Campaña marítima


Vista antigua del monumento a
los Héroes de Iquique, ubicado
en la Plaza Sotomayor de
Valparaíso.

Iniciado el conflicto, la población de nuestro país ascendía a dos millones y medio de habitantes.
Las fuerzas militares estaban integradas por 2.440 soldados, 401 oficiales y 6.661 hombres pertenecientes a la Guardia Nacional. La Armada, en tanto, solo contaba con dos blindados (Cochrane y Blanco Encalada) y cinco barcos de madera de escaso poderío (las corbetas Chacabuco, O'Higgins, Esmeralda y Magallanes, además de la goleta Covadonga).

La situación claramente desfavorecía a nuestro país, sobre todo en el ámbito naval. Pero, a pesar de ello, los estrategas chilenos tenían claro que el dominio del mar era una ventaja inmejorable
en cualquier conflicto armado y se lanzaron a la conquista del océano Pacífico. Se iniciaron así las campañas marítimas, cuya primera acción fue el bloqueo del puerto de Iquique.

La escuadra chilena, al mando del contraalmirante Juan Williams Rebolledo, esperó sin éxito la respuesta peruana para comenzar los enfrentamientos, por lo que emprendió rumbo al Callao para sorprender al enemigo. Sin embargo, la sorpresa se la llevó nuestro país la mañana del 21 de mayo, cuando las dos embarcaciones que se habían quedado en la rada de Iquique sosteniendo el bloqueo, la Covadonga y la Esmeralda, fueron atacadas por los buques más poderosos de la escuadra peruana (el Huáscar y la Independencia).

El inesperado ataque puso en evidencia el desequilibrio de fuerzas. Tras un intenso intercambio de cañonazos, el comandante del Huáscar, Miguel Grau, decidió espolonear a la Esmeralda por uno de sus costados. A su vez, el capitán de la embarcación chilena, Arturo Prat, saltó sobre la cubierta adversaria, junto a dos marinos, encontrando la muerte y convirtiéndose en el primer héroe que arrojaba el conflicto.

Casi cuatro horas más tarde, gran parte de la tripulación de la corbeta chilena había muerto (solo hubo 60 sobrevivientes) y la Esmeralda se hundía en las aguas del Pacífico.

Angamos y la captura del Huáscar


Miguel Grau, máximo estratega
de la escuadra peruana.

Los combates en Iquique y Punta Gruesa no habían definido la suerte de ninguno de los dos bandos involucrados. Sin embargo, claramente Perú conservaba la ventaja, por el tipo de embarcaciones con que contaba y el excelente estratega que comandaba su escuadra, Miguel Grau.

Así, el principal navío peruano continuó asolando la costa chilena sin mayor resistencia, atacando los puertos de Antofagasta, Caldera, Coquimbo, Taltal y Tocopilla. En medio de estos ataques, los peruanos lograron capturar al Rímac, un transporte de guerra chileno que llevaba material bélico y en el que eran trasladados cerca de 240 hombres pertenecientes al regimiento de caballería Carabineros de Yungay.

Esta última derrota motivó importantes cambios en la conducción de las tropas chilenas.
El contraalmirante a cargo de la escuadra chilena, Williams Rebolledo, fue reemplazado por Galvarino Riveros y se planteó como objetivo primordial de las acciones la captura o hundimiento del más poderoso navío peruano, el Huáscar.

Las operaciones navales continuaron hasta el 8 de octubre de 1879. Ese día fueron avistadas las naves peruanas en las cercanías de Antofagasta, por lo que la Escuadra Nacional actuó con rapidez para encontrarse frente a frente con su rival en punta Angamos, próxima a Mejillones. Allí los buques chilenos Cochrane, Blanco Encalada y Magallanes atacaron sin piedad al Huáscar,
provocando la muerte del almirante Grau, la rendición de la tripulación peruana y la captura del acorazado, consiguiendo no solo un importante triunfo para las tropas chilenas, sino el ansiado dominio del mar.


Triunfo en Punta Gruesa


Si bien la Esmeralda no logró resistir el ataque sorpresa de la nave peruana, la otra embarcación chilena, la Covadonga, sí obtuvo un importante triunfo en el sector de Punta Gruesa, unos pocos kilómetros más al sur de la bahía de Iquique.

La estrategia de la Covadonga fue permanecer lo más cerca de la costa, aprovechando su menor calado. De esta manera, avanzó bordeando el litoral, pero lo suficientemente lejos como para que su rival peruano, la Independencia, no pudiera atacarla. Este último, al ser un barco que casi pesaba dos toneladas, no podía acercarse y se movía con dificultad, hasta que chocó con un arrecife, fracturando su casco y otorgando una oportunidad única a la Covadonga para que descargara toda su artillería.

La hábil maniobra del capitán chileno Carlos Condell provocó la rendición de los peruanos y la pérdida de una de las embarcaciones más importantes y poderosas que tenía el país rival.

 

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