“Nosotros solo queremos que se respeten nuestros derechos, que podamos circular libremente y vivir tranquilos. Yo tuve la oportunidad de estudiar en Europa y me pude quedar trabajando allá, pero siempre supe que tenía que volver, porque la resistencia se hace desde acá”, afirma Asma, que trabaja en una tienda de souvenirs en el centro de Belén. El caso de esta mujer de 32 años retrata en parte lo que viven muchos palestinos a diario:  “Acá ha sido difícil encontrar trabajo de lo que estudié. Siempre pensé en vivir acá, pero ahora me pregunto si vale la pena. Tengo dos hijos y no sé si quiero que pasen por todo lo que he pasado. Por ejemplo, ahora yo puedo ir a Jerusalén, pero mis hijos tienen que sacar un permiso y cuando se lo dan y pasamos por estos checkpoints, me preguntan por qué hay soldados con armas. Dudo que cualquier plan de paz mejore las cosas, todo seguirá igual”.

El testimonio de Asma se repite, prácticamente en cada palestino que da cuenta del empeoramiento de su situación, tanto política como económica. La Tercera fue invitada por el gobierno palestino a recorrer la zona y esta es la mirada desde ese lado.

Ahmed es un vendedor de café en Ramala, en Cisjordania. A sus 52 años ha sido testigo del largo conflicto entre palestinos e israelíes. Participó de la segunda intifada (septiembre de 2000- 2005) y, ahora, en sus conversaciones diarias que mantiene mientras trabaja, palpa la desesperanza y la resiliencia que impera entre sus pares. “La situación económica se está deteriorando y es porque Israel está reteniendo el dinero que le debe a la ANP (Autoridad Nacional Palestina) producto de los impuestos. Llevamos cinco meses en esta situación. Eso hace que la economía retroceda porque no hay sueldos, no hay consumo, no hay pedidos”, explica. “Nunca he pensado en irme de Palestina. Yo creo que no es tiempo de irse, ahora hay que volver”, añade.

Un ejemplo de la situación de la que dan cuenta Asma y Ahmed se experimenta en Hebrón, ciudad cisjordana ubicada a 36 kilómetros de Jerusalén. La histórica urbe -que tiene una importancia religiosa para cristianos, judíos y musulmanes- se encuentra dividida en dos zonas desde 1997. La denominada H1, está bajo control de la ANP y ahí viven cerca de 200.000 personas, mientras que en la H2 unos 800 colonos conviven con 40.000 palestinos bajo protección del Ejército israelí en antiguas áreas céntricas. Según datos de la agencia de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), hay 20 puestos controlados por el Ejército israelí en la zona H2, lo que limita la circulación de los palestinos.

Justamente en la zona H2 vive Hashem, uno de los pocos vendedores que queda en la zona. Aún recuerda cuando hace años la calle donde está ubicado su negocio de venta de platos decorativos, era un lugar de gran afluencia. Ahora prácticamente todo el comercio está cerrado y esta avenida parece un pueblo fantasma. “Es difícil imaginar que todo cambie cuando uno lo mira desde acá, cuando uno tiene que pasar por los checkpoints, cuando uno no puede circular libremente y cuando apenas se gana dinero para darle un futuro mejor a nuestros hijos”, indica.   

El plan del siglo

En medio de este sombrío panorama los palestinos se encuentran escépticos de que pronto exista una mejora de sus condiciones de vida. El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dilatado la presentación de una propuesta de paz en Medio Oriente, conocida como el “plan del siglo”, en la que busca poner fin a décadas de conflicto entre israelíes y palestinos. Se espera que el yerno del mandatario, Jared Kushner, dé a conocer la parte económica de dicha propuesta en una conferencia el 25 y el 26 de este mes en Bahrein, la que busca atraer inversiones a los territorios como parte de un acuerdo amplio entre ambas partes. Esta idea ha provocado el rechazo de los palestinos, que sostienen que no asistirán a la conferencia. 

Para el gobierno palestino el único camino posible es mediante la solución de dos Estados en base a las fronteras de 1967, el retorno de los refugiados palestinos, el reconocimiento de Jerusalén Oriental como capital del Estado palestino y el fin de los asentamientos. Sin embargo, la Casa Blanca de Trump ha defendido que Jerusalén es la capital de Israel. Es más, en mayo del año pasado trasladó su sede diplomática a esa ciudad y ahora se ubica en la calle David Flusser, alejada del centro y fuertemente custodiada. 

Para el recién asumido primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mohammad Shtayyeh, “este es un momento crítico para Palestina, porque Estados Unidos ha decidido tomar medidas antagonistas contra Palestina, como el cierre de la oficina de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) en Washington, el recorte de la ayuda (de US$ 200 millones, destinada a financiar programas humanitarios en Gaza y Cisjordania) y el traslado de la embajada a Jerusalén”. 

“La intención de Estados Unidos es derrotarnos, para que así nos rindamos y, al final, aceptemos sus términos. La metodología que usan es: derrotar, rendirse y aceptar. Todo lo que quieren (Estados Unidos e Israel) es mantener el statu quo”, añade en conversación con La Tercera.  

“Cualquier solución que no sea reafirmada por el pueblo palestino, no verá la luz y no funcionará y estamos seguros que la solución política debe estar de acuerdo con la ley internacional que ya fue aceptada por el pueblo palestino, explica Azam Al Ahmad, miembro del Comité Ejecutivo de la OLP. 

“No aceptamos esa posición de Estados Unidos, la rechazamos completamente y creemos profundamente que al final Estados Unidos se dará cuenta que su propuesta fracasará. En ese momento no lo aceptaremos más como un intermediario en el acuerdo de paz, sino que llamaremos a un congreso internacional, donde participarán las cinco grandes potencias mundiales para tener más participación de todas las zonas geopolíticas”, concluye.