberación. En cuatro meses, “los 80″ se convirtieron en “los 200″ y para abril de 1972 anunciaban un encuentro latinoamericano.
En respuesta, sacerdotes cercanos a Silva Henríquez prepararon un documento de rechazo a la politización y de respaldo a los obispos. Lo firmaron unos 600 sacerdotes de todo el país. Como otros grupos de la sociedad, el mundo sacerdotal también estaba quebrado. Curiosamente, varios de los fundadores de los Cristianos por el Socialismo -como los padres Alfonso Baeza, Mariano Puga y Pablo Fontaine- mantuvieron su cercanía con Silva Henríquez, quien les profesaba simpatía. No fue así con Arroyo, a quien el cardenal convirtió en el símbolo de una división provocada por la obsesión ideológica.
Silva Henríquez se enfrentó a “los 200″ y a sus invitados externos en una ya legendaria reunión en el auditorio de Cáritas. Con su peculiar energía, les dijo que el prestigio de la Iglesia chilena se debía a su temprana defensa de los más pobres, a su trabajo pastoral en los sectores populares y a su convicción de que Cristo, y no Marx, era la fuente de salvación. Nadie podría acusar a esta Iglesia de ser reaccionaria.
El encuentro sembró la indignación entre los invitados extranjeros y la confusión en los chilenos. El movimiento Cristianos por el Socialismo no volvió a realizar ninguna reunión de esa envergadura y su poder expansivo original se fue disolviendo mes por mes.
Para 1973, ya no era una fuerza importante y el lenguaje de sus declaraciones estaba más cerca del “polo revolucionario” de la UP que del gobierno. Percibiendo la amenaza que el grupo representaba para la Iglesia, el propio Allende tomó distancia: eran más valiosas sus relaciones con el cardenal -siempre invitado a las celebraciones del Día del Trabajo- y el Episcopado que con una facción que los contrariaba.
El quiebre interno del Mapu terminó por demoler al grupo. De la densa red tejida entre ese partido y los curas populares, muchos se vieron en la encrucijada de optar por unos u otros, y la mayoría prefirió no tomar partido y mantener sus relaciones con todos.
En mayo de 1973, el Presidente Allende acudió al cardenal Silva Henríquez para intentar un acercamiento con la DC y, especialmente, con Frei. Allende le pidió una gestión para reunirlos en privado. El cardenal lo intentó, pero Frei, que se sentía agraviado por los insultos de la prensa oficialista en su contra, rechazó la idea.
Mientras la polarización aumentaba y las salidas políticas se cerraban, el cardenal insistió en su petición, esta vez ante el presidente de la DC, el senador Aylwin, que pidió la autorización de Frei antes de concurrir. En la cena del 17 de agosto hubo una discusión respetuosa y dura, y cuando los comensales se despidieron, Silva Henríquez quedó con la esperanza de que podría abrirse una ventana para salir del entrampamiento.
En la semana siguiente, esa esperanza comenzó a desvanecerse.
21 ago.Estados Unidos: los ojos y las garras del águila
El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.
22 ago.La derecha fantasmal y la procesión interna de la DC
El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.
23 ago.La Iglesia Católica: el rebaño inquieto
El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.
24 ago.El Ejército: al filo del quiebre
El 24 de agosto, el Presidente Allende comunicó el nombramiento del general Augusto Pinochet como nuevo comandante en jefe del Ejército. Era lo que habían recomendado su antecesor, el general Carlos Prats; el ministro José Tohá y otras personas cercanas al Presidente. Pinochet llegaba a la cima de su carrera en el medio de un gobierno socialista. Pero llegaba -y lo sabía- dentro de un territorio minado. El Ejército estaba en estado de alteración y Prats había caído por la presión de su propio alto mando. No había cómo ignorar este hecho, que se precipitó en sólo unas pocas horas.
25 ago.El campo: el parto de la tierra
El proceso que desató las pasiones más intensas durante el gobierno de la UP no ocurrió en las ciudades, sino en los campos. Fue la extensión de la Reforma Agraria. La relación con la tierra es más intensa que con cualquier otro bien de capital. Para muchos, la tierra es la madre -lo que nadie podría decir de una empresa- y en los pueblos originarios se sitúa en la base de sus creencias. Perder un fundo que durante generaciones había estado en manos de una familia debía desencadenar en los propietarios sentimientos tan intensos como contradictorios con los de quienes, después de décadas de privaciones, por fin accedían a la tierra. A escala microeconómica, el conflicto se multiplicó de manera desgarradora en cada predio de Chile.
26 ago.Patria y Libertad: alma de sabotaje
En la noche del domingo 26 de agosto de 1973, la Policía de Investigaciones llegó hasta el concurrido restaurante Innsbruck, en Las Condes, y arrestó al secretario general del movimiento Patria y Libertad, Roberto Thieme, junto a dos militantes, Saturnino López y Santiago Fabres. Thieme se entregó, no sin antes advertir: “Derrocaremos al gobierno de la Unidad Popular sea como sea. Si es necesario que haya miles de muertos, los habrá”.
27 ago.La Unión Soviética: el informe Andropov
En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.
28 ago.El PS: el verbo flamígero
El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.
29 ago.Los gremios: la guerra como un paro
El martes 28 de agosto, el gremio de los comerciantes, dirigido por Rafael Cumsille, anunció su adhesión al paro de los camioneros, que encabezaba el vehemente León Vilarín. El transporte completaba cinco semanas en huelga y se vislumbraba un escenario aún más duro que el de la paralización de octubre de 1972. Ese día, por primera vez, durante el juramento de los nuevos ministros, el Presidente Allende mencionó una posibilidad dramática: “No dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales, los partidos de la Unidad Popular, así me lo demandaran o sugirieran”.
30 ago.Los estudiantes: los dueños de las calles
El 29 de agosto, las federaciones de estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Universidad Católica de Valparaíso, ambas controladas por el movimiento gremial, publicaron un documento titulado “Hacia una nueva institucionalidad a través de la renuncia de Allende”. Como todos los textos de ese grupo en esos años, había sido revisado por Jaime Guzmán. Declaraba que “sólo bajo la dirección unitaria de nuestras Fuerzas Armadas, Chile puede reunir a sus mejores hombres en la misión de proponer la nueva institucionalidad que el país necesita para restablecer su democracia”.
31 ago.La Armada: el primer golpe
El jueves 30 de agosto de 1973, el vicealmirante José Toribio Merino, jefe y juez de la Primera Zona Naval, pidió a la Corte de Apelaciones la suspensión de los fueros parlamentarios del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón, bajo el cargo de “intento de subversión” en la Escuadra.
1 sept.El Mapu: la división salvaje
El viernes 31 de agosto de 1973, la petición del vicealmirante Merino a la Corte de Apelaciones de Valparaíso para desaforar al senador Altamirano y al diputado Garretón se trasladó a la Corte Suprema. La acusación eran las reuniones con suboficiales de la Armada que querían denunciar una conspiración contra el gobierno y tomarse la Escuadra. Garretón informó al Presidente Allende, que ya lo sabía y no le dio gran importancia.
2 sept.Cuba: el mojito revolucionario
Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.
3 sept.Carabineros: la táctica Yovane
Ningún carabinero, de ningún rango, fue tan activo para incorporar a la policía militarizada en la lógica del golpe militar como el general Arturo Yovane. Contaba con una ventaja estratégica: la confianza del Presidente Allende en la lealtad de Carabineros como un cuerpo que, situado en la frontera del mundo castrense y el civil, familiarizado con la pobreza y todas sus secuelas colectivas, actuaría en una crisis de lado del gobierno, como lo había demostrado la Guardia de Palacio durante el “tancazo” del 29 de junio.
4 sept.El “poder popular”: cordones y comandos
“Usted no se ha apoyado en las masas”, le escribieron a Allende el 5 de septiembre la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Unico de Trabajadores en Conflicto. Expresaban su alarma por hechos que conducirían “no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal” y le pedían ponerse a la cabeza del “poder popular”, un “ejército sin armas, pero poderoso en cuanto conciencia”, y la aplicación de medidas para evitar “la pérdida de vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana”.
5 sept.Los radicales: partidos en tres
El 4 de septiembre, la sede central del Partido Radical fue incendiada por manos anónimas. En las horas siguientes, circuló por Santiago el rumor de que el PR había decidido retirarse del gobierno de Allende. Sin embargo, era una versión totalmente infundada: mientras estuvieran en la dirección del PR algunos de los más fieles allendistas, como Hugo Miranda, Anselmo Sule, Aníbal Palma, Orlando Cantuarias, Edgardo Enríquez y otros, el PR nunca abandonaría al Presidente.
6 sept.Economía: tres días de harina
Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.
7 sept.El MIR: la vía de la insurrección
En el último fin de semana de la UP, para el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) era claro que todo estaba perdido. Como otros dirigentes, Andrés Pascal estaba hastiado de pasar noches acuartelado esperando el golpe. El diagnóstico final señalaba que habría un “golpe blando” o, si había plebiscito, Allende lo iba a perder. “Fue una incomprensión nuestra, porque hubo dos golpes. Uno, el de las clases dominantes para volver a imponer el orden. Otro, poco tiempo después, el de los que instalaron un nuevo modelo para resolver la crisis de desarrollo”, afirma.
8 sept.El API: la pieza pequeña
La actuación más importante del más pequeño de los partidos de la UP, Acción Popular Independiente, tuvo lugar en la dramática jornada del sábado 8 de septiembre, cuando los partidos de gobierno se reunieron en La Moneda para analizar la propuesta del Presidente Allende de convocar a un plebiscito para salir de la crisis. La aprobaron Luis Corvalán y Orlando Millas, del PC; Jaime Gazmuri, del Mapu-OC; y Anselmo Sule, del PR. La rechazó Bosco Parra, de la IC. Entonces habló el ex senador, presidente y líder indiscutido del API, Rafael Tarud. Dijo que por información de fuentes militares sabía que se preparaba un golpe militar que sería especialmente cruento.
9 sept.El PC: Stalin contra Trotsky
El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.
10 sept.La Izquierda Cristiana: el espejo quebrado
El lunes 10 de septiembre, un grupo de 60 pobladores del MPR (uno de los frentes del MIR, dirigido por Víctor Toro) se tomó el Ministerio de Vivienda. El ministro Pedro Felipe Ramírez, representante de la Izquierda Cristiana (IC) en el gabinete, se reunió con ellos para resolver el conflicto. Cerca del mediodía, les dijo que debía asistir a un consejo de gabinete en La Moneda citado por Allende para las 12.
11 sept.El plebiscito: la última hoguera
Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.