La Unión Soviética : el informe Andropov
En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.
La orden de detener el convoy sólo pudo ser dada por el máximo líder de la URSS, Leonid Brezhnev. El fundamento mediato era un análisis de viabilidad del proyecto de la Unidad Popular, encargado por el jefe del KGB, Yuri Andropov, a propósito de la solicitud de un nuevo crédito de 30 millones de dólares para el gobierno chileno. La conclusión fue taxativa: la UP ya no tenía destino y la URSS no podía comprometerse en el sustento económico de una segunda Cuba. Pero la razón inmediata fue otra: la reacción “blanda” de Allende ante el asesinato de su edecán naval Arturo Araya había mostrado que su gobierno carecía de voluntad (o de capacidad) para imponer una mínima mano dura en contra de sus adversarios. Como evaluaban que el golpe militar sería cosa de semanas, temían que los tanques soviéticos terminaran siendo usados en contra del propio gobierno.
Chile fue siempre una pesadilla ideológica para la URSS. El PC chileno, fundado en 1922, apenas unos años después que el soviético, entró de inmediato a la III Internacional y en 1924 sufrió la división entre Stalin y Trotsky que sucedió a la muerte de Lenin. En 1935, fiel al dictado del 7° Congreso de la Internacional Comunista, adoptó la estrategia de los frentes populares y llegó a La Moneda con Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla, en tres gobiernos sucesivos. Durante esos años, el PC chileno fue el más leal a la política soviética en toda América Latina. En junio de 1948 apoyó la expulsión de Yugoslavia y en 1956 respaldó la invasión represiva contra Hungría.
La URSS seguía su propio camino. En el XX Congreso del PCUS, en 1956, junto con denunciar los crímenes de Stalin, el nuevo secretario general Nikita Kruschev legitimó la “vía pacífica” en la conquista del socialismo, pero al mismo tiempo inició una era de agresiva intervención en los países del Tercer Mundo destinada a ampliar la influencia militar y territorial de la URSS. El clímax de esa política fue la instalación en Cuba de 40 mil soldados rusos y 150 ojivas nucleares, en 1962. El Presidente John F. Kennedy actuó con la determinación de declarar una guerra total y Kruschev no fue capaz de sostener el desafío. A pesar de la furia de Fidel Castro, la URSS retiró su fuerza atómica de Cuba.
Esa derrota estuvo en la base de la caída de Kruschev en 1964, el ascenso de Brezhnev y el giro hacia la política de la “coexistencia pacífica”. Además del fracaso de los misiles, la URSS enfrentaba el agrietamiento del bloque socialista (las insurrecciones de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968), los roces con Cuba por la aventura guerrillera de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia, que la URSS no conoció hasta su trágico desenlace de 1967, y la lucha contra China durante todos los 60, que llegó a grandes choques fronterizos en 1969.
En función de esa necesidad de contención, la URSS abandonó incluso ciertas posibilidades de tomar posiciones estratégicas, como en el “Complot de los Cocodrilos” de 1972 en Egipto, cuando un grupo de ministros y oficiales ofreció tfumbar a Anwar Sadat y realizar una revolución a la soviética. Aunque la URSS había construido allí la inmensa represa de Assuan, esta vez dejó que Sadat se adelantara, encarcelara a los conspiradores y rechazara el pago de una deuda de 3.000 millones dólares a Moscú. Hay quien estima que la expresión perfecta de la “detente” y del apoyo a la “vía pacífica” por medios políticos y no militares fue el respaldo inmaterial de Brezhnev a la Unidad Popular.
En Chile, la URSS había abierto una pequeña oficina comercial en 1962. Dos años después, Eduardo Frei estableció relaciones diplomáticas y en 1967 Moscú concedió un crédito blando de 57 millones de dólares para la compra de fábricas completas. El intercambio comercial pasó de 300 mil dólares en 1969 a 28 millones de dólares en 1973, y el gobierno de la UP esperaba elevarlo a 300 millones de dólares en los años siguientes, aunque para ello la URSS debía entregar productos que le eran escasos y comprar otros que no necesitaba. Ya en 1972 un informe del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de la URSS había notado que Chile esperaba más ayuda de la URSS de la que podía devolver, y que el gobierno de Allende no cumplía con el principio básico de la revolución formulado por Lenin: la destrucción del aparato del Estado.
La dirección política de Moscú sentía la obligación de apoyar a unos comunistas tan leales como los chilenos. En 1966 le enviaba 300 mil dólares por año, la cifra mayor después del PC venezolano. En 1973 subió su aporte a 645 mil dólares, casi el triple de lo que enviaba a los comunistas brasileños.
El triunfo de la UP había sorprendido a los soviéticos. Recién hacia 1969 el KGB había abierto su primera oficina en Chile y la agencia soviética de informaciones TASS comenzó a dar cobertura internacional a la UP a fines de 1970, según reportaba la CIA a Langley. Luis Corvalán se reunió con la delegación de la URSS que viajó a la asunción del mando de Allende y le declaró su insatisfacción por la falta de propuestas para una colaboración económica y comercial más intensa con Chile. El informe de los delegados recomendó tomar en serio la exigencia del jefe del PC chileno de “una ayuda soviética más significativa”. Corvalán fue invitado al XXIV Congreso del PCUS en 1971 y el secretario de organización del PCUS, Andrei Kirilenko, fue huésped en el Congreso del PC chileno de 1971.
Pero ese apoyo chocaba contra las necesidades estratégicas de la URSS. En la visita que Allende realizó a Moscú entre el 6 y el 9 de diciembre de 1972 hubo abundancia de homenajes y una gran presencia noticiosa, pero escasos avances económicos. Los asistentes a las reuniones con la jerarquía soviética recuerdan que los recibían siempre unos ceremoniosos comités que solían empezar explicando la caracterización de los países: “socialistas”, “de orientación socialista”, “progresistas antiimperialistas”, “con fuerzas progresistas”, “capitalistas”, y así por delante. Chile no estaba nunca en los primeros lugares. El informe Andropov mostraba sus primeros efectos.
Al ver que había escasas posibilidades de conseguir un crédito por 80 millones de dólares que Chile necesitaba con premura, además de 240 millones de rublos que el ministro de Odeplan, Gonzalo Martner, negociaba sin éxito desde hace días en Moscú, Allende se reunió con Brezhnev a solas y le expuso la petición. Brezhnev accedió a que se revisaran de nuevo los créditos. El último día de la visita, a pocas horas de partir de regreso a Santiago, Allende insistió ante los dirigentes soviéticos y le pidió a Luis Corvalán hacer lo mismo. Corvalán explicó a Kirilenko lo grave que sería que Allende volviera con las manos vacías. Hubo nuevas consultas entre los soviéticos a Brezhnev y finalmente accedieron a un crédito por 45 millones de dólares. En cuanto a los 240 millones de rublos, replicaron que no entendían la solicitud si hacía pocos meses habían abierto para Chile un crédito por 200 millones y no se habían usado ni siquiera dos.
La situación desgarraba a la nomenklatura. Los ideólogos Kirilenko, Boris Ponomarev y Mijail Suslov defendían, con energía pero sin resultados, un compromiso más decidido con Allende; la política de la “detente” no podía llegar tan lejos como para abandonar a su suerte a unos amigos tan frágiles. Ninguno de sus argumentos logró alterar la convicción generada por el aséptico Andropov.
Es bastante claro que las expectativas de la UP respecto de la URSS superaban lo posible. Aún no se sabía, pero el poderío económico del bloque soviético ya empezaba a crujir. A pesar de eso, en su mensaje al Congreso del 21 de mayo de 1973, Allende enumeró créditos comprometidos en Europa Oriental por un total de 342,4 millones de dólares (234,4 de la URSS).
También mencionó otros 50,2 obtenidos en China y Corea del Norte. El coqueteo con China no era del agrado soviético, por lo que Allende lo confió al socialista Clodomiro Almeyda, que se había interesado en el maoísmo a comienzos de los 60. Pero el gobierno chino no aparecía interesado en financiar la revolución chilena. En febrero de 1973, el primer ministro Chu En-lai envió una carta en que respondía a la solicitud de apoyo de Allende aclarando que China “sólo podrá desempeñar, naturalmente, el relativo papel de cubrir sus necesidades urgentes”. Chu hacía ver que China tenía un limitado poder económico y, además, soportaba el esfuerzo de la guerra de Vietnam. En el segmento más insolente, el premier chino recomendaba a Allende “no apoyarse demasiado en la ayuda externa, particularmente en los créditos de las grandes potencias, en lugar de basar la economía en los propios esfuerzos del país”. La llegada a Chile de toneladas de chancho chino enlatado fue una de las respuestas a esas “necesidades urgentes”.
Para agosto de 1973, la URSS consideraba al chileno como un “caso perdido” y su expresión invisible fue la detención del convoy con los tanques.
Los contactos que el KGB tenía con la CIA en Occidente indicaban que el golpe de Estado era inminente. En la noche del 10 de septiembre, la embajada de Bulgaria ofreció un cóctel para celebrar el 29 aniversario del Frente de la Patria que en 1944 se levantó contra los nazis. El embajador soviético Alexei Basov concurrió con una tarea: verificar con Corvalán los informes recibidos ese día acerca de una insurrección militar en curso. El secretario general del PC hizo un par de llamados y tranquilizó al embajador: eran sólo rumores desprendidos del zarpe de la Armada para la Operación Unitas, los ejercicios conjuntos con Estados Unidos.
Nada para preocuparse.
21 ago.Estados Unidos: los ojos y las garras del águila
El lunes 20 de agosto de 1973, el Comité Cuarenta del gobierno de Estados Unidos aprobó un apoyo adicional de un millón de dólares para los partidos de oposición y el movimiento de los gremios del transporte terrestre y el comercio, en huelga en ese momento. El Comité Cuarenta coordinaba, al máximo nivel, las actividades anticomunistas globales del gobierno, el Pentágono y la CIA. Lo presidía el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Richard Nixon, Henry Kissinger.
22 ago.La derecha fantasmal y la procesión interna de la DC
El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.
23 ago.La Iglesia Católica: el rebaño inquieto
El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.
24 ago.El Ejército: al filo del quiebre
El 24 de agosto, el Presidente Allende comunicó el nombramiento del general Augusto Pinochet como nuevo comandante en jefe del Ejército. Era lo que habían recomendado su antecesor, el general Carlos Prats; el ministro José Tohá y otras personas cercanas al Presidente. Pinochet llegaba a la cima de su carrera en el medio de un gobierno socialista. Pero llegaba -y lo sabía- dentro de un territorio minado. El Ejército estaba en estado de alteración y Prats había caído por la presión de su propio alto mando. No había cómo ignorar este hecho, que se precipitó en sólo unas pocas horas.
25 ago.El campo: el parto de la tierra
El proceso que desató las pasiones más intensas durante el gobierno de la UP no ocurrió en las ciudades, sino en los campos. Fue la extensión de la Reforma Agraria. La relación con la tierra es más intensa que con cualquier otro bien de capital. Para muchos, la tierra es la madre -lo que nadie podría decir de una empresa- y en los pueblos originarios se sitúa en la base de sus creencias. Perder un fundo que durante generaciones había estado en manos de una familia debía desencadenar en los propietarios sentimientos tan intensos como contradictorios con los de quienes, después de décadas de privaciones, por fin accedían a la tierra. A escala microeconómica, el conflicto se multiplicó de manera desgarradora en cada predio de Chile.
26 ago.Patria y Libertad: alma de sabotaje
En la noche del domingo 26 de agosto de 1973, la Policía de Investigaciones llegó hasta el concurrido restaurante Innsbruck, en Las Condes, y arrestó al secretario general del movimiento Patria y Libertad, Roberto Thieme, junto a dos militantes, Saturnino López y Santiago Fabres. Thieme se entregó, no sin antes advertir: “Derrocaremos al gobierno de la Unidad Popular sea como sea. Si es necesario que haya miles de muertos, los habrá”.
27 ago.La Unión Soviética: el informe Andropov
En algún momento de la segunda mitad de agosto de 1973, un convoy de buques soviéticos en ruta hacia Chile cambió de rumbo y se dirigió a otros países a vender su material. La carga era un número aún indeterminado de tanques y piezas de artillería, por un valor de 100 millones de dólares, que el ministro de Defensa de la Unión Soviética, el mariscal Andrei Gretchko, había comprometido con el general Carlos Prats durante la visita de éste a Moscú, en mayo de 1973. ¿El propósito? Modernizar y equilibrar las fuerzas del Ejército chileno con las que el general Juan Velasco Alvarado venía reuniendo en Perú. La URSS simpatizaba con la línea de izquierda nacionalista de Velasco Alvarado, pero consideraba catastrófica la idea de una guerra con el gobierno de Salvador Allende.
28 ago.El PS: el verbo flamígero
El 28 de agosto, con el paro gremial abultándose día por día, Allende tomó juramento a un nuevo gabinete, orientado al diálogo con el PDC, con el socialista Carlos Briones en el Ministerio del Interior. Allende se lo había anunciado a Aylwin en la casa del cardenal Silva Henríquez. Briones debía asumir el lunes 20, pero la dirección del Partido Socialista comunicó al Presidente su tajante rechazo. El nombramiento se paralizó, hasta que el senador de la Izquierda Cristiana Alberto Jerez le notificó al comité político de la UP que él y “otros tres senadores” abandonarían la coalición si no se nombraba a Briones. El Presidente confirmó a su ministro, mientras Altamirano declaraba que Briones “no es socialista”.
29 ago.Los gremios: la guerra como un paro
El martes 28 de agosto, el gremio de los comerciantes, dirigido por Rafael Cumsille, anunció su adhesión al paro de los camioneros, que encabezaba el vehemente León Vilarín. El transporte completaba cinco semanas en huelga y se vislumbraba un escenario aún más duro que el de la paralización de octubre de 1972. Ese día, por primera vez, durante el juramento de los nuevos ministros, el Presidente Allende mencionó una posibilidad dramática: “No dudaría un momento en renunciar si los trabajadores, los campesinos, los técnicos y profesionales, los partidos de la Unidad Popular, así me lo demandaran o sugirieran”.
30 ago.Los estudiantes: los dueños de las calles
El 29 de agosto, las federaciones de estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Universidad Católica de Valparaíso, ambas controladas por el movimiento gremial, publicaron un documento titulado “Hacia una nueva institucionalidad a través de la renuncia de Allende”. Como todos los textos de ese grupo en esos años, había sido revisado por Jaime Guzmán. Declaraba que “sólo bajo la dirección unitaria de nuestras Fuerzas Armadas, Chile puede reunir a sus mejores hombres en la misión de proponer la nueva institucionalidad que el país necesita para restablecer su democracia”.
31 ago.La Armada: el primer golpe
El jueves 30 de agosto de 1973, el vicealmirante José Toribio Merino, jefe y juez de la Primera Zona Naval, pidió a la Corte de Apelaciones la suspensión de los fueros parlamentarios del senador Carlos Altamirano y el diputado Oscar Guillermo Garretón, bajo el cargo de “intento de subversión” en la Escuadra.
1 sept.El Mapu: la división salvaje
El viernes 31 de agosto de 1973, la petición del vicealmirante Merino a la Corte de Apelaciones de Valparaíso para desaforar al senador Altamirano y al diputado Garretón se trasladó a la Corte Suprema. La acusación eran las reuniones con suboficiales de la Armada que querían denunciar una conspiración contra el gobierno y tomarse la Escuadra. Garretón informó al Presidente Allende, que ya lo sabía y no le dio gran importancia.
2 sept.Cuba: el mojito revolucionario
Cuba siguió el proceso chileno minuto a minuto. Era el gobierno con mejor y más detallada información acerca de la UP. Además de los 119 miembros de su embajada, tenía el canal privilegiado de Beatriz, hija del Presidente, que se había casado con el cubano Luis Fernández Oña. Las Tropas Especiales del Ministerio del Interior habían ayudado a organizar la seguridad de Allende y dirigido la de Fidel Castro durante su visita de 1971. El jefe del Departamento América del PC cubano, Manuel Piñeiro, estuvo varias veces en Chile y se mantuvo siempre al día en la evolución de los hechos.
3 sept.Carabineros: la táctica Yovane
Ningún carabinero, de ningún rango, fue tan activo para incorporar a la policía militarizada en la lógica del golpe militar como el general Arturo Yovane. Contaba con una ventaja estratégica: la confianza del Presidente Allende en la lealtad de Carabineros como un cuerpo que, situado en la frontera del mundo castrense y el civil, familiarizado con la pobreza y todas sus secuelas colectivas, actuaría en una crisis de lado del gobierno, como lo había demostrado la Guardia de Palacio durante el “tancazo” del 29 de junio.
4 sept.El “poder popular”: cordones y comandos
“Usted no se ha apoyado en las masas”, le escribieron a Allende el 5 de septiembre la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Unico de Trabajadores en Conflicto. Expresaban su alarma por hechos que conducirían “no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal” y le pedían ponerse a la cabeza del “poder popular”, un “ejército sin armas, pero poderoso en cuanto conciencia”, y la aplicación de medidas para evitar “la pérdida de vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana”.
5 sept.Los radicales: partidos en tres
El 4 de septiembre, la sede central del Partido Radical fue incendiada por manos anónimas. En las horas siguientes, circuló por Santiago el rumor de que el PR había decidido retirarse del gobierno de Allende. Sin embargo, era una versión totalmente infundada: mientras estuvieran en la dirección del PR algunos de los más fieles allendistas, como Hugo Miranda, Anselmo Sule, Aníbal Palma, Orlando Cantuarias, Edgardo Enríquez y otros, el PR nunca abandonaría al Presidente.
6 sept.Economía: tres días de harina
Su dramático anuncio del jueves 6 de septiembre de 1973, cinco días antes del golpe militar, de que casi no quedaba harina en el país pasó a la historia, pero el Presidente Allende en realidad quería informar de una crisis que, según creía, evolucionaba favorablemente. Eligió una actividad de la Secretaría de la Mujer para informar del desabastecimiento más crítico posible, en un país donde el pan constituye un producto de primerísima necesidad.
7 sept.El MIR: la vía de la insurrección
En el último fin de semana de la UP, para el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) era claro que todo estaba perdido. Como otros dirigentes, Andrés Pascal estaba hastiado de pasar noches acuartelado esperando el golpe. El diagnóstico final señalaba que habría un “golpe blando” o, si había plebiscito, Allende lo iba a perder. “Fue una incomprensión nuestra, porque hubo dos golpes. Uno, el de las clases dominantes para volver a imponer el orden. Otro, poco tiempo después, el de los que instalaron un nuevo modelo para resolver la crisis de desarrollo”, afirma.
8 sept.El API: la pieza pequeña
La actuación más importante del más pequeño de los partidos de la UP, Acción Popular Independiente, tuvo lugar en la dramática jornada del sábado 8 de septiembre, cuando los partidos de gobierno se reunieron en La Moneda para analizar la propuesta del Presidente Allende de convocar a un plebiscito para salir de la crisis. La aprobaron Luis Corvalán y Orlando Millas, del PC; Jaime Gazmuri, del Mapu-OC; y Anselmo Sule, del PR. La rechazó Bosco Parra, de la IC. Entonces habló el ex senador, presidente y líder indiscutido del API, Rafael Tarud. Dijo que por información de fuentes militares sabía que se preparaba un golpe militar que sería especialmente cruento.
9 sept.El PC: Stalin contra Trotsky
El domingo 9 de septiembre, Allende recibió en su casa a tres miembros de la comisión política del Partido Comunista, Luis Corvalán, Víctor Díaz y Orlando Millas, para decirles que creía inminente un golpe militar. No tendría la posibilidad de instalarse en algún regimiento, lo que evaluó con el general (R) Carlos Prats, porque los oficiales leales con mando de tropas ya no las controlaban.
10 sept.La Izquierda Cristiana: el espejo quebrado
El lunes 10 de septiembre, un grupo de 60 pobladores del MPR (uno de los frentes del MIR, dirigido por Víctor Toro) se tomó el Ministerio de Vivienda. El ministro Pedro Felipe Ramírez, representante de la Izquierda Cristiana (IC) en el gabinete, se reunió con ellos para resolver el conflicto. Cerca del mediodía, les dijo que debía asistir a un consejo de gabinete en La Moneda citado por Allende para las 12.
11 sept.El plebiscito: la última hoguera
Con fuentes de primera mano, el sábado 8 de septiembre la CIA informó a Washington que “varios acontecimientos” podrían frenar el golpe previsto para el lunes 10. Por el prestigio que tenía entre sus subordinados, Merino era capaz de convencer a los golpistas que esperaran algunos días si Allende llamaba a un plebiscito o anunciaba la formación de un gabinete integrado únicamente por uniformados. Para desactivar la amenaza de intervención militar, el Presidente tendría que adoptar medidas el sábado o domingo, porque después podría ser muy tarde e incluso era posible que las concesiones que hubiese querido hacer carecieran de importancia.