Texto: Carla Pía Ruiz Pereira.
—A ti la modestia te debe importar nada.
Esa sería la frase que Jean Pierre Lasserre escogería para describir un bosque.
La leyó por primera vez en una viñeta de Mafalda, cuando ella miraba un árbol enorme.
La cita no es casual. El telón de fondo de este ingeniero forestal, tampoco. Está en
Parque Alessandri, en Coronel. Parado bajo la sombra que le dan árboles de más de 3 metros
de altura. En medio de donde todo es verde y el aire huele a tierra mojada.
—Ese es un chiste que siempre recuerdo. Porque aquí tú ves la inmensidad de la naturaleza —dice.
Jean Pierre Lasserre tenía más dudas que certezas al salir del colegio. Le gustaba el campo, la naturaleza, pero no se imaginaba qué le podría permitir trabajar en eso. También le gustaba la ingeniería y pensó en estudiar Agronomía, pero no estaba totalmente convencido. Había una sola cosa de la que estaba completamente seguro: que no quería pasar todos los días en una oficina.
—Un día escuché a alguien decir que en Chile los bosques iban a ser el futuro –comenta. Entonces decidió estudiar ingeniería forestal.
Entre medio de canelos y lengas, mirando araucarias, Lasserre recorre el bosque. Trabaja hace 25 años en CMPC. Partió en el área técnica, en el manejo de plantaciones, y con el tiempo se fue especializando en áreas de calidad de madera. Hasta que comenzó a trabajar en conservación. Y de cuando en cuando el bosque pasó a ser su oficina.
Uno, dos, varios aplausos. En general, cuenta Jean Pierre, la fauna tiende a arrancar del hombre. No en el Parque Alessandri, porque cuando empiezas a aplaudir se acerca un ave muy curiosa: el chucao. Su canto es uno de los sonidos más característicos del lugar. Entre medio de la selva valdiviana, mientras anda saltando entre troncos y ramas, el chucao advierte su presencia. Su canto inunda el bosque y se puede escuchar muy lejos.
Si Jean Pierre Lasserre tuviese que elegir ser alguno de los animales del bosque, apuntaría a un chucao. O cualquier ave, pero una que fuera capaz de posarse en la copa de todos los árboles, controlando cualquier peligro. Algo más o menos parecido a lo que hace hoy.
En un bosque pasan muchas cosas imperceptibles a un humano. Los árboles están creciendo, transpirando, defendiéndose de los insectos, resistiendo las fuerzas del viento. Aunque Lasserre lleva un cuarto de siglo moviéndose entre árboles y mini selvas, no ha estado libre de aventuras.
Como cuando se quedó atrapado en la precordillera andina, en la región de Biobío, mientras tomaba datos de parcelas de estudio de la empresa, junto a un colega. Estuvieron tres horas caminando en la oscuridad, en una noche sin luna, con nula visibilidad. Se cayeron, se hicieron heridas producto de los matorrales pero, eventualmente, lograron salir. O como cuando vio un huemul, en el parque Rucapanqui, en la región del Biobío. Todo un evento, porque son animales tímidos, que casi no se dejan ver.
–El bosque siempre sorprende, es muy desafiante –dice.
Hace cinco años, Lasserre está a cargo del área de conservación de CMPC. Uno de sus principales focos es el desarrollo de las Áreas de Alto Valor de Conservación (AAVC), que son espacios que la empresa protege. ¿Y qué especies de protegen? Especies restringidas, especialmente nativas, de flora y fauna. Pero, además, se les da prioridad a las que son consideradas vulnerables o raras, y que tienen algún grado de peligro de conservación. Especies únicas. Como la Adesmia, un pequeño arbusto que se consideraba extinto. O el toromiro, una especie nativa de Rapa Nui, que se extinguió en la década del 60, y que hoy CMPC, junto a otras instituciones, tiene en estudio para ver cómo reintroducir a la isla.
Y también, recuerda Lasserre, está el área de los ruiles: 312 hectáreas, en la cordillera costera de la región del Maule, de espacio protegido para esta especie en grave peligro de extinción.
–Es uno de mis lugares favoritos dentro de las áreas de alto valor de conservación. Es todo lo que hay de esta especie en el mundo. Es un lugar realmente único –dice Lasserre.
Las AAVC hoy suman, aproximadamente, 10 mil hectáreas. En el futuro, esperan sumar 9 mil hectáreas más.
Un baúl de madera es uno de los objetos que ha acompañado a Jean Pierre Lasserre durante 30 años. Allí, guarda recuerdos y fotografías familiares. Por eso, dice el ingeniero, para él la madera le da la sensación de algo cálido, acogedor.
–Con el bosque se produce una sensación bien especial. La gente abraza los árboles y eso es porque hay algo. Es una relación difícil de entender –explica Lasserre.
El bosque, explica Lasserre, está presente en casi todos los lugares. Los productos que da, directa o indirectamente, son muchos. La madera con la que se construyen casas, muebles, estructuras. La celulosa que termina convertida en papel de todas las variedades. Incluso fibras vegetales que se ocupan para confeccionar ropa.
Ese es el aporte del bosque. Pero también hay otro, que los árboles entregan simplemente por el hecho de estar.
Una de las estrategias más efectivas para combatir el cambio climático es la reforestación y los árboles, obviamente, son los protagonistas. Purifican el ambiente al oxigenar el aire, mejoran la calidad de los suelos, proporcionan sombra, humedecen el ambiente. Incluso son capaces de temperar el lugar donde se encuentran. Y lo más importante: son capaces de absorber dióxido de carbono –CO2, uno de los principales gases de efecto invernadero– y se quedan con el carbono de la molécula.
–Cuando uno se aleja un poco y no ves solo los árboles, ves el bosque, la figura completa. Cada vez que voy a terreno, me convenzo de que, como sector forestal, lo estamos haciendo bien. Al final, el bosque es vida –dice Lasserre.