La prohibición de informar que dio origen a latercera.com

En 1997, La Tercera usó una ingeniosa forma para publicar contenidos que estaban restringidos en Chile usando internet como aliado. Y fue a través de un grupo de periodistas que despertaba al mundo de la tecnología, pero que reaccionaba ante una prohibición judicial de publicar en plena transición. En un tiempo en que las máquinas de escribir aún superaban en número y forma a los computadores, la Operación Océano fue el impulso que faltaba para un proceso que aún sigue en curso: la digitalización de los medios.

Por: Sebastián Rivas

“NEW SERVICE, DIRECTLY FROM THE USA. All the news from Chile that currently you find somewhat difficult to get. La Tercera, Special International Edition, with daily updates, available to personal computers around the world via internet”.

El anuncio en inglés ya era extraño en un diario en castellano como lo es La Tercera, pero además lo era su ubicación: en las páginas de Opinión, donde nunca interviene la publicidad, y debajo de un texto que se denominaba “Novela jurídico-policial. Capítulo II”. Era el miércoles 18 de junio de 1997 y en la página 3 del diario se promocionaba una “Special International Edition” a revisar en la dirección www.infochile.com/tercera.

Detrás del críptico mensaje, sin embargo, había horas de discusiones, chequeos con abogados y consultas técnicas. Era la fórmula con que el equipo se resguardaba ante lo que podría haber sido, en las mentes de algunos, una violación a la legislación chilena. En ese momento, pocos podían imaginar que ese hito se convertiría en un referente de la lucha por la libertad de expresión, además de un momento fundacional del tránsito de La Tercera hacia el mundo digital. La razón que explica por qué su dirección oficial en internet es, y ha sido, latercera.com, y no, simplemente, latercera.cl.

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Hasta hoy lo cuenta con gracia: una prohibición de venta de alcoholes hizo que a Fernando Paulsen no le pareciera nada de rara la propuesta que le estaban haciendo llegar. Apenas un día después de su arribo en 1977 a Texas, donde estudió Periodismo, el condado de Denton, donde llegaba a vivir, votaba eliminar toda venta de alcoholes, en una polémica legislación que tenía a los habitantes divididos.

El efecto inesperado vino apenas se impuso la idea: a 22 millas de distancia, justo en la frontera con otro condado en que no regía dicha prohibición, se instalaron seis o siete botillerías, a la usanza de los “strip centers”. Era un vacío legal: no había falta en comprar allí y luego volver con los licores al lugar donde estos no estaban permitidos.

Después vinieron muchos otros casos. Como periodista de la revista Análisis, a Paulsen le habían tocado numerosas situaciones de censura en los años de Augusto Pinochet. Y por eso, cuando el 16 de junio de 1997 la jueza del Quinto Juzgado del Crimen de Viña del Mar, Beatriz Pedrals, decretó la prohibición de informar en la “Operación Océano”, causa que investigaba la red de tráfico de drogas de Mario Silva Leiva, el “Cabro Carrera” –una decisión criticada no solo por las organizaciones periodísticas, sino que hasta por el propio Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle-, de inmediato su decisión como director de La Tercera fue clara: había que burlar la orden judicial. De alguna manera.

La primera forma fue la más rápida. Paulsen consiguió la autorización de Juan Carlos Latorre, dueño de Copesa en esa época, y de Juan Carlos Larraín, el gerente general, para ver formas que permitieran seguir informando a los lectores del caso. “Yo venía de mis peleas de la dictadura así es que le dije a Juan Carlos Larraín, que no iba a respetar esa prohibición y empezamos a ver cómo desobedecer”, dice Paulsen, recordando esa época.

Así, el martes 17 de junio nació “Las andanzas del chiquillo veloz”, un texto a modo de columna cuyo epígrafe rezaba ser una “novela jurídico-policial” y que, a manera de una historia, relataba –cambiando nombres- los últimos hechos de la investigación. A cargo de redactar el texto estaba Fernando Villegas, por entonces columnista de La Tercera y a quien Paulsen eligió por su velocidad y estilo narrativo. Él era el depositario de las informaciones que conseguían los periodistas a cargo de la cobertura del caso –José Ale, Paula Affani y Jorge Suez, entre otros-, y de traducirlas al papel en una crónica que, sin necesidad de decirlo de forma explícita, iba manteniendo las actualizaciones del caso.

Pero en la trastienda se tramaba un golpe de efecto mayor.

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La idea fue de Alfonso Gómez, por entonces asesor estratégico del Grupo Copesa en temas digitales: ¿Y si se publicaban las noticias en un servidor en Nueva York, es decir, en un lugar fuera de la jurisdicción chilena?

Era una apuesta arriesgada, pero tenía varios soportes. Además de los temas legales, en 1997 Chile aún vivía el auge económico como “jaguar de América Latina”. Era el año previo a la crisis asiática, y si bien la penetración de internet no era masiva, Chile lideraba entre los países de la región en cuanto a computadores per cápita. Había una chance de que la jugada fuera exitosa.

“Estábamos en tantos frentes abiertos, y esto fue uno de los coletazos de un descubrimiento de una manera de hacer las cosas y de un mundo nuevo que se venía. La industria estaba cambiando radicalmente y había que entrar. El planeta se estaba convirtiendo de ser analógico a ser digital, y eso iba a tener repercusión en todos los negocios y todos los ámbitos", dice Gómez, recordando ese momento.

Ahí, con la propuesta de Gómez, Paulsen se acordó de su llegada a Texas.

Y de aquella prohibición de alcoholes que había quedado, en la práctica, en letra muerta.

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Había que poner la idea en marcha. Por entonces, el editor digital de La Tercera era Juan Carlos Camus, quien estaba a cargo de un equipo en pleno proceso de debut. Apenas dos semanas antes, el 1 de junio de 1997, se había lanzado oficialmente el sitio web de La Tercera –latercera.cl-, tras una marcha blanca que se extendía desde febrero. Y en esa época, había mucho escepticismo en la redacción: solo existían cinco computadores, lo que predominaba eran las máquinas de escribir y la web se llevaba apenas algunas noticias de la edición impresa, sin adelantar nada para no matar la sorpresa en caso de que existiera algún golpe.

“La convicción era que no era posible no estar, aunque no se sabía exactamente qué implicaba”, decía Gómez, quien recuerda que por esa época se usaba una analogía, la del puñal enterrado, para explicar el efecto de lo digital en el mundo de los diarios de papel: “Si me lo dejo, me mata, si me lo saco, me muero”.

Pero en el caso de la Operación Océano no había margen para el debate entre la edición impresa y la digital: era el todo o nada. En el equipo de Camus había un integrante que tenía un servidor propio en Estados Unidos. Relata Camus: "La persona clave en ese minuto fue un ingeniero de la Universidad de Chile que trabajaba en el proyecto de La Tercera, que era de una empresa externa, que se llamaba Tecnonáutica. Se llamaba Pepe Flores. Y él tenía un dominio comprado en EE.UU. Tenía un hosting, porque estaba planeando hacer un servicio desde allá".

Los detalles técnicos, curiosamente, no eran más complejos que lo que implicaba subir el contenido normalmente al sitio de La Tercera. El frente más complejo era el legal. Paulsen realizó consultas, entre otros, al abogado Luis Hermosilla, uno de los más reconocidos del país, quien le reafirmó su idea: era un vacío que existía en la legislación, pues técnicamente sí se podía informar del tema en otro país que no fuera Chile.

El entonces jefe de La Tercera llevó entonces el tema al directorio. Pese a que entre sus integrantes había diversas posturas políticas, en este asunto no hubo dudas: se apoyó la idea de proceder a publicar. Eso sí, faltaba un detalle: ¿Cómo se les informaría a los lectores de la jugada, sin caer, al menos en lo visible, en una posible infracción?

Allí surgió la idea del aviso en inglés y español, colocado en una posición y con un tamaño inusuales para la época, donde no se decía nada más que la dirección. Fue la única precaución adicional que se tomó para evitar posibles represalias. Así, desde el 18 de junio La Tercera empezó a relatar “desde el extranjero” las novedades de la Operación Océano, volviendo en la práctica inservible la prohibición total de informar.

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La reacción fue rápida y sorprendente. Apenas tres días después de su lanzamiento, el sitio recibía 10 mil visitas cada jornada, una cifra completamente inesperada y gigantesca para la época. Camus recuerda que vio a los periodistas del diario sorprendidos por la potencialidad de lo digital, un mundo que se miraba entonces con recelo.

Paulsen, en tanto, afirma que supo que el objetivo estaba cumplido cuando en una pauta, el entonces ministro secretario general de gobierno, José Joaquín Brünner, dijo que se informaba de los avances de la investigación en el sitio web que La Tercera había dispuesto en el extranjero, incluso marcando que la decisión dejaba en una desventaja comparativa a otros medios, como radios y canales de TV, versus otros medios que podían emitir a través de formatos como el cable.

El 26 de junio de 1997, 10 días después de su inicio, la prohibición de informar fue levantada por un fallo unánime de la Cuarta Sala de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, que resolvió a favor del recurso presentado por el Colegio de Periodistas. “Hace 10 años decretar prohibición de informar era igualmente injusto y abusivo, pero el resultado de una determinación como esa era absolutamente distinto”, decía el director en una editorial al día siguiente. “Hoy, decretar prohibición de informar, en medio del auge de las nuevas tecnologías, de la llegada masiva del TV cable y de la computación crecientemente presente en hogares, oficinas y colegios es, simplemente, asumir que en el país no ha pasado nada en todo este tiempo”.

Paulsen agrega algo más: dice que, en su opinión, el hito aceleró, “en seis meses o un año” el proceso de digitalización de los periodistas del medio.

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La fórmula se repitió dos veces más. Una, exactamente un año después, con otra prohibición de informar por la Operación Océano, aunque esta vez –y con la estrategia ya probada- se avisaba a los lectores con mensajes en el diario y la dirección era www.tercera.com. Y luego, en abril de 1999, cuando en el mismo sitio se publicó “El Libro Negro de la Justicia Chilena”, un trabajo de la periodista Alejandra Matus que fue confiscado un día antes de su lanzamiento y que la obligó a salir del país tras ser acusada de desacato por el ministro de la Corte Suprema, Servando Jordán.

Después de ello, latercera.cl daría ya definitivamente el paso a latercera.com. Y la anécdota que da origen a esa pequeña diferencia quedaría consignada nada menos que en la revista Wired, una de las más relevantes publicaciones de tecnología a nivel mundial. “La prensa chilena burla la censura en caso de drogas”, decía el titular del artículo publicado el 20 de junio de 1997. Allí, la revista jugaba con el mismo caso que relataba Paulsen de la prohibición de alcoholes, diciendo que ahora vivía en un lugar, “donde el licor fluye con toda libertad, pero la libertad de expresión no”.

Y en el último párrafo del artículo, se menciona una reflexión del entonces director que refleja lo que estaba en juego. “Aparte de mostrar lo inútiles que son este tipo de restricciones en una era de acceso global” -afirmaba Paulsen-, “esto nos dará algunos datos interesantes sobre cuántos chilenos están suficientemente interesados en conseguir su información vía online”. Una frase que dos décadas después, con más de 16 millones de usuarios únicos al mes, hace pensar en la importancia de las plataformas digitales como las que mantiene La Tercera.

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